Tecnología para bordar el conocimiento cartagüeño

Un proyecto financiado por Colciencias, la U. Javeriana y el Politécnico Grancolombiano busca recuperar los diseños de los tejidos típicos del Valle a partir de la sistematización de las puntadas en un software.

Lisbeth Fog
02 de enero de 2016 - 12:02 a. m.

Es probable que las bordadoras de Cartago, Valle, nunca se imaginaran que su quehacer cotidiano, aquel que realizan con sus manos, puntada tras puntada, mientras preparan el desayuno, cuidan de sus hijos o ven la telenovela, pudiera ser abordado desde las ciencias sociales, desde la ingeniería o desde el diseño industrial.

“El bordado puede posibilitar puntos de conexión entre distintos conocimientos”, fue la hipótesis de un proyecto de investigación que demostró que esos manteles, centros de mesa, vestidos y blusas que bordan las mujeres cartagüeñas por tradición son el punto de unión entre ingenieros que aprendieron a bordar, antropólogas y sociólogas que compartieron la cotidianidad del oficio, y el asombro de las bordadoras Mercedes López, Elsa González, Celmira Henao y Olivia Giraldo, quienes se fueron acostumbrando a que la tecnología sí puede ser para ellas.

“En esos espacios de encuentro –que no son espacios para conversar– lo valioso fue ver cómo ellas se reconocen capaces de entrar en otras dimensiones de trabajo que nunca habían contemplado”, explica la antropóloga Tania Pérez.

La tecnología, en este caso, no significa automatización, ni buscaba convertir su arte en maquila. Las bordadoras de Cartago seguirán bordando pacientemente y sin afanes, alternando con sus labores hogareñas el punto calado, el punto plumilla o el margarita, pero ya no perderán los diseños de quienes las antecedieron. La tecnología, en este caso, consiste en recuperar ese conocimiento, porque “no hay procesos que digan cómo hacer el calado”, explica Pérez, líder del proyecto cofinanciado por Colciencias, la Pontificia Universidad Javeriana y el Politécnico Grancolombiano.

“Bordar la tecnología no es una metáfora –continúa–, es literal”: ingenieros, sociólogos, diseñadoras, antropólogas y bordadoras compartieron semanas enteras, los primeros reconociendo todo el acervo cultural que hay en el oficio para guardarlo en la memoria de actuales y futuras generaciones, y las segundas sistematizando sus diseños y puntadas, facilitando los procesos, sin tener que fotocopiar los dibujos que tenían las prendas que querían reproducir. Anteriormente, “la pericia de quienes saben bordar estos patrones estaba en aprender a reproducirlos a partir del resultado final, representado en una superficie bidimensional, y no de su paso a paso”, dicen en un artículo científico Pérez y la socióloga Sara Márquez. Ahora las cosas cambian.

¿Cómo bordar la tecnología?

Una frase difícil de recordar por parte de las bordadoras, como la “interfaz tangible de usuario”, es ahora una de las herramientas que manejan con la destreza de las puntadas que cosen con aguja e hilo.

La ingeniera electrónica Laura Cortés, una de quienes diseñaron la aplicación, explica que la tecnología se inspira en el calado, permite recuperar diseños y crear nuevos patrones. Se usa un hilo conductor de electricidad para construir el sello tangible –como un lápiz que en la punta tiene el hilo–; ese sello representa una puntada específica que luego es detectada por una pantalla táctil. “Dependiendo de la puntada que se desea, hay un tangible que se ubica en la pantalla donde se quiere hacer la puntada”. Cada kit tiene nueve tangibles, un aro de precisión y una brocha para extender la puntada.

“El software que se construyó”, explica Pérez, “fue con el conocimiento de las telas que usan y de las puntadas; aprender con ellas fue muy importante”. El proceso, más que el producto, es lo que importa al aplicar esta plataforma tecnológica que posibilita reconocer el conocimiento de un oficio que está desapareciendo. En Cartago se aprende a bordar a través de la observación directa, porque no hay documentación. Ahora empieza a sistematizarse como resultado de este proyecto.

Así ocurrió con doña Merceditas, quien se dedicó a los bordados luego de 25 años de trabajar como secretaria de gerencia del almacén Ley. Hoy en día tiene su propia empresa: Mechitas, bordados a mano. Este proyecto “me ha despertado el sentido de la investigación”, dijo. “Ya no soy secretaria sino profesora de bordado y lo disfruto”. Ahora no sólo borda, sino que pone las puntadas en los tangibles. Entró, como Elsa, Celmira y Olivia, en la era de las TIC.

Por Lisbeth Fog

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