Giro político en Corea tras posesión del presidente Moon Jae-in

Corea del Norte lanzó un nuevo cohete que, según declaraciones del Gobierno, podría alcanzar bases estadounidenses. Sin embargo, a pesar de la permanente hostilidad entre la Casa Blanca y Pionyang, el nuevo presidente de Corea del Sur promete bajarles el tono a las tensiones con su vecino del norte.

Pío García
16 de mayo de 2017 - 04:00 a. m.
Moon Jae-in, nuevo presidente de Corea del Sur, promete combatir la corrupción. / AFP
Moon Jae-in, nuevo presidente de Corea del Sur, promete combatir la corrupción. / AFP
Foto: AFP - YONHAP

Al día siguiente de su elección, el miércoles 10 de mayo, tomó posesión de su cargo el nuevo presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in. Reemplaza a la destituida y encarcelada expresidenta Park Geun-hye, cuyo mandato debía concluir en febrero de 2018. Por la condición de elecciones atípicas, el nuevo jefe de la Casa Azul no tuvo que esperar dos meses para tomar las riendas del país. Este cambio de gobierno significa un giro importantísimo en el orden doméstico y en los asuntos regionales, en particular respecto a las relaciones con Corea del Norte.

La elección que puso fin al mandato interino desde marzo pasado, cuando la señora Park fue retirada de su cargo, ocurrió en medio de la aguda crisis internacional desatada por las demostraciones de fuerza entre Estados Unidos y Corea del Norte.

La tensión entre ambos países se reavivó durante el mes de febrero, a raíz de los ejercicios militares conjuntos entre Estados Unidos y Corea del Sur y los bombardeos ordenados por Trump en Siria y Afganistán. Como respuesta, el presidente norcoreano, Kim Jong-un, aceleró los ensayos nucleares y de misiles de largo alcance. A pesar de los riesgos tan elevados de ser la primera víctima de una confrontación con la amenaza del uso de armas atómicas, el pueblo surcoreano depositó su confianza en el diálogo y la moderación de manera amplia. Al mismo tiempo, les dio prelación a la agenda interna y la lucha contra la corrupción sobre la política exterior, por más delicada que ésta se haya tornado.

Insistir en la recuperación económica, la transparencia administrativa, el empleo juvenil y un mayor control de los conglomerados industriales y financieros —chaebols—, por encima de la respuesta militar a Corea del Norte, fue la fórmula exitosa, gracias a la cual el Partido Democrático dobló los votos de sus opositores conservadores y militaristas, a saber: el empresario de las telecomunicaciones Ahn Cheol-soo, del Partido Popular, y Hong Joon-pyo, del liberal.

La presidencia de Moon pone fin a una década de actitud tolerante con la corrupción y agresiva hacia el vecino del norte. La reorientación del país en ambos frentes puede llegar a ser notable. De acuerdo con la promesa de campaña, las principales iniciativas domésticas se dirigirán a establecer una severa legislación contra el ingreso de financiación soterrada en las campañas electorales, un mayor control de las actividades de la industria y el sector financiero, con el fin de extender la tributación y favorecer el trabajo del segmento juvenil —el más afectado por las tasa creciente de desempleo—, y posicionar aún más la competitividad del país auspiciando las tecnologías avanzadas. Entre ellas cuenta de manera considerable la “economía verde”, por medio de la cual el Gobierno procura reducir las emisiones de carbono de manera drástica, dado que los resultados hasta ahora han sido magros, a tal punto que Seúl se convirtió en la segunda ciudad más contaminada del mundo, después de Nueva Delhi.

Veinte años atrás, un paquete similar de medidas favoreció la elección de Kim Dae-jung, el presidente que forzó la reestructuración y especialización de los conglomerados económicos para sacar al país de la debacle producida por la crisis financiera asiática de 1997, que hundió a Indonesia, Tailandia, Filipinas y Japón, entre otros.

El control de las actividades de las grandes empresas fue continuado en 2003 por Roh Moo-hyun, hasta 2008, cuando el acceso de la promesa más neoliberal volvió a crear las condiciones favorables para la injerencia de los negocios en la política.

En el orden externo, el cambio con Moon es un intento de paliar la tensa relación con Corea del Norte por medio del diálogo y las medidas de confianza.

Es de esperar que, a pesar de la ardua campaña por parte de Washington contra Kim Jong-un, el nuevo mandatario procure reanudar el comercio y las inversiones con el país hermano, auspiciar los encuentros de las familias separadas por la guerra y fomentar los encuentros diplomáticos. Ello incluye esfuerzos para reactivar las rondas de negociaciones entre las dos Coreas, con la participación de Rusia, China, Estados Unidos y Japón, los principales poderes externos involucrados en el conflicto geopolítico.

Las credenciales para reactivar la economía y recuperar la transparencia y, por ende, la confianza popular en la administración las dan su trayectoria académica y de abogado defensor de los derechos humanos.

Pero no sólo eso. El respaldo para la gestión diplomática opuesta a la ofensiva militar contra el norte tiene una razón de ser: su ascendencia norcoreana. Es hijo de inmigrantes y además tiene experiencia como jefe de gabinete de Roh, quien sostuvo medidas de apertura económica y diplomática hacia Pionyang, conocida como la “política soleada”.

Moon se halla ante un desafío de marca mayor en ambos frentes. El lado productivo le va a requerir pasos firmes hacia la especialización aún mayor de la economía en las tecnologías avanzadas, dada la considerable pérdida de competitividad en la transformación respecto a países de costos menores, como Vietnam, Indonesia o la misma China. Por el lado diplomático, persuadir a Estados Unidos y a Japón de abrirle un espacio de tolerancia a Corea del Norte y a la oportunidad de la solución negociada de la escalada armamentista pone a prueba gestiones colosales. En ambos frentes, un socio primordial ahora es China, país con parte de la clave para resolver los enigmas asiáticos y mundiales.

Con Moon al mando, el reloj del tiempo en Corea del Sur repite las promesas de 1997. Si bien el poder disuasivo norcoreano ha crecido durante dos décadas, asimismo la capacidad estabilizadora china se ha multiplicado. En este caso, del tamaño de las dificultades es de igual modo la dimensión de los recursos disponibles.

Por Pío García

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