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¿Cómo reacciona el cuerpo ante el amor, la ira y el miedo?

Investigadores crearon un mapa corporal de las emociones y concluyeron que las reacciones físicas son universales e independientes de la cultura.

Miguel Ángel Criado, ESMATERIA.COM
01 de enero de 2014 - 09:00 p. m.
Las zonas del cuerpo en rojo son las que se activan con mayor intensidad y las azules, con menor intensidad.
Las zonas del cuerpo en rojo son las que se activan con mayor intensidad y las azules, con menor intensidad.

La muerte de un ser querido provoca dolor físico, el amor acelera el ritmo cardíaco y el miedo y la ira, rigidez muscular. Pero ¿estas sensaciones físicas disparadas por emociones son universales o responden más a estereotipos culturales? Tras crear posiblemente el primer mapa corporal de las emociones, investigadores finlandeses apuestan más por lo primero. A cada emoción, responde una determinada zona del cuerpo y esto sucede con personas que hablan diferentes lenguas o pertenecen a distintos países.

Todas las emociones básicas, desde la ira hasta la tristeza, tienen un correlato somático. El nerviosismo ante una entrevista de trabajo puede provocar sudoración en las manos, mientras la tristeza, pesadez en las piernas. Son mecanismos biológicos que preparan o responden a estímulos del entorno. Pero no estaba claro si ante metáforas como la de las mariposas en el estómago todos sintieran el revoloteo de estos lepidópteros en la misma zona del cuerpo y menos aún si sucedía igual con un finlandés, un sueco o un chino.

Lauri Nummenmaa, profesor de neurociencia cognitiva de la Universidad de Aalto en Finlandia, realizó junto a varios colegas cinco experimentos sucesivos con una muestra de 703 personas, para localizar en qué lugar de su cuerpo percibían el impacto de cada una de las emociones más básicas y otras más complejas. Entre las primeras contaron la ira, el miedo, el asco, la felicidad, la tristeza o la sorpresa. Entre las segundas —en parte creadas y en parte naturales— están la ansiedad, el amor, la depresión, el desprecio, la vergüenza y la envidia.

Situados ante una silueta humana en blanco, pidieron a los participantes que colorearan las zonas del cuerpo que se activaban más o menos mientras leían las palabras usadas para nombrar cada una de las 13 emociones analizadas. Debían usar el rojo para las zonas de mayor sensación y el azul para las de menor activación.

Comprobaron que la mayoría de los participantes (por encima del 73%) coincidían en las zonas coloreadas creando los mismos mapas. Según publican en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), vieron además que el conjunto de las emociones positivas, como la felicidad, el amor o el orgullo, crean mapas sensoriales que se solapan, aunque algunos son más extensos que otros.

En concreto, las dos emociones que más se sienten, casi recorriendo todo el cuerpo, son el amor y la felicidad. “Nosotros, por supuesto, no sabemos la razón de fondo. Pero se puede especular con que las emociones positivas asociadas a, por ejemplo, estar con los seres queridos o en situaciones emocionantes, pueden provocar una respuesta global preparatoria en el sistema locomotor con el fin de asegurar los beneficios sociales de la situación”, sostiene el investigador.

Sin embargo, las reacciones sensoriales a las emociones negativas no se solapan, pero sí se muestran emparejadas. Los mapas de ira y miedo son muy similares entre sí, como también los de la ansiedad con el de la vergüenza o el de la tristeza con el de la depresión. También coinciden los del asco, el desprecio y la envidia.

En general las emociones básicas, sean negativas o positivas, activan sensaciones en el tronco superior. Allí es donde residen los órganos vitales y se inician procesos somáticos como el ritmo cardíaco o la respiración. En particular, la zona de la cabeza se ve golpeada por todas las emociones. Pero hay diferencias de intensidad según sea la emoción. Las extremidades superiores se hiperactivan con la ira o la felicidad y menos con la tristeza. Las emociones no básicas provocan una significativa menor respuesta corporal.

“Cada una desencadena un patrón funcional específico en el cuerpo que se corresponde con la forma en que trata de proteger nuestra mente y nuestro cuerpo”, asegura Nummenmaa.

Para descartar que la carga significante de las propias palabras desvirtuara el resultado, repitieron el experimento con dos grupos lingüísticos muy diferentes: por un lado, hablantes del finés (una lengua urálica) y por el otro, de sueco (lengua germánica). No apreciaron diferencias significativas entre los mapas sensoriales creados en cada una de las lenguas.

Aún así, las palabras, independientemente del idioma que sea, pueden portar una carga emotiva por sí mismas. Por eso completaron el estudio con cuatro experimentos más. Buscaban inducir en los participantes cada estado emocional mediante series de fotografías, la lectura de relatos cortos, el visionado de películas o expresiones faciales. Aunque en ninguno de los materiales aparecían las palabras ira, alegría, tristeza, su contenido sí buscaba transmitir cada una de esas emociones. De nuevo, y para cada uno de los materiales audiovisuales, los participantes crearon mapas corporales de sus sensaciones que prácticamente coincidían con los generados tras leer las palabras.

Por último, para comprobar si estas observaciones podrían tener validez universal, repitieron las pruebas con un grupo de taiwaneses y en su idioma natal. Los resultados seguían coincidiendo. Para Nummenmaa, “las sensaciones corporales parecen tener un origen biológico, más que ser una construcción lingüística o cultural”.

Por Miguel Ángel Criado, ESMATERIA.COM

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