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Las heridas abiertas de Hiroshima y Nagasaki

La humanidad ha sido incapaz de reconocer el poder de destrucción masiva que tiene en sus manos, y en lugar de hacer una autocrítica amenaza con repetir sus errores. La tragedia de Japón, entre el 6 y el 9 de agosto de 1945, genera muchas reflexiones, pues la carrera armamentista nuclear aún amenaza al mundo.

Camilo Gómez Forero
09 de agosto de 2020 - 02:05 a. m.
Una pareja de ancianos reza por las víctimas de los ataques en el Peace Memorial Park, en Hiroshima.
Una pareja de ancianos reza por las víctimas de los ataques en el Peace Memorial Park, en Hiroshima.
Foto: EFE - DAI KUROKAWA

En Rapsodia en agosto, una de sus películas más íntimas, el director japonés Akira Kurosawa abordó, entre muchas cosas, una de las discusiones más profundas sobre la posguerra: el perdón. Al momento de su estreno habían pasado casi 45 años desde el 9 de agosto de 1945, día en que la bomba “Fat Man” fue lanzada a Nagasaki, Japón, matando entre 40 mil y 80 mil personas de manera casi instantánea. En el Parque de la Paz, ubicado a pocos metros del hipocentro de la explosión, Kurosawa muestra que hay esculturas que llegaron como muestra de solidaridad de parte de casi todas las naciones desarrolladas del mundo. Pero no de Estados Unidos, desde luego.

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Fue gracias a esos monumentos que Kurosawa no tuvo la necesidad de usar imágenes de la guerra para mostrar la devastación en la ciudad. Las barras de hierro deformadas en un parque para niños hablaron en su lugar. También una lápida de mármol reseca, que es regada por los visitantes, simboliza a quienes en sus últimos segundos de vida exclamaron por agua desesperados por el infierno en el que se convirtió Nagasaki aquel día, y los venideros.

La historia que sigue a la abuela Kane, quien va soltando más detalles sobre las víctimas a lo largo de la película, muestra cómo los sobrevivientes a la tragedia han sufrido en cuerpo y alma durante todos estos años. Algunos continuaron viviendo después de aquel día, aunque muertos por dentro. “Nunca ofrecieron disculpas”, dice Kane, lamentando la muerte de su esposo y reflejando la necesidad de las palabras de reconocimiento por parte de los victoriosos de la guerra.

Ahora se cumplen 75 años de esta tragedia y Estados Unidos continúa sin ofrecer disculpas por lo sucedido. No es común que lo haga. Ningún Estado lo hace, de hecho. Las disculpas que han emitido Alemania y Japón por las atrocidades cometidas en la guerra son atípicas, pues la regla general del mundo es “enterrar el pasado” por completo. Sin embargo, con cada aniversario se reviven los mismos debates. ¿Deberían disculparse? Washington defiende que fue un ataque justificable, pues era la forma más rápida de poner fin a la guerra, y de no haberlo hecho, dicen, los costos podrían haber sido peores. Sus críticos señalan que el ataque a Nagasaki, que vino tres días después del de Hiroshima, era innecesario y, por lo tanto, fue una masacre que deberían lamentar.

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“El mundo en el que vivimos es uno en el que los países blanquean rutinariamente su violencia pasada e incluso mienten sobre ella. A veces glorifican esa violencia”, dice Jennifer Lind, profesora de gobierno en el Darmouth College durante una entrevista en The Atlantic.

El gran problema con los actos de perdón por parte de los países, comenta Lind, es que no se tratan de una acción individual, sino una colectiva, como nación. Y como en esa entidad colectiva hay diferencias, ese acto de perdón puede provocar una polarización entre los ciudadanos que conforman el conjunto, causando un efecto no deseado. El mejor enfoque entonces es reconocer y recordar los errores de manera que enfaticen en el sufrimiento compartido por las naciones, “no a los perpetradores y a las víctimas”.

De hecho, en Hiroshima esa ha sido la tendencia. Los monumentos no especifican quién cometió el ataque, al cual sus habitantes califican de un “error” compartido por todas las naciones. Eso también lo muestra Kurosawa, quien a través de la abuela Kane apunta a la guerra como la causa del problema, no a Estados Unidos por haber lanzado la bomba.

En este sentido no solo Washington está convocado a reconocer lo que pasó. También Japón, quien por casi 12 años no reconoció a las víctimas de la “lluvia negra” que cayó después de las bombas e ignoró el peligro para la salud que dejaron estas en el ambiente. De hecho, hasta la semana pasada un tribunal japonés reconoció por primera vez un grupo de hibakushas, como se bautizó a las víctimas de la lluvia radiactiva, por los efectos de las bombas.

Tuvieron que pasar 75 años para que ellos pudieran acceder a ayuda médica por las enfermedades y discapacidades vinculadas a la exposición a la radiación. Este silencio de Japón durante tanto tiempo, dice Shoji Sawada, profesor emérito de la Universidad de Nagoya a la Deutsche Welle, se presenta también porque Estados Unidos no admite que la lluvia radiactiva contaminó a los japoneses. He ahí la importancia del reconocimiento de la violencia y los actos atroces.

Junto al debate sobre el perdón y el reconocimiento, cada aniversario también reviven las conversaciones sobre la abolición de las armas nucleares, lo que para muchos cada vez es un sueño más lejano y el cual es un debate que, aunque debería darse justo ahora, está olvidado.

La tragedia de Nagasaki parece haber quedado literalmente enterrada para las potencias en todo el mundo. En su momento se pensó que sería el fin de las guerras, como dijo la abuela Kane, pero estas continúan, y ese ataque solo fue el comienzo de la carrera armamentística que podría acabar con la humanidad. Las amenazas sobre las armas nucleares han aumentado estrepitosamente en los últimos años. Los científicos encargados de ajustar el llamado “Reloj del apocalipsis”, que representa la posible destrucción total de la humanidad, advirtieron a comienzos de 2020 que las condiciones de seguridad internacional son más peligrosas que antes: nunca hemos estado tan cerca de la autodestrucción.

Washington ha abandonado acuerdos importantes sobre el desarme nuclear. En 2019, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio entre Estados Unidos y Rusia caducó, mientras que el Start III, sobre las medidas de reducción y limitación de armas estratégicas ofensivas entre Moscú y Washington, está a tan solo ocho meses de vencerse, y no hay señales claras, ni tiempo, para su renovación. Estados Unidos está ahora en medio de una carrera electoral y ninguno de los aspirantes a la Casa Blanca se ha pronunciado sobre este delicado problema.

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El máximo desafío que enfrenta la Organización de Naciones Unidas, dice la alta comisionada para Asuntos de Desarme, Izumi Nakamitsu, es que las naciones son incapaces de sentarse a hablar, lo que conduce a que el Consejo de Seguridad no funcione como debe y que regresen las tensiones de la Guerra Fría, con muchas más alarmas que antes, pues ya no se trata solo de un conflicto entre Washington y Moscú.

La carrera armamentística se ha reforzado, pues las naciones cuando no confían en otras, se adentran más en el campo militar y no en el diálogo. Estas condiciones nos dejan en un espacio sin perdón, sin reparación y con más guerra por delante. Sin embargo, Nakamitsu mantiene la esperanza viva. “La historia nos muestra que incluso en los momentos de más tensión se puede avanzar hacia él. El ejemplo más clásico es el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares, firmado en 1963, solo un año después de la Crisis de los Misiles en Cuba”, dijo la alta comisionada en una entrevista con el semanario Alfa y Omega.

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