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Una incansable ciudadana

ANGÉLICA LOZANO promovió el referendo contra la corrupción durante la administración de Andrés Pastrana, frenó el Transmilenio por la Séptima y abrió el primer centro LGBTI de América Latina.

Mariana Suárez Rueda
17 de diciembre de 2012 - 10:38 p. m.
/ Luis Ángel
/ Luis Ángel

Su político favorito murió el año pasado. Fue la primera vez que sintió el dolor de perder a un ser querido. Hasta ahora sólo había tenido que enterrar a su abuela y eso pasó cuando tenía cinco años y no entendía lo que era la muerte.

Sebastián Romero —artista, ambientalista— era un ciudadano igual de activo a como lo ha sido ella. Y es precisamente él en quien piensa cada vez que el ambiente hostil de la política amenaza con hacerla desfallecer. Angélica Lozano creció entre trapos rojos y azules. Su familia paterna es ultraconservadora y la materna liberal. Sin embargo, no heredó ninguna de estas filiaciones. Prefirió optar por alternativas independientes.

En 1994, antes de empezar a estudiar derecho en la U. de la Sabana, comenzó a manifestarse con fuerza su espíritu activista. Acababa de cumplir 18 años y Ernesto Samper había sido elegido presidente de Colombia. Los cuestionamientos por la financiación de su campaña impulsaron a Angélica Lozano a salir a la calle a protestar. Al comienzo lo hizo sola, pero fue conociendo gente con ideas similares.

Así nació Causa Común, una ONG dedicada a la pedagogía política. El entusiasmo de esta abogada, la única mujer de cinco hijos, siguió creciendo de la mano de un grupo de políticos independientes que han dejado huella en la política nacional.

Al lado de Antonio Navarro, Íngrid Betancourt, Sergio Fajardo, Gustavo Petro y Antanas Mockus intentó conformar un partido político. Pero, como ella misma cuenta entre risas cuando recuerda su nombre (Hacia una alternativa política colectiva), éste nació destinado a morir. Su siguiente causa fue recoger firmas para el referendo contra la corrupción, que se impulsó en el gobierno de Andrés Pastrana. Por cuenta de esa experiencia ermpezó a trabajar con Íngrid Betancourt. Doce meses la acompañó como su asesora de cabecera en el Congreso, pero cuando supo que se lanzaba a la Presidencia, renunció. No estaba lista para hacer política por un solo candidato.

Sólo duró un mes desempleada. Antonio Navarro la invitó a acompañarlo en el Senado. La pasión con la que este exmilitante del M-19 hablaba de su experiencia como alcalde de Pasto la motivó a ampliar su trayectoria. Durante la administración de Luis Eduardo Garzón fue nombrada alcaldesa de la localidad de Chapinero. Con un presupuesto de $10 mil millones al año, uno de sus desafíos fue luchar contra la pobreza.

Como alcaldesa inauguró el primer centro comunitario LGBTI de América Latina. Un espacio a través del cual se han salvado familias y reconstruido lazos rotos por cuenta del dolor que causa en los padres saber que sus hijos tienen una orientación sexual diferente.

Cuando terminó su período supo que era el momento de hacer una maestría en el exterior. Visitó siete universidades, pero la política volvió a atravesarse en su camino. Una conversación por chat entre algunos colegas como Navarro, Mockus y Fajardo la convenció de regresar a Bogotá e intentar conformar el partido que no tuvo éxito en los 90. Terminó montada en la ola verde como gerente de movilización ciudadana de Mockus. Cuando Enrique Peñalosa aceptó el apoyo de Álvaro Uribe, se bajó.

Hace un año llegó al Concejo de Bogotá como candidata de los Progresistas, el movimiento de Gustavo Petro. Desde ahí ha aplaudido los logros de su alcalde y criticado sus equivocaciones. Muchos la acusan de volteada y desde mayo no habla con Petro. Sin embargo, está convencida de que debe sostener esa lógica ciudadana. Sólo así es posible mantenerse vigente en la política, en donde abrirse espacio sin ser rico o con apellido es una tarea titánica.

Por Mariana Suárez Rueda

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