Publicidad

Atentamente, Andrés

Una calurosa tarde, en una olvidada casita en el monte, un niño se arrodillaba frente a un pesebre de Navidad.

Juan Pablo Rodríguez Morales
24 de diciembre de 2014 - 02:37 a. m.

Junto a un arbolito de Navidad con poca decoración, Andrés levantaba, con ojos cerrados y corazón abierto, al viento una oración: “Jesús niño, tú, hijo de Dios,/ te agradezco por este año/ que tan rápido nos pasó./ Te pido por mamá y papá,/ y por todo lo que tú/ nos quieras dar en Navidad”.

Terminada su plegaria, sonrió mirando al árbol y de pie, frente a la ventana, se ubicó. Escuchó un ruido como un acorde de arpas, se alejó presto de la ventana y junto al arbolito de Navidad, lo vio. ¡Era un ángel como los del pesebre! Andrés, un poco asustado, preguntó:

—¿Eres un ángel?

—Así es —sonriente, el ángel respondió.

El pequeño habló con el ángel hasta que se ocultó el sol, era tarde y a su madre enojaba que Andrés tarde se acostara; el ángel, al ver llegar el ocaso, dijo a Andrés: “Me mandan a decirte que en Navidad, el mejor regalo, Dios te dará”. Andrés no preguntó más, se despidió del ángel y con sonrisa brillante se fue a dormir, al otro día debía ir a estudiar.

En el recreo se juntó con dos amigos que también ansiaban la llegada de la Navidad, se preguntaban qué regalos hallarían bajo el árbol el día veinticuatro. “A mí me darán un videojuego de nueva generación”, alardeaba Ramón. “Yo pedí unos tenis nuevos”, decía ilusionado Pedro. Andrés no sabía qué le darían, así que de nada se jactaría, sólo esperaría con ganas que llegara el día en que el ángel dijo que su regalo recibiría.

Lentos los días pasaron, y el veinticuatro casi cojeando llegó, ese día su madre temprano lo mandó a la cama y lo acostó, mas no podía cerrar sus ojos por la impaciencia de su regalo poder abrir; al tiempo su sueño lo venció, sus ojos cerró y su ansiedad se calmó. Pero en la mitad de la noche un ruido rompió el silencio, alguien estaba en la puerta, ¿quién podría haber sido? Andrés asustado se levantó, y con ojos entreabiertos a la sala se dirigió; allí lo vio, su regalo junto al árbol se encontraba, no era un juguete ni zapatos de marca, era un escuálido joven en uniforme de soldado. “¿¡Hermano!?”, gritó Andrés extasiado. Era su hermano que del frente había vuelto.

“…al día siguiente comimos natilla y buñuelos, vinieron los primos, un par de tíos y mis abuelos; cantamos villancicos hasta que las estrellas volvieron a vestir el firmamento.

Tal vez no recibí consolas de juego, carritos de plástico o algún calzado nuevo. Pero el regalo que cruzó esa puerta me dio más dicha que todo eso junto. Y hoy, un año después, le pido al niño Dios que a todos los niños de Colombia les dé un regalo tan bonito como el que me visitó esa noche y que la gente entienda que el amor te hace sentir mejor que cualquier prenda y te hace más feliz que cualquier juguete”.

Por Juan Pablo Rodríguez Morales

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar