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Carlos Vicente de Roux

Su permanente lucha a favor de los derechos humanos y contra la corrupción en Bogotá lo hace un ave rara de la política.

Cristina de La Torre / Especial para El Espectador
11 de diciembre de 2010 - 08:50 p. m.

Lejos de las sectas de izquierda, de la guerrilla y de los partidos tradicionales, se dice parte de quienes “fuimos exiliados en nuestra propia tierra” por la dura tenaza de las extremas. Hoy exaltado como segundo mejor concejal de Bogotá y miembro de la comisión que denunció la corrupción de su gobierno, en Carlos Vicente de Roux brilla un hálito de rectitud que le ha hecho fama y podría encumbrarlo a la alcaldía de la capital. A diferencia de Petro, él permanece en el Polo, según dice, para dar la batalla por una apertura de su partido hacia otros demócratas y por derrotar la venalidad que rodea a la administración del Distrito.

Ernesto Samper, Carlos Pizarro y Noemí Sanín fueron sus compañeros de aula en la Universidad Javeriana. Un destino menos previsible le esperaba a él. Por rebelde y por dedicar tantas horas a la lectura de El capital de Marx, salió expulsado del claustro católico. Aunque desoyó la invitación de Pizarro a ingresar en el M-19: “no tuve la suficiente dosis de coraje y de locura”, confiesa. Aterrizó en el Externado, donde se hizo abogado. Hombre de acción y de ideas, este caleño de finas maneras fue consejero presidencial para los Derechos Humanos en los gobiernos liberales de los años 90 y juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Ahora le espera batallar como minoría para devolverle al Polo la credibilidad perdida. Habrá de concitar sanción social y política contra quienes en su seno convirtieron la política en negocio particular.

Mas, para algunos, la denuncia se malogró; no ofreció pruebas. Caso contrario, hubiera dado lugar a la “refundación” del Polo. Pero De Roux no se sitúa en el terreno de los jueces, sino en el de la acción ciudadana y el control político. La verdad, sostiene, es que la comisión demostró una elevada concentración de los contratos del Distrito en pocas manos; una agresiva avanzada hacia la contratación directa, a dedo, sin licitación; y la adjudicación de grandes paquetes de contratos a una red de sociedades entrelazadas y lideradas por Emilio Tapia, hombre de la cuerda de Iván Moreno.

Según De Roux, las declaraciones de Nule robustecen todo el caudal probatorio ante los jueces penales. Por su parte, la comisión espera pronunciamientos políticos del Polo y de su comité de ética, en relación con los hermanos Moreno. “En Colombia —explica— la política se ha hiperpenalizado. El espacio de deliberación política sobre fenómenos de corrupción y violencia se cierra en favor de la justicia penal. Ya no hay sanción política del electorado sin condena judicial previa. Pero el control y la sanción no son sólo legales; son también políticos y sociales. Se equivocan las directivas del Polo: en vez de coger el toro por los cuernos, como lo hizo Lula cuando el PT se vio envuelto en escándalo parecido, sigue la política del avestruz de López Obrador en México, para dar al traste con su partido”.

 ¿Usted desdice de su pasado marxista?

D.R.: Es imposible hacer política convirtiendo El capital en libro sagrado. Además, el mundo ha cambiado. Y no todos los ensayos de socialismo resultaron edificantes. La izquierda que conocí en mi juventud era una constelación de sectas dogmáticas, capillas desconectadas de la gente y del país. Hasta cuando nació el Polo y, con él, la esperanza para la izquierda democrática. Una amplia alianza, madura, se medía en las grandes ligas. Pero traía el componente genético de la casa Rojas, que convirtió la política en negocio, hasta acabar con el partido.

¿Hay en el Polo gente proclive a las Farc?

D.R.: Casi todos los miembros del Partido Comunista se consagran a la acción política legal. Pero discrepo de su caracterización de las Farc. Demasiado benévola. No perciben el daño que la lucha armada le hace al país; ni que ella desquicia toda posibilidad de lucha democrática. Mi diferencia con ellos es ideológica. Claro, si hay allí quien auxilie a las Farc, deberá ser confrontado con las armas de la ley. En un partido pacífico como el Polo, eso es inadmisible.

 Con la cooptación de banderas de la oposición por Santos, ¿quedará la izquierda condenada a repetirse como colera del liberalismo?

D.R.: En Colombia hay espacio para otras alternativas. Batido el monopolio de la lucha armada, podrá desarrollarse un centro-izquierda. Iniciativas de este Gobierno sobre tierras y víctimas —que debemos apoyar aunque sean perfectibles— sólo podrán coronar venciendo a la reacción que anida en la Unidad Nacional. Pero, además, este Gobierno se queda corto en asuntos cruciales. Para Bogotá, por ejemplo, preserva el modelo de expansión anárquica de la ciudad sobre la Sabana. Monstruo urbano que expulsa a los pobres hacia la periferia, dispara los costos en servicios públicos, agrede al medio ambiente y no ofrece equipamiento social e institucional. Es una ocupación del territorio discriminatoria, desordenada y antieconómica.

De Roux no quiere “convertir la lucha contra la corrupción en un recurso electoral”. Acaso no necesite hacerlo. Ya él parece encarnar el prototipo de dirigente que tantos colombianos buscan: la antípoda del político mendaz. Ave rara en nuestro medio.

Por Cristina de La Torre / Especial para El Espectador

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