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Hasta la orilla de lo desconocido

La semana pasada New Horizons, una de las misiones espaciales más fascinantes de los últimos años, alcanzó Plutón. Estos son sus antecedentes.

Juan Diego Soler, Especial para El Espectador
23 de julio de 2015 - 04:00 a. m.

Tenzing Norgay, el antepenúltimo de los trece hijos de un pastor de yaks, nació hace poco más de un siglo en la remota villa de Tengboche en el noreste de Nepal. La mayoría de sus hermanos no sobrevivieron los primeros años de infancia, y con apenas diecisiete años se mudó a la región de Darjeeling en la India, en donde esperaba trabajar como guía para una de las expediciones europeas que se embarcaban en la exploración del Himalaya. Veintidós años más tarde, en 1953, Tenzing logró junto a sir Edmund Hillary el primer ascenso a la cima del monte Everest. Esta semana, su legado ha llegado a los confines del sistema solar, cuando la cadena de montañas de hielo descubiertas por la sonda New Horizons en la superficie de Plutón fueron nombradas montes Norgay.

La proeza de sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay marcó un hito en la exploración de nuestro planeta. Habíamos alcanzado el techo del mundo, el lugar más alto al que podemos llegar los humanos caminando sobre nuestros pies. De la misma forma, la llegada de la sonda New Horizons a la órbita de Plutón marca un hito en la exploración del sistema solar: hemos explorado el lugar más lejano al que nos ha permitido llegar nuestra tecnología. Aunque apenas nos hemos acercado a los límites de nuestro sistema solar, nuestro camino para llegar aquí ha sido muy largo.

El viaje que nos llevó a descubrir nuestro vecindario en el universo comenzó en 1964, con una extraña conjunción entre la posición de los planetas, la voluntad política y el avance de los computadores. En ese año, un equipo del Laboratorio de Propulsión a Chorro de Estados Unidos (JPL por sus siglas en inglés) recibió la tarea de diseñar un plan para explorar los planeta exteriores del sistema solar (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) y descubrió que el alineamiento de estos planetas permitía usar su impulso gravitacional para llegar a ellos más rápidamente.

El impulso gravitacional, o cauchera gravitacional, es un mecanismo derivado de las leyes de gravitación universal que Isaac Newton enunció en 1687. Todos los objetos se atraen gravitacionalmente y en principio esta fuerza gravitacional se puede usar para acelerar las sondas con las cuales explorar los planetas exteriores y llegar a ellos mucho más rápido. Sin embargo, este problema es solamente simple en apariencia; cuando se añaden las fuerzas gravitacionales producidas por muchos cuerpos, las ecuaciones que describen la trayectoria de las sondas no tienen soluciones triviales. Pero en 1962 el matemático estadounidense Michael A. Minovitch obtuvo una serie de soluciones al problema usando el computador más poderoso de su época, el IBM 7090, que funcionaba usando tubos al vacío y tenía una capacidad de cómputo mil veces menor que un teléfono de ultima generación. Minovitch había encontrado que la transferencia de energía era suficiente para producir la trayectoria adecuada y reducir el tiempo de viaje de cuarenta a menos de diez años.

En 1969 se aprobó el presupuesto de la NASA para construir y lanzar las sondas de exploración Pioneer 10 y Pioneer 11, las primeras diseñadas para explorar el sistema solar exterior. Pioneer 11 se lanzó en abril 6 de 1973, en trayectoria directa hacia Júpiter. Durante su acercamiento a ese planeta se convirtió en la primera sonda en usar el impulso gravitacional pasando de moverse a 14 metros por segundo a 40 metros por segundo sin ningún tipo de propulsión interna. Las misiones Pioneer se convirtieron en la primeras en aventurarse hacia los confines de nuestro sistema solar y en probar los sistemas para explorar los planetas exteriores. El siguiente paso era enviar instrumentos que nos permitieran formar una idea completa de esos mundos gigantes que están más allá del cinturón de asteroides.

Aprovechando el mismo alineamiento favorable de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, en 1977 iniciaron su viaje las sondas Voyager 1 y Voyager 2. Como los antiguos navegantes, estas sondas se embarcaban hacia objetivos cercanos, pero se enfilaban hacia horizontes desconocidos. A bordo de cada una de ellas un disco de oro lleva grabados los recuerdos de nuestra especie. Un comité presidido por el astrofísico Carl Sagan escogió la información que serviría como testimonio de nuestra especie a cualquier civilización que pudiese encontrar la nave. En palabras del entonces presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, “este es un regalo de un mundo pequeño y distante, una muestra de nuestros sonidos, nuestra ciencia, nuestras imágenes, nuestra música, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Intentamos sobrevivir nuestro tiempo para que podamos alcanzar el suyo...”.

La nave Voyager 1 sobrepasó la órbita de Plutón en 1990 y es hasta este momento el objeto construido por la especie humana que ha viajado más lejos del planeta Tierra. Quien encuentre la nave Voyager podrá ver imágenes de una madre alimentando a su bebé y de algunos paisajes de nuestro planeta. Podrá escuchar los sonidos de los animales y de las olas rompiendo en la costa, el saludo de los humanos en 55 idiomas, el Johnny B. Goode de Chuck Berry, las variaciones de Bach interpretadas por Glenn Gould y otros tesoros sonoros de nuestra civilización. Para cuando las sondas Voyager se aproximen a la estrella más cercana, dentro de casi 40.000 años, sus baterías de plutonio se habrán agotado hace ya mucho tiempo.

La dos naves Voyager tenían al inicio el presupuesto solamente para la exploración de Júpiter y Saturno, pero una extensión hizo posible aprovechar el alineamiento de los planetas exteriores y también sobrevolar Urano y Neptuno. La Voyager 1 pudo haber sido enviada a Plutón luego de acercarse a Saturno, pero se eligió la exploración de Titán, la mayor luna de ese planeta y el único otro objeto además de la Tierra en donde hay evidencia de una superficie líquida. La trayectoria de la Voyager 2 no podía ser alterada para visitar Plutón luego de su sobrevuelo de Neptuno en 1989 y es por este motivo que Plutón permaneció inexplorado hasta la llegada de la sonda New Horizons a mediados de este mes.

New Horizons es parte de un gran programa de la NASA para explorar el sistema solar y explorar Júpiter, Venus y Plutón. No hay ninguna misión a corto o mediano plazo que nos permita regresar a Plutón, pero estamos a la espera de otras sondas que hacen también parte de este programa: Juno y Osiris-Rex. Juno fue lanzada en 2011 y está programada para llegar a Júpiter en julio de 2016 y allí entrará en una órbita polar que le permitirá obtener información sin precedentes que pueda arrojar pistas sobre la composición y el origen de este gigante gaseoso. Osiris-Rex está programada para lanzarse el próximo año con el objetivo de aterrizar en un asteroide, adquirir muestras y regresar a la Tierra en 2023. Pero la historia de New Horizons aún no se ha acabado.

Durante los próximos dieciséis meses seguiremos recibiendo la información que New Horizons recolectó durante su sobrevuelo de Plutón y sus satélites. Al mismo tiempo se decidirá el presupuesto que permitirá la exploración de uno o más objetos más allá de la órbita de Plutón entre 2016 y 2020 y la continuación del programa científico hasta que se agoten las baterías de plutonio cerca del año 2026. Nunca habíamos tenido un instrumento de observación tan completo en un lugar tan lejano; sin embargo, aún estamos lejos de llegar al borde de la burbuja en el espacio que está dominada por el Sol.

Sir Edmund Hillary, compañero de Tenzing Norgay en el primer ascenso al monte Everest, escribía: “La gente no decide ser extraordinaria, solamente decide lograr cosas extraordinarias”. Sólo el tiempo dirá cuáles son los nuevos límites de la exploración para quienes se van a dormir con las imágenes del paisaje en un mundo que se encuentra tan lejos de nuestra casa.

Por Juan Diego Soler, Especial para El Espectador

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