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Putin quiere lealtad, y la encontró en África

Mercenarios rusos del Grupo Wagner, que ahora lucha en Ucrania, dominan la República Centroafricana, un país rico en oro y diamantes. Mientras que las tropas francesas se han retirado, a Moscú parece interesarle contar con un gobierno complaciente en esta nación sin salida al mar.

Roger Cohen / The New York Times
26 de diciembre de 2022 - 06:30 p. m.
Imagen de archivo de un soldado francés: Francia completó este mes la retirada de todas sus fuerzas de la República Centroafricana. Hace seis años, contaban con más de 1600 efectivos.
Imagen de archivo de un soldado francés: Francia completó este mes la retirada de todas sus fuerzas de la República Centroafricana. Hace seis años, contaban con más de 1600 efectivos.
Foto: AFP - FRED DUFOUR

En marzo, cuando la invasión rusa de Ucrania iniciaba su tercera semana, un diplomático ruso que se encontraba a casi 4828 kilómetros de distancia, en la República Centroafricana, hizo una inusual visita al presidente del máximo tribunal de ese país. Su mensaje fue contundente: el presidente pro-Kremlin del país debe permanecer en el cargo de manera indefinida.

Para eso, el diplomático, Yevgeny Migunov, argumentó que el tribunal debía abolir la restricción constitucional que limita a dos los mandatos presidenciales. Insistió en que el presidente Faustin-Archange Touadéra, que está en su segundo mandato y se rodea de mercenarios rusos, debía permanecer en el cargo por el bien del país.

“Me quedé absolutamente atónita”, recordó Danièle Darlan, de 70 años, que en ese entonces era la presidenta del tribunal. “Les advertí que nuestra inestabilidad provenía de presidentes que querían hacer eterno su reinado”.

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El ruso no se inmutó. Siete meses más tarde, en octubre, Darlan fue destituida por decreto presidencial con el fin de abrir el camino a un referéndum para rescribir la constitución y abolir la limitación de mandatos. Eso consolidaría lo que un embajador occidental denominó el estatus de la República Centroafricana como “Estado vasallo” del Kremlin.

Con su invasión de Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin desató un nuevo desorden en el mundo. Ucrania presenta su estrategia contra el vasallaje ruso como una lucha por la libertad universal, y esa causa ha resonado en Estados Unidos y Europa. Sin embargo, en la República Centroafricana, Rusia ya se ha salido con la suya, con escasa reacción occidental, y en la capital, Bangui, ya se exhibe un tipo diferente de victoria rusa.

Mercenarios rusos del mismo tenebroso Grupo Wagner, que ahora lucha en Ucrania, dominan la República Centroafricana, un país rico en oro y diamantes. Su impunidad parece total mientras se trasladan en vehículos sin identificación, con pasamontañas que les cubren la mitad de la cara y portando de manera abierta rifles automáticos. Los grandes intereses mineros y madereros que ahora controla Wagner son razón suficiente para explicar por qué Rusia no quiere amenazar a un gobierno complaciente.

Desde Bangui, donde las fuerzas de Wagner roban y amenazan, hasta Bria, en el centro del país, y Mbaiki, en el sur, vi mercenarios de Moscú por todas partes durante una estancia de dos semanas y media, a pesar de las presiones para que rotaran con el fin de luchar en Ucrania.

“Amenazan la estabilidad, socavan la buena gobernanza, despojan a los países de sus riquezas minerales, violan los derechos humanos”, declaró la semana pasada el secretario de Estado, Antony Blinken, sobre los operativos de Wagner.

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Sin embargo, aunque se les teme, a menudo reciben a los rusos como una presencia más eficaz en el mantenimiento de una paz frágil, a diferencia de los más de 14.500 cascos azules de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas que se encuentran en este país devastado por la guerra desde 2014. Como en otros lugares del mundo en desarrollo, Occidente parece haber perdido el corazón y la mente de los ciudadanos. El marco del presidente Joe Biden para esta época —la batalla entre la democracia y la autocracia en ascenso— resulta demasiado binario. A pesar de la guerra en Ucrania, incluso debido a ella, los centroafricanos se muestran intensamente escépticos ante las lecciones sobre los “valores” occidentales.

La invasión de Ucrania por parte de Putin y la espiral inflacionista que ha generado han hecho más desesperada la complicada situación de esta nación sin salida al mar. Los precios de productos básicos como el aceite de cocina han subido un 50 por ciento o más. La gasolina ahora se vende en bidones o botellas de contrabando, pues las gasolineras carecen de ellos. El hambre está más extendida, en parte porque las agencias de la ONU a veces carecen de combustible para repartir alimentos.

Sin embargo, muchos centroafricanos no culpan a Rusia.

Cansados de la hipocresía y las promesas vacías de Occidente, muchas de las personas que conocí se inclinaban por apoyar a Putin frente a sus antiguos colonizadores de París. Si la brutalidad rusa en Bucha o Mariupol, Ucrania, horroriza a Occidente, la brutalidad rusa en la República Centroafricana se percibe de manera amplia como una ayuda para calmar un conflicto que ya dura una década.

“Cuando tu casa está ardiendo, no te importa el color del agua que usas para apagar el fuego”, comentó Honoré Bendoit, subprefecto de Bria, capital regional, a casi 450 kilómetros al noreste de Bangui. “Tenemos calma gracias a los rusos. Son violentos y eficientes”.

Eficaces, es decir, a la hora de destruir o dispersar a los grupos rebeldes que desde hace tiempo desestabilizan el país a través de una guerra intermitente que ha dejado decenas de miles de muertos desde 2012.

Cuando Touadéra fue elegido en 2016, tenía el control efectivo de cerca del veinte por ciento del país. A partir de 2017, desconfiado de su propio ejército y frustrado con una presencia militar francesa que juzgaba ineficaz, comenzó a recurrir a Rusia en un intento de restablecer el control sobre las zonas controladas por los rebeldes.

Ese año, Naciones Unidas aprobó una oferta del Kremlin para enviar instructores militares a las Fuerzas Armadas Centroafricanas. Los instructores desarmados se convirtieron en los mercenarios armados de Wagner. El año pasado, un informe de la ONU encontró pruebas de “fuerza excesiva, asesinatos indiscriminados, ocupación de escuelas y saqueos a gran escala”.

Como señal de la creciente animosidad de este conflicto, Yevgeny Prigozhin, el magnate ruso que dirige el Grupo Wagner y es cercano a Putin, acusó a Francia la semana pasada de enviar un paquete bomba que hirió gravemente a Dmitry Sytyi, que según funcionarios occidentales supervisa la extracción y el envío de diamantes de Wagner en la República Centroafricana. Francia rechazó la acusación.

La propaganda rusa es un asalto implacable y antioccidental, en gran parte canalizado a través de la popular Radio Lengo Songo. Marcelin Eenjikele, periodista de la emisora, me dijo que no podía dejarme entrar en el recinto amurallado de la radio porque “tenemos que pedir permiso a nuestros controladores rusos”.

Un colega suyo, que no quiso dar su nombre, gritó: “Somos una nueva generación. El espíritu de dominación y la Guerra Fría se han acabado para nosotros. No aceptamos su visión del mundo. Nuestros socios son rusos”.

No respondieron a una solicitud de reunión con Touadéra para hablar de la presencia de Wagner.

En respuesta a las preguntas sobre el tamaño, la violencia y el propósito político del Grupo Wagner en la República Centroafricana, Prigozhin respondió: “Todas sus preguntas son provocadoras. Si están dispuestos a ofrecer garantías legalmente formalizadas para la publicación de mis respuestas en su totalidad, entonces estoy dispuesto a hacer comentarios”. Una oferta de su oficina de comunicación para enviar un contrato con ese fin fue rechazada.

En un campamento para 36.000 desplazados en Bria, entablé conversación con Flora Assangou, madre soltera de tres hijos. Me dijo que algún día volvería a su pueblo, pero solo cuando hubiera seguridad. Le pregunté por las fuerzas de paz de la ONU.

“Solo patrullan las zonas”, aseguró.

“¿Eso ayuda?”, le pregunté.

Se rio.

Cuando los grupos rebeldes matan a alguien, Assangou dijo que las fuerzas de paz de la ONU —conocidas como MINUSCA— “toman una fotografía”. Pero “los rusos matan”, añadió. “Eso es diferente. Nos trajo algo de paz”.

Peter Schaller, que dirige la operación del Programa Mundial de Alimentos en Bangui, señaló: “Hemos pedido coordinación con los rusos, pero dicen que solo dependen del mandatario. Tienen poca o ninguna comunicación con nosotros”.

Cuando un camión blindado ruso sin matrícula se acercaba a toda velocidad, Yves Oueama, nuestro conductor, viró bruscamente a la derecha. “Los vehículos de Wagner nunca ceden el paso”, afirmó. “Si no te apartas de su camino, estás acabado”.

La carretera trazaba una línea rojiza a través del bosque desde Bria hacia Bambari, 209 kilómetros al suroeste. La mina de oro rusa de Ndassima, cuyas reservas fueron descritas como “enormes” por diplomáticos occidentales en Bangui, se encuentra entre las dos ciudades.

“Los rusos lo controlan todo”, afirmó Abdoul Aziz Sali, economista especializado en minería, y agregó que Wagner había creado empresas para explotar la región en busca de diamantes, oro y madera. “Son arrogantes y violentos. Cuando vienen a una reunión, ni siquiera se sientan”.

Ibrahima Dosso, jefe de la oficina del Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Bria, supervisa el campamento donde decenas de miles de personas que han huido de la guerra se alojan en chozas improvisadas, dependiendo de la distribución de alimentos de la misión y, una vez cada dos meses, de unos 50 dólares en efectivo. La electricidad procede únicamente de generadores y el agua, de pozos.

Dosso rara vez sale de su oficina, pero ese día, acompañado por una unidad zambiana de la MINUSCA que le proporcionaba protección, se dirigió a una aldea llamada Ngoubi y me invitó a acompañarlo. Un camión transportaba alubias, aceite de cocina y arroz de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.

Los habitantes del pueblo se reunieron mientras los sacos se extendían sobre una lona azul. Antes de recibir la ayuda, los hombres firmaron una lista presionando con los dedos índices mojados en tinta azul; las mujeres usaron la roja. Cerca de dos tercios de los centroafricanos son analfabetos.

Lucienne Wapi, de 48 años y madre de doce hijos, dijo que era muy complicado encontrar lo suficiente para comer y esa situación les dificulta poder dormir. Tenía un nieto en brazos, con el estómago hinchado por el hambre. Le pregunté si había paz en la zona.

“La paz no es solo la ausencia de guerra”, explicó. “Si no como ni duermo bien, significa que no estoy en paz”.

La embajada de Francia en Bangui está situada en un extenso terreno junto al río Oubangui. Se trata de una zona privilegiada, pero la embajada es un lugar conflictivo. El año pasado, un misterioso incendio en el último piso destruyó una octava parte del edificio. Este año, Jean-Marc Grosgurin, embajador francés, canceló la tradicional fiesta del 14 de julio, Día de la Bastilla, por las amenazas de movimientos juveniles prorrusos.

Francia completó este mes la retirada de todas sus fuerzas de la República Centroafricana. Hace seis años, contaban con más de 1600 efectivos.

Cuando le preguntaron por esta decisión, el Ministerio francés de las Fuerzas Armadas envió un comunicado en el que culpaba a las autoridades centroafricanas de haber elegido trabajar con un “actor no estatal, el Grupo Wagner, que comete de manera regular actos de violencia y abusos contra la población civil y es una empresa con ánimo de lucro cuyo modelo de negocio se basa en el saqueo de los recursos locales”.

El intento ruso de derogar la Constitución centroafricana —en realidad, un intento de reproducir en la República Centroafricana lo que Putin ha ideado para sí mismo en Rusia— fue dando sus frutos tras la reunión con Darlan en marzo. A finales de agosto, Touadéra anunció que había formado un comité para redactar una nueva Constitución porque “tanta gente ha alzado la voz para exigirla”.

Sin embargo, había subestimado a Darlan.

El 23 de septiembre, el Tribunal Constitucional dictaminó por unanimidad que los decretos presidenciales por los que se creaba el comité eran “inconstitucionales e inválidos”.

La sentencia provocó la furia contra Darlan de los partidarios de Touadéra que, a través de la Radio Lengo Songo, controlada por Rusia, y de diversos medios de comunicación social, convocaron a los manifestantes a las calles.

Darlan, cuyo mandato expiraba en 2024, fue destituida el 25 de octubre en lo que califica como una maniobra “grotesca”. El gobierno argumentó que ya no estaba calificada para dirigir el Tribunal Constitucional.

Tres días después, el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, emitió un comunicado en el que afirmaba que Estados Unidos “observa con profunda preocupación” la “destitución” de Darlan. “La independencia judicial es un principio central de la democracia”, afirmó.

Fue una intervención poco habitual. Estados Unidos, que paga alrededor del 25 por ciento de los gastos de funcionamiento de la MINUSCA y la mayor parte de la ingente ayuda humanitaria que llega a la República Centroafricana, ha adoptado en general una postura discreta ante las depredaciones de Wagner en ese país.

Este mes, dos senadores, Roger Wicker, republicano por el estado de Mississippi, y Ben Cardin, demócrata por Maryland, presentaron un proyecto de ley para designar a Wagner como grupo terrorista, citando, entre otras cosas, el tráfico y la violación de mujeres en la República Centroafricana. En respuesta, Prigozhin emitió un comunicado: “Nunca hemos traspasado los límites de lo permitido”.

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Por Roger Cohen / The New York Times

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