Mujer contra mujer

De cómo en un inaudito juicio colonial se acusó a dos mujeres de mantener relaciones homosexuales y a una de ellas de ser hermafrodita.

Tatiana Acevedo Guerrero*
04 de julio de 2010 - 04:30 p. m.

La historia de amor entre Martina Parra y Juana María Martínez estaba condenada al fracaso. Nacidas en Suesca (Cundinamarca) hacia finales del siglo XVIII, las dos mujeres llevaron una amistad sosegada hasta 1802, cuando una serie de impredecibles eventos cambiaron sus vidas para siempre. Todo comenzó con la muerte del marido de Juana María, en el mes de junio de aquel año. La soledad hizo que “a los pocos días” la nueva viuda invitase a Martina a vivir con ella.

La vida transcurrió normalmente hasta que una mañana de septiembre, las amigas decidieron ir hasta el municipio vecino de Nemocón en busca de una carretilla de leña. En el camino hubo sol, humedad y chicha. Según el relato de la propia Juana María, el sopor de la tarde y el poder de la fermentada bebida la sumergieron en un estado tal de somnolencia, que se vio forzada a proponer que tomaran una corta siesta en una de las zanjas laterales del camino. Cuando despertó su amiga tenía la mano “dentro de sus naguas”. Y entonces “pecaron”.

Volvieron hasta la casa caminando, pero “nunca nada volvió a ser lo mismo”. Tal y como confesó Juana María, a partir de aquella noche no sólo compartieron casa, sino también cama.

La pareja fue denunciada y apresada por las autoridades de Suesca en octubre de 1803. Martina y Juana María fueron acusadas de vivir juntas —“en amancebamiento, mal estado y vida impura”— y de mantener relaciones “unisexuales”, “contranaturales” y “subnormales”. Ante la difícil situación, fue la viuda Juana María quien tomó la iniciativa y testificó primero. Tras narrar el erótico paseo a Nemocón, la acusada trató de justificar su proceder afirmando que su amante tenía un pene escondido, que salía a la luz cuando llegaba el “tiempo de pecar”.

La escandalosa declaración tomó por sorpresa a los vecinos de Suesca, que no pensaron más en la “unisexualidad” de las acusadas, sino en el carácter inaudito y profundamente “anormal” de Martina Parra. Al haber sido acusada de hermafrodita, perdió su derecho a testificar.

El recién descubierto “monstruo”, que tenía “de hombre y de mujer”, debía ser juzgado y castigado duramente. El confundido alcalde de Suesca, quien se negó a comprobar por sí mismo las degeneraciones de “la Martina”, remitió inmediatamente el caso al Corregidor de la Provincia. El corregidor se limitó a escribir una larga misiva a sus colegas de la capital del reino de Nueva Granada, en la que resaltó los posibles descubrimientos científicos que permitirían el hallazgo de tan espeluznante espécimen.

Una vez en Santa Fe, Martina Parra fue aislada en una celda, sin comunicación alguna con otras internas a quienes hubiese podido “poner en peligro”. Sin embargo, los expertos facultativos de la Escuela Físico-Médica y Quirúrgica no encontraron “nada anormal” en la reclusa. Según su dictamen, Juana María pudo haberse confundido al tocar el clítoris de su compañera, “Una partecilla semejante al glande o miembro viril pegada debajo de los labios mayores, la cual adquiere longitud y dureza según la edad y la concupiscencia”.

De vuelta en Suesca la aturdida Martina Parra fue escuchada ante las autoridades por primera vez. En su declaración negó haber tenido relación alguna con Juana María. Afirmó no haber dormido nunca con ella, expresó incluso que hubiera preferido dormir con las “ovejas” en el patio de la casa. Renegó de sus años de amistad y del cariño que alguna vez le profesó.

En el Folio 226, Fondo Criminales y Juicios, del Archivo General de la Nación, reposa la evidencia del fin de la historia de amor entre Martina y Juana María.

*Antropóloga,  profesora de  la Universidad Nacional acevedo.tatiana@gmail.com

Por Tatiana Acevedo Guerrero*

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