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La prehistoria de la marihuana en Colombia

Fue por accidente que Eduardo Sáenz Rovner, profesor de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional, comenzó a investigar la historia del narcotráfico.

El Espectador
14 de junio de 2008 - 05:13 a. m.

Escudriñando en los archivos nacionales de Estados Unidos, en busca de información sobre empresarios colombianos de los años 40 y 50, encontró un conjunto de folios que llamaron poderosamente su atención: “Colombia. Narcotics”.

Aquellos documentos equivalían a una especie de prehistoria del narcotráfico. Páginas oficiales sobre las primeras capturas de colombianos en el exterior. Registros sobre cultivos. Rutas para traficar. Pero entre todo aquel material, lo que más despertó su curiosidad fue enterarse de que en 1956 dos hermanos colombianos fueron capturados en La Habana acusados de traficar con drogas. Lo que hacía atractiva aquella historia eran los lazos familiares de los capturados. Rafael y Tomás Hernán Olózaga eran primos hermanos de Hernán Echavarría Olózaga, famoso industrial antioqueño. Más aún, por línea paterna eran descendientes de dos ex presidentes, Tomás Cipriano de Mosquera y Pedro Alcántara Herrán. Decidió seguirles la pista.

El libro publicado por la Universidad Nacional, La conexión cubana, fue el resultado de aquella pesquisa que comenzó siguiendo los pasos a esos dos colombianos en Cuba. En el libro controvirtió la versión según la cual Fulgencio Batista había comulgado con los narcos, que la proximidad de Cuba con Estados Unidos era la razón principal de aquel comercio ilegal, y que el negocio estaba en manos de los norteamericanos en la isla.

“Al terminar el libro no había cumplido con la idea original, que era un libro sobre Colombia”, comenta con humor Eduardo, quien hace unos meses publicó el que será uno de los capítulos de ese libro sobre Colombia: “La prehistoria de la marihuana en Colombia, consumo y cultivos en los años 30 y 60”. El capítulo ya es una provocadora insinuación. Para empezar, controvierte la hipótesis de Mario Arango y Jorge Child, convertida en paradigma en algunos círculos intelectuales, según la cual, la marihuana puede ser considerada como un “arma contrarrevolucionaria” contra las juventudes rebeldes latinoamericanas.

Según Sáenz esa visión exculpatoria, en la “que países como Colombia resultan víctimas de fenómenos inducidos desde afuera” no es correcta. En Colombia la marihuana “ya tenía una larga historia, antes de cualquier influencia norteamericana”.

También desmiente a Roberto Junguito y Carlos Caballero Argáez. No es cierto que los cultivos de marihuana en Colombia, antes de los años 60, correspondieran con pequeñas extensiones terrenales. Un informe confidencial del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia en 1952 señalaba que Santa Marta se había convertido en un, muy importante, origen de marihuana exportada a diferentes puertos de la Florida, adonde era enviada en buques que transportaban banano. “Mucho antes de que la Santa Marta Golden se hiciera famosa entre los consumidores norteamericanos, los colombianos ya sabían que la cannabis servía para algo más que para la fabricación de sacos de carga y cordeles”, concluye Sáenz. En el Valle, en Caldas y Antioquia ya se habían descubierto grandes cultivos.

De hecho, según un reporte del gobierno norteamericano, el uso de la marihuana en los Estados Unidos se notaba, particularmente, entre los latinoamericanos y la población de hispanohablantes. Fue cuando comenzó a notarse que los jóvenes anglos la consumían, cuando se desató la cacería de brujas.

Tampoco cree que sea cierta la relación entre pobreza y narcotráfico. Dice que ya existe suficiente literatura apuntando a que el narcotráfico se consolida entre comunidades con cierto desarrollo de su economía.

Asomarse a esta “prehistoria” permite entender con más claridad por qué sucedió lo que sucedió más tarde. La marihuana fue catalogada como “el peor de los males”, por el director del FBN Harry Anslinger, para quien “el uso prolongado de marihuana… usualmente lleva a la locura, lo mismo que al crimen”.


¿Cree que tarde o temprano se legalizará la marihuana? Sáenz rehuye la pregunta: “Yo soy historiador. Trato de explicar lo que ya pasó”. Pero deja escapar un gesto de incredulidad. Añade que por ahora es improbable, “la opinión pública en Estados Unidos sigue siendo prohibicionista”.

¿Cuántos son los consumidores?

Existe en el país una percepción sobre el aumento en el consumo de drogas, pero el último estudio sobre el tema tiene 11 años, cuando debería hacerse cada tres. Por ello, la Dirección Nacional de Estupefacientes, la Organización de Naciones Unidas y la Embajada de Estados Unidos  se unieron para realizar la Encuesta Nacional de Hogares.

El estudio tiene un costo de 1.500 millones de pesos y abarcará todos los municipios de más de 30 mil habitantes y serán más de 40 mil encuestas. La licitación ya se cerró y el contrato se entregará en las próximas semanas.

Los resultados se conocerán en septiembre próximo.

“Preocupa que se está produciendo una mayor cantidad de marihuana, pero estamos especulando porque no tenemos estudios suficientemente profundos en cuanto a la magnitud del problema”, explicó Carlos Albornoz, director Nacional de Estupefacientes.

Afecta las emociones y el aprendizaje

Los efectos que puede producir en el cuerpo el uso continuo de marihuana no dejan de causar debate. Una investigación de la Universidad de Melbourne asegura que más de cinco cigarrillos al día durante diez años seguidos dañan el cerebro.

El 9 Tetrahidrocannabinol (THC) es el principal componente psicoactivo de la marihuana. Es liposoluble y, según  los estudios conocidos hasta ahora, por ello tiende a ubicarse en el cerebro donde se concentran las células ricas en grasa. La vida media del principio activo en el organismo es de una semana.

Esta investigación en Melbourne es la primera de este tipo hecha en humanos. Diez consumidores habituales de la marihuana, todos de 39 años, se sometieron a resonancias magnéticas cuyos resultados fueron comparados con los de 16 pacientes no consumidores.

Los daños en el cerebro de los fumadores se ubicaron en el hipocampo, que es la parte encargada de regular las emociones, la memoria y el aprendizaje. También se detectaron daños en la amígdala, lo que se relaciona directamente con el miedo y los comportamientos agresivos.

“Los consumidores de cannabis también han registrado peores resultados que el grupo de control en el aprendizaje verbal, aunque no hemos podido correlacionarlo con la reducción del volumen”, se concluye en el estudio.

Por El Espectador

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