El espía que robó la bomba atómica

Detrás del premio Nobel de Física de este año se oculta la historia de Bruno Pontecorvo, un físico italiano que pasó a la historia como un traidor pero también como un genio que intuyó las propiedades de los misteriosos neutrinos.

Juan Diego Soler
14 de octubre de 2015 - 10:28 p. m.
El científico Carlo Franzinetti (izquierda) y el físico italiano Bruno Pontecorvo (derecha. ) / Wikipedia.
El científico Carlo Franzinetti (izquierda) y el físico italiano Bruno Pontecorvo (derecha. ) / Wikipedia.

La semana pasada el japonés Takaaki Kajita y el canadiense Art MacDonald compartieron el premio Nobel de Física por liderar los experimentos que llevaron al descubrimiento de la oscilación de los neutrinos, unas partículas que provienen de los fenómenos de alta energía en el universo y atraviesan nuestros cuerpos millones de veces cada segundo sin que nos percatemos de su presencia. La historia de este descubrimiento marcha en paralelo a la historia del siglo XX, al descubrimiento de la radiactividad, a la invención de los reactores nucleares y a la carrera armamentista durante la Guerra Fría. Uno de los personajes centrales de esta historia es recordado por algunos como un patriota y un físico brillante pero como un desertor y un espía por muchos otros. Esta es la historia de Bruno Pontecorvo.

La primera vez que escuché hablar de Bruno Pontecorvo no fue en una clase de física nuclear, fue mientras compartía una botella de ron con el poeta José Luis Díaz-Granados en una calurosa noche de verano en La Habana luego de haber visto La Batalla de Argel del director Gino Pontecorvo. Esta película, un clásico del cine mundial, describe la resistencia de los argelinos a la ocupación francesa y las acciones que llevaron a la independencia de ese país en 1962. Cuando mencioné la impresión que me causó la narrativa visual del director, José Luis no tardó en mencionar que si me había sorprendido el trabajo de Gino, más me iba a impresionar la historia de su hermano Bruno, “el genio científico que robó para los soviéticos el secreto militar más precioso de la Guerra Fría, la bomba atómica”.

Bruno Pontecorvo nació en Pisa en 1913 en el seno de una familia judíos italianos comerciantes de textiles. Destacado estudiante y talentoso tenista, a los 23 años Bruno se unió al grupo de investigación del gran físico nuclear Enrico Fermi en la Universidad en Roma. El ascenso del fascismo en Italia hizo insostenible la vida para miles de judíos incluyendo la familia Pontecorvo. Cuatro de los ochos hermanos emigraron a la Gran Bretaña y Bruno se estableció en Paris, en donde se integró al grupo de investigación dirigido por Irene y Frederic Joliot-Curie, los pioneros en el estudio de la división del átomo, el proceso central para el desarrollo de los reactores nucleares.

En Paris, Pontecorvo se familiarizo con las ideas del comunismo que eran por entonces populares entre muchos científicos e intelectuales, incluyendo el matrimonio Joliot-Curie. Tal vez por este motivo no fue invitado a formar parte del Proyecto Manhattan, el proyecto ultrasecreto de los Estados Unidos que reclutó a cientos de científicos desplazados durante la Segunda Guerra Mundial para producir la primera bomba nuclear. Sin embargo, la experiencia y la habilidad de Pontecorvo no eran comunes y en 1943 recibió una invitación a unirse al programa nuclear británico en un laboratorio en Canadá. Allí trabajó en el diseño de reactores y al estudio de las partículas producidas en los procesos nucleares, entre ellas, los neutrinos.

En 1945, Estados Unidos usó por primera vez una bomba atómica produciendo la destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki y forzando la rendición del Imperio del Japón, dando así conclusión a la Segunda Guerra Mundial. Tres años más tarde, Pontecorvo obtuvo la nacionalidad británica y se mudó con su familia al Reino Unido para trabajar en el Instituto de Investigación de la Energía Nuclear (AERE por sus siglas en inglés) en Harwell, cerca de Oxford. Las actividades de este instituto, como todas las investigaciones en física nuclear en esa época, estaban clasificadas como secretas, sin embargo no estaban relacionadas directamente a la fabricación de armas nucleares.

En 1950, mientras pasaban vacaciones en Italia, Bruno Pontecorvo, su esposa Marianne y sus tres hijos desaparecieron misteriosamente. Solamente se tuvo noticias de ellos semanas después cuando el servicio de inteligencia británico los localizó en la Unión Soviética. No fue hasta 5 años más tarde cuando Pontecorvo volvió a la luz pública con una conferencia de prensa en Moscú en donde anunció que había decidido desertar para “corregir el balance de fuerza entre el Este y Oeste“. También manifestó estar “convencido de que los habitantes de la Unión Soviética querían la paz y su gobierno hacia todo lo posible por evitar una guerra”.

Aún hoy se especula sobre las motivaciones de Pontecorvo, sobre la forma en que llegó a la Unión Soviética y sobre quién pudo haberlo ayudado. Tras el fin de la Guerra Fría, fueron muchos los espías que revelaron pistas sobre el asunto, algunos apuntando a que Kim Philby, el topo en los servicios de inteligencia británico inmortalizado en las novelas de Graham Green, informó al Kremlin que el FBI estaba tras la pista de Pontecorvo luego de haber encontrado que Klaus Fuchs, su colega en AERE, había estado pasando información a los soviéticos. Lo cierto es que Pontecorvo fue recibido con altos honores y beneficios otorgados únicamente a los miembros de la Nomenklatura soviética, trabajando por el resto de su vida en el Instituto de Investigación Nuclear (JINR) en Dubna, la punta de lanza de la investigación soviética en física nuclear y de altas energías.

El mejor trabajo de Pontocorvo se produjo durante esta segunda etapa de su vida. La que escuché hablar de Bruno Pontecorvo, esta vez sí en una clase de física, aprendí que fue durante este periodo cuando predijo que los neutrinos producidos en la reacciones nucleares tenían la habilidad de convertirse en su propia antipartícula. Aunque esta transición entre materia y antimateria no ha sido observada, constituye la idea básica detrás de la oscilación de neutrinos descubierta por Kajita y McDonald, y fue descrita por Pontecorvo en 1967. Apenas un año después, se reportó un déficit en el número de neutrinos electrónicos provenientes del Sol y esa observación fue analizada por Pontecorvo y Vladimir Gribov en el artículo clásico “Astronomía de neutrinos y la carga leptónica”.

A pesar de su éxito científico y los privilegios a los que tenía acceso, la vida de Pontecorvo en Dubna no era ideal. Durante más de 28 años no estuvo autorizado para salir de la Unión Soviética y este aislamiento deterioró la salud mental de su esposa hasta el punto de recibir tratamiento en instituciones psiquiátricas en múltiples ocasiones. Pontecorvo recibió el Premio Stalin en 1953, la membresía a la Academia Soviética de Ciencias en 1958 y dos Órdenes de Lenin por sus aportes a la ciencia. Sin embargo, después de la caída del muro de Berlín, ya aquejado por los síntomas enfermedad de Parkinson, hizo público su arrepentimiento respecto a la decisión que cambió el rumbo de su vida y que lo marcó con el título de espía aunque nunca fuese procesado por esos cargos. “Fui un cretino0”, manifestó en entrevista al periódico británico The Independent en 1992, en la que también se expresó sobre su silencio cuando después de la invasión de la URSS a Hungría.

Su colega, el célebre físico nuclear Andrei Sakharov protestó abiertamente contra las decisiones de su gobierno. “Yo siempre le admiré como un gran científico y un hombre íntegro, sin embargo mi idea es que él era ingenuo... y era yo quien era un ingenuo”. No hay ningún registro en los servicios de inteligencia de que Pontecorvo haya sido un espía, pero hay abundantes evidencias que era el objeto de seguimiento de muchas agencias.

Bruno Pontecorvo falleció en Dubna meses después de esa entrevista. Había imaginado las propiedades de unas partículas casi imperceptibles con una intuición científica única y había vivido para ver desaparecer de un día para otro la división del mundo que marcó su vida y la historia del siglo XX. Como una metáfora de su propia vida y siguiendo su voluntad, sus cenizas fueron divididas en dos y reposan en Dubna y en Roma. Pero si en algún lado descansa la memoria de Bruno Pontecorvo es en los enormes laboratorios a kilómetros de la superficie de la Tierra en donde finalmente se observó el cambio en la naturaleza de los neutrinos.

Por Juan Diego Soler

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