A los “millennials” les tocó cantar contra el terror

Nueva York, París y Palmira han sido escenario de conciertos en respuesta al extremismo islámico. Expertos afirman que la música puede restablecer la salud psicosocial de una comunidad.

Mateo Guerrero Guerrero
04 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
En Mánchester vive una de las comunidades libias más grandes de Europa. / AFP
En Mánchester vive una de las comunidades libias más grandes de Europa. / AFP
Foto: AFP - OLI SCARFF

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Jim McCartney, que hasta entonces se había dedicado al comercio de algodón, terminó trabajando como inspector en una fábrica de bombas cuando su edad y la sordera le impidieron unirse al ejército británico. En las noches, el cielo de Liverpool se encendía con la luz de los incendios que dejaba la aviación alemana mientras el señor McCartney, que también se unió al cuerpo de bomberos voluntarios, salía a apagar el fuego y rescatar gente entre los escombros.

Casi sesenta años después, el 11 de septiembre de 2001, Paul, el hijo mayor del señor McCartney, esperaba que su avión despegara en el aeropuerto J.F. Kennedy de Nueva York. Una azafata se acercó para decirle que algo grave había pasado, que su vuelo había sido cancelado y que debían evacuar. Horas más tarde, en su cuarto de hotel en Long Island, el televisor empezó a intercalar las imágenes de los aviones que impactaron las Torres Gemelas con las de decenas de bomberos y rescatistas frustrados y cubiertos por el polvo. Ante la cámara del documental The Love We Make, Paul dice haber recordado a su padre y preguntarse si había algo que pudiera hacer.

El concierto de hoy, con el que Ariana Grande busca recolectar dinero para el fondo de emergencia de la Cruz Roja de Mánchester, es el heredero directo de una serie de iniciativas que nacieron el 20 de octubre de 2001, cuando en el Madison Square Garden, a unas pocas cuadras de las ruinas humeantes del World Trade Center, Paul McCartney, el hijo de un bombero de Liverpool, cerró con tres canciones de su época en los Beatles y con Freedom —compuesta especialmente para la ocasión— la presentación que convocó a las figuras musicales más grandes de su generación con el fin de rendir tributo y recaudar fondos para los rescatistas y víctimas de los atentados del 11 de septiembre.

El lunes 22 de mayo, Salman Abedi, un joven de ascendencia libia radicalizado por el autoproclamado Estado Islámico, se inmoló a la salida del concierto en el que Ariana Grande se acababa de presentar ante 14.200 asistentes que difícilmente superaban los treinta años. El saldo de heridos alcanzó los 119 y se cuentan 22 personas entre las víctimas fatales.

Cuatro días después, Grande anunció en Twitter que tenía la intención de volver a Mánchester para ofrecer un concierto con fines benéficos. Lejos de llevar el luto en silencio, y según le informó la Policía de la ciudad al periódico The Guardian, la mayoría de los sobrevivientes y familiares de las víctimas habrían estado de acuerdo con el evento que tendrá un aforo de 50.000 personas y contará con la presencia de figuras como Justin Bieber, Katy Perry, Pharrel Williams y otras de las grandes personalidades musicales de la generación de Ariana Grande.

De acuerdo con Andrea Maldonado, que coordina en Colombia el proyecto Tocó Cantar, en el que víctimas de la violencia hacen música para construir memoria, reunirse alrededor del arte es fundamental para quienes han sido testigos de un acto de terror: “Con estos ejercicios se le da voz a una comunidad que intentó ser acallada por el miedo. La música es una oportunidad para que la gente pueda exorcizar los horrores que vivió y comunicar la esperanza que tiene de salir adelante”.

El concierto de este domingo no es el primero que se realiza después de atentados en los que estuvo involucrado el Estado Islámico. En mayo de 2016, el director ruso Valery Gergiev condujo una orquesta en las ruinas del anfiteatro romano de la ciudad Siria de Palmira, una de las pocas reliquias arqueológicas que sobrevivieron a la toma de la ciudad por parte de los yihadistas y donde se llevó a cabo la masacre de 25 soldados a manos de niños radicalizados por el califato.

La presentación de Gergiev, que vino después de la retoma de la ciudad y fue calificado como un evento de propaganda a favor de la intervención del ejército ruso en Siria, no estuvo libre de polémica, como tampoco lo estuvo el concierto de reapertura del Bataclan, el emblemático escenario de conciertos en el que la oleada de ataques que sufrió París en noviembre de 2015 dejó 90 personas muertas.

Meses después de los ataques, Jesse Hughes, vocalista de la banda de metal que estaba en la tarima del Bataclan cuando ocurrieron los atentados, no sólo afirmó haber visto personas musulmanas celebrando en las calles el baño de sangre que sufrió París sino que también sugirió que el personal de seguridad del Bataclan había sido cómplice de los terroristas.

Las declaraciones de Hughes causaron indignación, la cancelación de varios conciertos de su banda en festivales de rock franceses y que el cantante británico Sting, y no el grupo de metal que lidera el estadounidense, fuera el responsable del concierto de reapertura del Bataclan.

Desde el día siguiente a los atentados, los habitantes de Mánchester dejaron claro que no iban a ceder ante los discursos divisivos y racistas cuando se reunieron en una vigilia multitudinaria en la que los asistentes cantaron espontáneamente la letra de Don’t Look Back in Anger (No mires atrás con ira) y ovacionaron los versos sobre el carácter industrioso de la ciudad que el poeta Tony Walsh leyó acompañado por representantes de varios cultos religiosos.

“La música y el arte canalizan fuerzas que podrían ser destructivas y las convierten en lo contrario, en herramientas para que las personas y las comunidades puedan integrar su memoria colectiva y encontrarle salidas a la violencia”, señala Maldonado, que al igual que Carmen Barbosa Luna, coordinadora de la maestría en musicoterapia de la Universidad Nacional, considera que la música puede ayudar a restablecer la cohesión y la salud psicosocial de una comunidad.

“No vamos a rendirnos ni a trabajar con miedo. No vamos a dejar que esto nos divida. No vamos a dejar que el odio gane”, escribió Ariana Grande en Twitter. Hoy, en el campo de criquet de Old Trafford, una nueva oleada de jóvenes y artistas multiplica ese mensaje. Con instrumentos como los que Paul McCartney y su generación usaron para empezar a sacar la depresión que se metió con el polvo debajo de las puertas de los neoyorquinos, la gente de este milenio le planta cara al nuevo terrorismo yihadista.

Por Mateo Guerrero Guerrero

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar