El polémico papa Pío XII, según el escritor Fernando Vallejo

A propósito de la liberación de los archivos vaticanos del pontífice entre 1939 y 1958, y del debate sobre si fue cómplice por omisión del holocausto nazi contra los judíos, publicamos un fragmento de la conferencia “Los crímenes del cristianismo”, dictada por el autor de “La puta de Babilonia” en el Teatro Heredia de Cartagena el 31 de enero de 2009 durante el Hay Festival.

Especial para El Espectador
04 de marzo de 2020 - 12:00 p. m.
Fernando Vallejo preguntó sobre el papa Pío XII (Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, nacido el 2 de marzo de 1876 y muerto el 9 de octubre de 1958): "¿Por qué entonces en sus alocuciones radiales y en sus mensajes navideños, que se transmitían por la Radio Vaticana a numerosos países y en nueve idiomas, no los excomulgó y denunció llamando a las cosas por su nombre y diciendo “nazi” donde había que decir nazi, los victimarios, y “judío” donde había que decir judío, las víctimas?". / AFP
Fernando Vallejo preguntó sobre el papa Pío XII (Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, nacido el 2 de marzo de 1876 y muerto el 9 de octubre de 1958): "¿Por qué entonces en sus alocuciones radiales y en sus mensajes navideños, que se transmitían por la Radio Vaticana a numerosos países y en nueve idiomas, no los excomulgó y denunció llamando a las cosas por su nombre y diciendo “nazi” donde había que decir nazi, los victimarios, y “judío” donde había que decir judío, las víctimas?". / AFP

A un año del cónclave que como decano del Cuerpo Cardenalicio él presidió y manipuló para que lo nombraran papa, el gran inquisidor Joseph Ratzinger, prefecto que había sido de la Congregación para la Doctrina de la Fe o Inquisición o Santo Oficio durante veintitrés años y que asumió el sobrenombre de Benedicto XVI al montarse al trono de los autócratas vaticanos, fue a Auschwitz a increpar a Dios por el holocausto judío y los crímenes del nazismo: “¿Por qué permitiste esto, Señor?”, preguntaba al aire en medio de los flashes de la prensa alcahueta en el descampado de lo que fuera el campo de concentración nazi más espantoso, donde con la complicidad de los católicos y protestantes alemanes y austríacos y sus jerarquías religiosas los esbirros de Hitler asesinaron a un millón de judíos. (Le sugerimos: reseña de la reciente novela de Fernando Vallejo, como dictador de Colombia).

“Vengo –dijo el tartufo– como hijo del pueblo alemán por sobre el que un grupo de criminales llegó al poder mediante falsas promesas de grandeza futura. En el fondo matando a esa gente estos depravados al que querían matar era a Dios”. ¿Depravados? ¿No serían más bien los depravados el que hablaba y la Iglesia que representaba?...

… a propósito de Treblinka, donde el total de judíos asesinados por sus paisanos nazis está entre los setecientos y los ochocientos mil, ¿ya fue a visitarla? Vaya y abra los brazos al cielo y pregunte como en Auschwitz: “¿Por qué permitiste esto, Señor?”. Y vaya a lo que fuera el campo de la muerte de Jasenovac en Croacia. (Vea cómo y por qué abrieron los archivos secretos de Pío XII en el Vaticano).

Croacia, el “Reino de Dios” del católico Ante Pavelic, el poglavnik, el Führer  croata, a quien Pío XII recibía en audiencia en el Vaticano y quien, acabada la guerra y derrotado después de matar a cientos de miles, huyó disfrazado de cura a Roma desde donde, ayudado por la Commissione d’assistenza pontificia, se trasladó a Argentina cargado de oro para acabar muriendo en un monasterio de franciscanos en Madrid bendecido por Pío XII.

Y no es gratuito que el monasterio fuera de los franciscanos. De los doscientos mil serbios y judíos asesinados en Jasenovac, cuarenta mil se deben al franciscano Miroslav Filipovic Majstorovic, que en calidad de comandante de ese campo de concentración y ayudado por sus colegas de orden Brkljanic, Matkovic, Matijevic, Brekalo, Celina y Lipovac los liquidó en cuatro meses.

Otro franciscano, el seminarista Brzica, en ese mismo campo y en la sola noche del 29 de agosto de 1942 decapitó a mil trescientos sesenta con un cuchillo especial. Queda una foto de Pavelic con el episcopado católico croata: diez obispos con sus cintas rojas y sus batas, cinco a la derecha del poglavnik y cinco a la izquierda.

El poglavnik, de traje militar y botas, parece un gallo entre sus gallinas. El primero de la derecha es el arzobispo de Zagreb Alojzije Stepinac, y el primero de la izquierda el arzobispo de Sarajevo Ivan Saric. Stepinac fue vicario general de las Fuerzas Armadas ustashis de Pavelic por nombramiento del Vaticano, miembro del parlamento ustasha, arzobispo primado de Zagreb y más adelante cardenal.

Wojtyla (papa Juan Palo II) se lo beatificó a los croatas a cambio de uno de esos recibimientos triunfales a lo Tito y Vespasiano que tanto le gustaban a ese pavo real de cola permanentemente desplegada. Así que a Stepinac ya no hay que beatificarlo: que Su Santidad proceda simplemente a canonizar. Méritos tiene de sobra. Fue a él al que como arzobispo primado de los croatas le correspondió anunciar desde el púlpito de la catedral de Zagreb la fundación del Estado Independiente de Croacia, que en realidad era el “Estado Criminal Fascista de Croacia”, un apéndice del Tercer Reich.

Pavelic lo condecoró con la Gran Cruz de la Estrella, tan merecida como la beatificación que le habría de dar Wojtyla: merced a un régimen de terror convirtió a doscientos cincuenta mil ortodoxos serbios al catolicismo y le ayudó  al poglavnik a liquidar a otros setecientos cincuenta mil y al ochenta por ciento de los judíos yugoslavos. Tras la derrota nazi Stepinac fue acusado de traición y lo condenaron a dieciséis años de trabajos forzados, pero a los cinco ya estaba libre y fue entonces cuando Pío XII lo purpuró.

En adelante se dio a abogar por el uso de la bomba atómica, a lo MacArthur, como el gran medio para catolizar a Rusia y a Serbia. “El cisma de la Iglesia ortodoxa –decía– es la maldición más grande de Europa, casi tanto como el protestantismo. Ahí no hay moral, ni principios, ni verdad, ni justicia, ni honestidad”.

Yo reformularía su primer enunciado así: La Iglesia católica, la ortodoxa y la protestante son la maldición más grande de la humanidad, seguidas del Islam, los secuaces de Mahoma que rezan agachados mirando hacia La Meca y con el  culo al aire apuntando hacia Jerusalén.

En cuanto al arzobispo de Sarajevo Ivan Saric, el que está a la izquierda de Pavelic, lo llamaban “el verdugo de los serbios”. Le escribió una oda a su poglavnik en que le decía: “Usted es la roca sobre la que se edifica la libertad y la patria. Protéjanos del infierno marxista y bolchevique y de los avaros judíos que pretenden con su dinero manchar nuestros nombres y vender nuestras almas”.

 

A los “avaros judíos”, los sefarditas de Sarajevo, el que así hablaba, ayudado por la policía ustasha, les quitó sus bienes, y en la hoja episcopal de su diócesis escribió: “Hasta ahora, hermanos míos, hemos laborado por nuestra religión con la cruz y el breviario, pero ha llegado el momento del revólver y el fusil”. Por algo los capellanes del ejército ustashi prestaban juramento entre dos velas y ante un crucifijo, un puñal y un revólver. “Aunque yo lleve el hábito sacerdotal –decía Saric–, con frecuencia tengo que echar mano de la ametralladora”. El arzobispo Ivan Saric de Sarajevo era gallina, sí, y ensotanada, pero de pluma en ristre y con testosterona hirviéndole en la sangre.

Derrotados los nazis la gallina macha huyó con Pavelic, el obispo Gavic y quinientos curas a Austria y luego a España donde escribió un libro en alabanza de Pío XII. ¿Y este Pío quién es, que me suena? Eugenio Pacelli, que es como se llamaba de soltera antes de convertirse en esposa del Señor. Experto en derecho canónico y leguleyerías y acometido de una concordatitis que no lo dejaba vivir, este lacayo vaticano persiguió durante dieciséis años, primero como nuncio en Munich y en Berlín de su patrón Pío XI y luego como su Secretario de Estado, la firma de un concordato de la Santa Sede con Alemania.

Lo logró, por fin, pero con el Tercer Reich: el 20 de julio de 1933, acabándose de montar Hitler al poder. Si bien firmar en ese momento el ansiado concordato era darle al monstruo en ciernes la bendición ante el mundo, bien valía la pena pues así quedaban unificados en uno solo los varios concordatos regionales de Alemania que les habían dado hasta entonces un relativo poder sobre sus súbditos a los obispos alemanes, en menoscabo del poder absoluto del autócrata de Roma sobre la totalidad de su rebaño alemán. Cuando murió Pío XI (a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial) Pacelli lo reemplazó como Pío XII.

Déspota hasta la médula, nacido para mandar y hacerse obedecer así hubiera tenido que agachar la cerviz durante los años que le sirvió a su predecesor, como artífice del concordato con el Reich Pacelli había trabajado para sí mismo: él era el indiscutido señor de todos los obispos alemanes. Si los dejó hacer ante Hitler como he mostrado, entonces fue su cómplice.

Quien sólo supo exigir obediencia, ¿por qué no los metió en cintura y los calló? Además la plana mayor de la jerarquía nazi, excluyendo a Goering, eran católicos: Hitler, Himmler, Goebbels, Hess, Heydrich, Streicher, Thyssen, Barbie. ¿Por qué no los excomulgó exhibiéndolos ante el mundo como los criminales que eran? Para 1942 Pío XII estaba plenamente enterado de la existencia de los campos de concentración nazis y de que en ellos se estaba llevando a cabo el exterminio sistemático de los judíos de Europa.

¿Por qué entonces en sus alocuciones radiales y en sus mensajes navideños, que se transmitían por la Radio Vaticana a numerosos países y en nueve idiomas, no los excomulgó y denunció llamando a las cosas por su nombre y diciendo “nazi” donde había que decir nazi, los victimarios, y “judío” donde había que decir judío, las víctimas? No, nada de eso. Se perdía en una palabrería pía, empalagosa, mierdosa, hablando de vaguedades en nombre de la “civilización cristiana”.

La prudencia diplomática de este hombre curtido en las lides del lenguaje doble le impedía hablar claro, no fuera a incomodar al Führer y no le diera a éste por matar más judíos. Los defensores de Pacelli hoy dicen que de habérsele enfrentado abiertamente a Hitler, en lugar de los seis millones de judíos asesinados que fue los que hubo, éste habría matado a siete millones: a todos. Y así, por un pase de prestidigitador o como por la magia de Aladino, Pío XII se convierte para estos cínicos en el salvador de un millón de judíos.

Y al episcopado austríaco también hay que canonizarlo en bloque pues en bloque se arrodilló ante Hitler. Por ejemplo, cuando el Anschlus, el cardenal Innitzer, el arzobispo Waitz y los obispos Hefter, Pawlikowski, Gföllner y Memelauer emitieron una proclama aprobando la anexión de su país al Reich alemán y exhortando a sus fieles a apoyar al régimen nazi.

Y cuando el monstruo entró en triunfo a Viena lo recibieron con cruces gamadas colgando de las iglesias y en medio de un repique de campanas. Y ya tiene la respuesta, Su Santidad, a su pregunta de por qué permitió el Señor que le hicieran “eso” a “esa gente”: porque la Iglesia católica de Alemania y Austria (y en Alemania además la protestante) fue cómplice de Hitler. Como lo fueron también la Croacia de Ante Pavelic, de la Eslovaquia del cura Tiso, la España de Franco, la Italia de Mussolini y la Francia del régimen títere de Vichy, con todos sus obispos y toda su clerigalla. A monseñor Tiso, Jozef Tiso, presidente del Estado fascista de Eslovaquia por el apoyo de las SS hitlerianas y que puso tres divisiones con cincuenta mil soldados a disposición de Hitler, Pío XII lo recibía en el Vaticano, le dio el rango de gentilhombre papal y lo hizo obispo. Al final de la guerra Tiso huyó a Austria con todo su Gobierno pero lo ahorcaron. “Muero como mártir y defensor de la civilización cristiana”, dijo.

¿Qué entenderían este gentilhombre papal y Pío XII por “civilización cristiana”? ¿Las nueve cruzadas que devastaron a Constantinopla, a Jerusalén y a la “Tierra Santa”? ¿Los quinientos años de Inquisición? ¿El exterminio de las culturas aborígenes de América? ¿La misoginia, el antisemitismo, la homofobia? ¿La oposición a la libertad de culto, la ciencia y la libertad de conciencia? ¿El desprecio por los animales? ¿Los papas hijos de papa, sobrinos de papa, nietos de papa, asesinos de papas? ¿La “pornocracia”, como llamaba el historiador y cardenal Baronio a los 117 años en que Roma fue gobernada por los papas salidos de las vaginas de dos putas, Marozia y Teodora, y que le dio a la cristiandad a Juan XI, papa a los veinte años; Juan XII, papa a los dieciséis; y Benedicto IX, papa a los once?

Por Especial para El Espectador

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