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Cuando la delgada frontera entre el amor y la amistad se rompe

Al cruzar el límite, el orden de lo social parece alterarse. Aquí percepciones desde las historias inmortalizadas por la literatura.

Redacción Actualidad
20 de septiembre de 2014 - 04:30 p. m.
Cuando la delgada frontera entre el amor y la amistad se rompe

Se ha comparado muchas veces la amistad con el amor, en ocasiones como pasiones complementarias y en otras, las más, como opuestas. Si se omite el elemento carnal, físico, los parecidos entre amor y amistad son obvios. Ambos son afectos elegidos libremente, no impuestos por la ley o la costumbre, y ambos son relaciones interpersonales”, afirma Octavio Paz en La llama doble, un libro que si bien escribió durante dos meses, tuvo una construcción previa que se remonta a su adolescencia, cuando leía comedias, tragedias, novelas y poemas. Esas lecturas —dice— alimentaron sus reflexiones e iluminaron sus experiencias.

El nobel de Literatura mexicano explica en su ensayo que para hablar de ambos sentimientos debe hacerse una primera diferenciación: es posible estar enamorado de una persona que no corresponda a ese amor, pero no es posible una amistad sin reciprocidad. Y a diferencia del amor, la amistad no nace de “la vista”, sino de la afinidad de ideas, de sentimientos o inclinaciones. El sentimiento parece más complejo e incluso más profundo.

En esa discusión también hay que tener en cuenta que cuando surge el amor, todo es sorpresa, “(es) el descubrimiento de otra persona a la que nada nos une excepto una indefinible atracción física y espiritual”. Pero hace una diferenciación mucho más concreta: el amor es instantáneo porque surge de un flechazo, en cambio la amistad nace a partir del intercambio frecuente y prolongado. Es decir, requiere tiempo.

Sin embargo, a pesar de las diferencias, entre ambos sentimientos hay una delgada frontera que en muchos casos se desdibuja. Cuando se cruza el límite parece existir una ruptura del orden social, como lo puntualiza Paz.

Así ha sucedido con diversas historias que han quedado inmortalizadas en la literatura. A pesar de que en muchos casos los papeles de conquistador-conquista parecen estar muy claros desde un principio, en el desarrollo de las historias pueden transformarse.

Por ejemplo, en Hombre lento, de J.M. Coetzee, el fotógrafo Paul Rayment establece una relación cercana con Marijana, la enfermera croata que se dedica a cuidarlo en el momento en que él pierde una pierna en un accidente en bicicleta. El protagonista le ofrece su amistad, pero al enamorarse, se aventura a recorrer un camino incierto. Su objetivo consistirá en conquistar a aquella mujer como última esperanza de vida. Algo distinto ocurre entre Vania y Natasha en Humillados y ofendidos, de Dostoievski. Ella decide renunciar a estar junto a Vania tras fugarse con Aliosha, el hijo de un príncipe. Aun así, el joven derrotado no deja de brindarles su respaldo a ella y a su familia, sin importar las afrentas que deba recibir pese a que Natasha haya optado por alejarse de su lado.

Octavio Paz, en su análisis, le pregunta a Montaigne sobre la pertinencia de la unión entre amistad y amor. El escritor renacentista, si bien considera que esa unión sería deseable, cree que es improcedente: “Aparte de ser una unión para toda la vida, el matrimonio es el teatro de tantos y tan diversos intereses y pasiones que la amistad no tiene cabida en él”. Paz, por el contrario, se resiste a incurrir en anacronismos y le responde que las relaciones formales modernas ya no son indisolubles: “La amistad entre los esposos —un hecho que comprobamos todos los días— es uno de los rasgos que redimen el vínculo matrimonial”.

A pesar de las diferencias y similitudes, el amor como la amistad se reclaman actualmente como pasiones complementarias. “El amor es trágico y la amistad es una respuesta a la tragedia”, concluye Paz. 

Por Redacción Actualidad

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