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El camino del perdón

Margarita Sánchez Rivas perdió a su hermano, el mayor Elkin Hernández Rivas, en noviembre de 2011, cuando las Farc lo asesinaron. Hoy sostiene que el odio sólo genera más odio y por eso fue capaz de perdonar.

María Camila Rincón Ortega
01 de octubre de 2014 - 03:33 p. m.
El camino del perdón
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El perdón ha sido para Margarita Sánchez Rivas un proceso tan largo como acostumbrarse a vivir sin su hermano Elkin Hernández Rivas, secuestrado por la guerrilla de las Farc hace 16 años y asesinado con un tiro de gracia el 26 de noviembre de 2011. Hoy, la voz no le tiembla para enfatizar que el odio sólo genera más odio y que, a pesar del arduo camino que ha recorrido con su dolor, este país necesita cerrar las heridas de una guerra que cumple 60 años.

Este conflicto, que a veces parece ser un eterno surco de violencia, se llevó al hermano de Margarita en uno de sus embates y le enseñó a asimilar su muerte como parte del ciclo vital: “Todos los días intento entender que Elkin está muerto, porque eso hace parte de la existencia, porque todos nos vamos a morir. Lo que pasa es que las circunstancias en las que a él le arrebataron la vida hacen el proceso más difícil. A mí nadie me va a devolver a mi hermano, nadie lo va a resucitar, pero el odio tampoco”, explica.

Por eso está convencida de que la violencia y el rencor en este país tienen que cesar desde todos los flancos, ella incluida. “Uno tiene que llegar a un punto de equilibrio entre lo que piensa, dice y hace. En ese proceso llegué a la conclusión de que el odio no lleva a ningún lado. Sí, todavía me duele la muerte de Elkin, pero yo no gano nada deseándole el mal a quienes lo asesinaron. Perdonar sin olvido no es perdón y el reto es que no he podido olvidar. Por eso digo que mi perdón ha sido un proceso largo y difícil. Ahora, si tú dices que no perdonas, pues estás generando más rencor”, añade.

Margarita también habla de reconciliación y enfatiza en que llegar a ese punto es muy complicado si las víctimas no reciben un acompañamiento profesional, como ocurrió en su caso: “A mi familia y a mí nos ha tocado llevar el duelo solos. Cuando ocurrió la muerte de Elkin y el asesinato de los otros tres uniformados, muchas organizaciones, instituciones y el mismo Estado nos dijeron que íbamos a tener las garantías y una ayuda psicológica, pero pasó la noticia y eso se quedó en palabras”. A los Hernández Rivas, el proceso de reparación no les llegó. Incluso, tiempo después, a los padres de Elkin les quitaron su pensión.

Pero Margarita insiste en que la tarea de ahora es allanar el terreno para “un camino más positivo y mirar qué elementos esperanzadores podemos lograr de todo esto. Es que algo es claro: no nos podemos quedar toda la vida resaltando únicamente el dolor, porque de ahí no sale nadie... ni nada”. Tal vez porque contribuir a una sociedad que no fomente el rencor es una especie de tributo hacia su hermano, ese confidente que le fue arrebatado.

“La relación de confianza que teníamos con Elkin era muy bonita: él vivía molestándome y yo le alcahueteaba todo. Muchos secretos se quedaron sólo para los dos, antes y después de que lo secuestraran y lo mataran. Me acuerdo que antes de que se lo llevaran las Farc, estábamos jugando aguinaldos y me llamó 43 veces para que yo cayera en el sí y el no”, cuenta Margarita con voz quebrada. El sentimiento, confiesa, que siempre la acompaña es el de extrañarlo.

Luego rememora una anécdota que asume como una de las grandes ironías de su vida: en los días previos a que Elkin ingresara al Ejército jugaban a los secuestrados. Pero Margarita no se detiene mucho en esa historia y pasa a contar una que su mismo hermano le recordó en una de las pruebas de supervivencia. El día que ella rompió una mata de caucho cuando intentó reprenderlo por ensuciarle el piso que acababa de limpiar. Margarita atesora cada uno de esos momentos y anhela que le hubieran dado la posibilidad de vivir más años con su hermano.

De ahí que enfrente ese sentimiento con la creencia de que los diálogos de paz en La Habana son una posibilidad para acabar con esta historia de violencia que ha padecido Colombia. Eso sí, de una manera reservada. “Yo veo la paz muy lejana porque eso no es que se firme un acuerdo y ya. Paz también son condiciones dignas de vida, salud, educación, trabajo. Una paz social. Ojalá por el bien de todos podamos lograrlo”, concluye.

Por María Camila Rincón Ortega

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