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Una cita

Era lunes a las 9:30 de la mañana y el Espíritu de la Jovialidad se escondió en el lugar más apacible que encontró: el baño de un centro comercial decorado con siluetas de árboles de navidad y guirnaldas de fomy coronados con diminutas bolas de icopor que hacían las veces de nieve.

Marcos Felipe Silva
24 de diciembre de 2014 - 02:37 a. m.

El Espíritu huía del insoportable ruido informe de las noticias, vallenatos, aguinaldos en estéreo, motores acelerando, reguetón, pitos, villancicos, chistes de doble sentido y rancheras que contaminaban las calles. Y sentado en el suelo en una esquina del baño, con la cabeza entre las manos y los ojos desorbitados, se repetía una y otra vez que todo estaba muy, muy mal.

De uno de los cubículos del baño salió un anciano vestido elegantemente pero con muy mal aspecto: famélico, de pelo y barbas largos y enredados, con esa extraña mezcla de gris y amarillo. De ojos oscuros, brillantes y profundos.

Al notar al anciano, la expresión del Espíritu cambió de desespero a terror y un silencio sepulcral invadió el recinto. El Espíritu dejó caer su cabeza sobre su pecho y suspiró. Su hora había llegado.

—No te preocupes, Jovialidad, hoy no vengo por ti —dijo el anciano—. Yo también me estoy escondiendo de toda esta locura, aunque debo admitir que esta insensatez es muy buena para mí.

—Pero no para mí —replicó el espíritu—. Toda esta demencia navideña me está envenenando y no debería ser así. Con toda esta farsa sólo hicieron que llegara más pronto el día de esta inevitable cita.

—¿Hoy es primero de septiembre de 2014? —le preguntó el anciano al Espíritu, mientras sacaba de su bolsillo un arrugado papel amarillento. Y la expresión de la anciana muerte cambió por completo de desconcierto a preocupación, pasando por vergüenza, regresando al desconcierto y terminando en decepción al verificar su papel, pues nunca en su larga inexistencia le había ocurrido algo como equivocarse en una fecha. Y pensó que seguramente su despiste también tenía que ver con el ruido excesivo y esa horrible manía colombiana de comenzar a celebrar Navidad cuatro meses antes de la fecha.

Por Marcos Felipe Silva

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