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Así llegamos a un nuevo mundo

¿Cómo recibieron en el Instituto de Astrofísica Espacial, en Francia, el primer aterrizaje del hombre en un cometa? ¿Por qué es tan importante este hallazgo? Un colombiano que trabaja en esa entidad relata su experiencia.

Juan Diego Soler*
13 de noviembre de 2014 - 02:46 a. m.
Investigadores de la Agencia Espacial Europea celebran el aterrizaje. / AFP
Investigadores de la Agencia Espacial Europea celebran el aterrizaje. / AFP
Foto: AFP - REMY GABALDA

Cuando abrí los ojos, una hora antes de la maniobra final, las noticias no eran alentadoras. Los propulsores de Philae, la primera sonda construida por el hombre para aterrizar en un cometa, no habían respondido. A pesar de esta falla, los científicos de la misión en el Centro Europeo de Operaciones Espaciales en Darmstadt, Alemania, dieron la aprobación para un riesgoso aterrizaje. Ahora Philae solamente podría aferrarse al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko usando un par de arpones y los taladros automáticos en las tres patas de la sonda.

Para cuando salí de mi casa, la cuarta revisión de los sistemas de Philae había aprobado la maniobra de aterrizaje. Comenzaban las horas de terror. Todo dependía ahora de la precisión de las estimaciones de los ingenieros de la misión, que esperaban corregir los efectos del viento producidos por la emisión de gases del cometa y el cambiante campo gravitacional generado por su giro y su forma irregular.

La separación del vehículo Philae de Rosetta, sonda en la que había viajado durante los últimos 10 años, era inminente y yo tenía más o menos una hora para alcanzar el tren que me lleva desde el centro de París hasta el Instituto de Astrofísica Espacial (IAS), en donde teníamos planeado ver el aterrizaje. Sin separarme más de un segundo del celular, en donde observaba las actualizaciones que enviaba la Agencia Espacial Europea (ESA), veía que en la primera página de los diarios que leían los parisinos taciturnos y aún adormecidos estaba la foto de Philae y del cometa 67P/C-G.

El personaje del día en el IAS fue Jean-Pierre Bibring, jefe científico de la sonda Philae, compañero de edificio y orador habitual en todas las reuniones sociales del laboratorio. Aunque sabíamos que había viajado al Centro de Operaciones en Darmstadt, todos preguntaron por él. Se preguntaron, también, cómo hicieron para bajar desde el segundo piso hasta la recepción del IAS el modelo a escala real de Philae. Habitualmente pasaba desapercibido.

Entonces resonaban en mi cabeza las palabras de Jean-Pierre sobre cómo los chorros de gas expedidos por el cometa y su forma irregular podían poner en peligro el aterrizaje de Philae. Cuando se construyó, los científicos imaginaban que el cometa que intentaría abordar sería regular como una uva pasa. Apenas podían creer que el cometa 67P/C-G en verdad se parece más a un patito de goma del tamaño de la isla de Providencia y que está girando continuamente.

Al mirar por la ventanilla del tren abarrotado me preguntaba qué significarían las imágenes enviadas por Philae desde la superficie del cometa. La aparición de un cometa en el firmamento fue durante muchos siglos un suceso que sembró temor y superstición entre nuestros antepasados. Incluso se creía que alteraban la noción de un cosmos inalterable y bajo un orden divino. Ahora que un instrumento hecho por el hombre se posaba sobre uno de ellos veríamos la superficie desolada de un trozo de hielo cubierto de polvo.

***

Nuestra comprensión de los cometas ya había cambiado cuando las observaciones y los cálculos de Isaac Newton lo llevaron a concluir, en su legendario libro Principia Mathematica, que estos objetos eran “una especie de planetas que giran en órbitas muy excéntricas alrededor del sol”. Siguiendo esta idea, su amigo y astrónomo inglés Edmond Halley identificó en 1707 que los cometas de 1531, 1607 y 1682 eran el mismo en apariciones separadas por intervalos de 75 años y predijo el regreso del cometa que hoy lleva su nombre. Cuando el cometa Halley apareció en el cielo en febrero de 1986, su llegada fue para muchos como el regreso de un viejo amigo.

Desde los tiempos de Edmond Halley, los astrónomos han identificado un sinnúmero de cometas, algunos visibles a simple vista, como el Hale-Bopp, que pasó cerca de nuestro planeta en 1996. Otros han sido observados a través de instrumentos, como el Shoemaker-Levy 9, que se estrelló contra el planeta Júpiter en 1994. El Hale-Bopp fue uno de los más observados por los científicos y el espectro de la luz de su cola reveló la presencia de numerosas sustancias orgánicas. Desafortunadamente, para muchos, el paso de los cometas está aún ligado a la superstición, como se evidenció con el suicidio colectivo de los 39 de miembros de la secta Heaven’s Gate, que creyeron que el cometa precedía una nave extraterrestre que los transportaría a otra dimensión.

Hoy sabemos que los cometas provienen de un cinturón alrededor del sistema solar, más allá del planeta Neptuno. Este lugar está poblado de rocas y trozos de hielo, algunos tan grandes que podrían cubrir la mitad de la superficie de Colombia, otros tan pequeños como las partículas del humo de un cigarrillo. La mayoría de estos objetos se formaron al mismo tiempo que el sistema solar, cuando el sol estaba rodeado de la nube de escombros de donde salieron todos los planetas. Es por eso que las muestras que pueda analizar Philae tienen las pistas sobre el pasado de la Tierra.

Desde los tiempos de Newton se sospecha que nuestros océanos fueron creados por el impacto de un cometa y que la vida se originó a partir de las sustancias orgánicas que viajaban en su interior.

Hace unas tres décadas se difundió la idea de tener una misión que pudiera traer a la Tierra muestras de un cometa. Idea que fue descartada por su alto costo. En su lugar se decidió que si no se podían llevar muestras de un cometa a un laboratorio, se construiría un laboratorio para llevarlo al cometa. El resultado es Rosetta. El laboratorio es Philae. Y las maniobras de aterrizaje están a punto de comenzar.

***

Llegué al IAS con el corazón en la mano. La recepción del edificio parecía lista para una fiesta de cumpleaños. Había fotógrafos, afiches y gente que nunca había visto en el instituto. Alguien habló con Jean-Pierre Bibring y parecía que él no estaba preocupado por el fallo en los propulsores de Philae. Eran las 9:35 a.m. en París (en Colombia, las 3:35 a.m.). Philae se acababa de separar de Rosetta y ahora teníamos que esperar 28 minutos para saber cómo iba la maniobra. 10:03 a.m.: Philae había sido liberada por Rosetta y en esos momentos se aproximaba lentamente a la superficie del cometa. A partir de allí todo el proceso estaría automatizado. La mente de todos estaba a 766’627.215 kilómetros de la Tierra.

Cerca de mediodía, después de una pausa de dos horas, Philae restableció la comunicación con la Tierra. Comenzó a llegar más gente al laboratorio. Había afiches explicando las fases del aterrizaje, modelos a escala de Rosetta y Philae. Era una fiesta. En las oficinas del piso de arriba, los investigadores del equipo de Bibring veían las primeras imágenes: una foto en blanco y negro de un destello de luz. Luego, una del contorno de un rectángulo sobre un fondo oscuro. Era la confirmación de que Philae se había separado de Rosetta.

Para las 5 de la tarde no cabía un alma en la sala. Pasaban más cosas en la imaginación que en la pantalla. Los hijos de los científicos que desarrollaron la cámara CIVA, con la que se tomaron las primeras imágenes de la superficie, jugaban en las esquinas de la sala mientras los adultos seguían los discursos. De repente, en la pantalla, los científicos de la Agencia Espacial Europea se abrazaron y aplaudieron. En la sala mis compañeros de edificio aplaudieron y vitorearon, apagando el sonido de las declaraciones de victoria que se daban en todos los acentos que aguanta el inglés. No hubo efectos especiales, no hubo respuestas inmediatas, pero cundieron la felicidad y la esperanza después de haber logrado lo imposible. Comenzaba la interpretación de los datos, la búsqueda de pistas, los debates científicos, las sorpresas.

El lunes hace 96 años, las naciones de Europa concretaban el acuerdo de paz que acababa con la barbarie de la Primera Guerra Mundial. Hoy trabajan juntas para alcanzar un cometa.

 

* Investigador colombiano del Instituto de Astrofísica Espacial (Francia).

Por Juan Diego Soler*

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