Cuando nos quitamos el antifaz

Un psiquiatra de la Universidad de Harvard y miembro del panel de Expertos en Salud Mental de la OMS en Ginebra, Suiza, escribió ‘La locura lúcida’ (Panamericana), para que descubramos la verdadera personalidad de antisociales, narcisistas y borderlines.

CARLOS E. CLIMENT * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
24 de mayo de 2014 - 09:00 p. m.
/ 123RF
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A pesar de sufrir severos trastornos mentales, los antisociales y los narcisistas posan de personas de conductas y razonamientos intelectuales aparentemente normales. Se incluyen, en este libro, las personas con rasgos borderline, porque, si bien se trata de personas de apariencia normal la mayor parte del tiempo, en sus crisis actúan de manera impulsiva y no pocas veces irracional. Sus comportamientos son autodestructivos y pueden, sin proponérselo, hacerles daño a otras personas. Pero, a diferencia de los otros dos trastornos, las acciones del borderline no son manipulativas ni premeditadas, ni buscan un beneficio personal.

La utilización del término bordeline en vez del más castizo, pero excesivamente largo “Trastorno limítrofe (fronterizo) de la personalidad” obedece a obvias razones de simplicidad práctica, pero también al hecho de que es como se lo conoce en el ámbito internacional.

El objetivo del libro es describir a los enfermos de los tres trastornos para que sus víctimas puedan identificarlos, se protejan de sus acciones y, en la medida de lo posible, puedan ayudarlos. Las personas con las conductas disimuladas descritas conforman un grupo mayor que lo sospechado y que lo establecido por las estadísticas médicas. Van por el mundo con el disfraz de la normalidad, razón por la cual muchas veces en el texto se los designa como camuflados, viviendo las consecuencias de su trastorno y haciendo sufrir a todos los que los rodean, en especial a sus seres queridos.

Son personas que no llenan todos los requisitos para ser diagnosticados oficialmente como sufriendo de estos trastornos, porque sólo tienen unos pocos síntomas (rasgos). En consecuencia, no son identificados como enfermos, pero su severidad es suficiente para generarles muchas dificultades y torturar a sus allegados.

La forma disimulada del antisocial constituye una presentación temible porque se enquista en las relaciones interpersonales, en las familias y en la sociedad para cometer desde faltas “menores” hasta violaciones mayúsculas de los derechos ajenos, siempre de manera camuflada (hasta cuando son descubiertos). Manifiestan su patología por una falta de respeto hacia las normas establecidas y por una indiferencia notable hacia el sufrimiento de los demás.

El narcisista no le reconoce méritos ni le da la razón a nadie, pero suele creerse con derecho a todo sin merecerlo. Habla e interactúa con gran sensatez con los demás, pero no deja de ser prepotente, egoísta, grandioso y egocéntrico. Puede mostrar comportamientos suaves, pasivos y sufridos o se puede manifestar como dominante y agresivo.

El narcisista merece su inclusión en este texto cuando sus características clínicas son abundantes, en cuyo caso se le considera un “pariente cercano” del antisocial camuflado. La habilidad de este personaje para manipular es enorme, por eso no es extraño que tanta gente caiga como víctima de sus acciones. Sus actos, realizados en plena conciencia, siempre son dañinos para los demás e invariablemente se cubren con el manto del disimulo para eludir los radares de la sociedad.

Cuando publiqué Los tiranos del alma (Panamericana, 2010) pensé que los pocos párrafos del capítulo sobre los trastornos de la personalidad eran suficientes como información general sobre estos temas. Además, los familiares que tenían que convivir con estos enfermos consideraban que se trataba de características que les tocaba aguantarse porque sus parientes “eran así”.

Pero con el tiempo me di cuenta de que las formas camufladas de estos trastornos, incluidos los rasgos borderline, ocurren con una frecuencia mayor de la que aparece en las rígidas estadísticas médicas. Mis pacientes y mis lectores me relataron reveladoras historias de allegados con estas perturbaciones que les hacían la vida imposible.

Destacar su anormalidad oculta detrás de una aparente lucidez es requisito fundamental para que la gente los conozca, los ayude cuando sea posible y se defienda de sus acciones en apariencia inofensivas. De lo contrario, la gente está condenada a compartir su vida con ellos sin siquiera cuestionarlos.

En comportamiento humano no hay una sola enfermedad en estado puro y con mayor razón con relación a estos tres trastornos. Es muy difícil, por ejemplo, que un antisocial no tenga rasgos narcisistas y borderline. O que un narcisista esté totalmente libre de características antisociales o borderline. No sobra, por lo tanto, reiterar que los diagnósticos se determinan por la preponderancia de los síntomas que corresponden a una condición dada, lo cual no excluye que haya síntomas similares en una misma persona de las tres condiciones clínicas.

*Exjefe del Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle.

Por CARLOS E. CLIMENT * ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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