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¿Está el futuro en nuestras manos?

Tomemos el riesgo de responder que sí. Sin duda, podemos darles un giro a las circunstancias personales, familiares y sociales que al imponerse sobre nosotros parecen condicionar la calidad del futuro.

María Antonieta Solórzano
14 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

Nuestras creencias nos invitan a pensar que tenemos que someternos pasivamente a los sucesos que nos rodean, por dolorosos o inaceptables que nos parezcan. Y, más delicado aún, nos llevan a suponer que transformar nuestra convivencia requiere un peligroso acto de rebeldía o de un sacrificio heroico.

Sin embargo, más allá de dichas declaraciones culturales, la realidad es que estamos hechos para introducir cambios y autodeterminarnos.

Somos capaces de discernir, relatar y repensar nuestra historia, de crearla, transformarla, innovarla y concretarla. Esto con una única condición: ser conscientes de que es natural al ser humano construir su propia vida.

Hoy el calentamiento global afecta todos los rincones de la Tierra. El abuso de poder de los “gobernantes” tiene como consecuencia el uso irracional de los recursos, concentrando el manejo de la riqueza en unos pocos que llegan a ostentar lujos estrambóticos y, junto a ellos, muchos sin techo se mueren de hambre y de sed.

Todavía imaginamos que las guerras solucionan conflictos. Y, en el interior de las familias, hay modos patriarcales y jerárquicos que avalan la dominación, los mayores pueden someter a los menores y el género implica subordinación de la mujer con relación al hombre.

En nuestro mundo interno ignoramos cómo despertar nuestro potencial, todavía nos paraliza el miedo, la envidia, la codicia, la ambición, las emociones negativas que nublan nuestra conciencia, nos definen por debajo de nuestras verdaderas posibilidades y nos llevan de la mano a su peor consecuencia: la adicción al poder.

Así las cosas, vale la pena tener en cuenta que la voluntad individual es suficiente para transformar las emociones y creencias que habitan en nuestro interior, que el esfuerzo conjunto de los miembros de una familia permite convertir relaciones conflictivas en armoniosas y que el compromiso de la colectividad con el imperativo ético de privilegiar el bien común permite construir una convivencia digna y justa para todos.

Lo claro, no es necesario un peligroso acto de rebeldía, ni uno heroico, para iniciar el camino que nos lleva desde la transformación del miedo hasta el compromiso con el bien común, sólo necesitamos notar que lo que vivimos es el resultado de nuestras acciones.

Hasta ahora hemos dejado nuestro futuro en las manos del destino, del azar o, peor aún, de algunos “líderes” que buscan afanosamente su propio beneficio, por eso hagamos de la transformación de las emociones negativas, de las relaciones conflictivas o de la injusticia una misión que nos obligue al diálogo sagrado con el bien común.

Por María Antonieta Solórzano

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