Una lucha por la paz

“Ricardo es un gran ejemplo a seguir. su vida es un ejemplo que los sueños si se pueden cumplir con trabajo constante, lucha y amor por lo que se hace.” Tania Vargas, hermana de Ricardo.

Theo González Castaño
02 de octubre de 2014 - 09:30 a. m.
Una lucha por la paz

Basta con una fracción de segundo para que Ricardo pueda causar un golpe letal a su adversario. Tan sólo un movimiento de sus brazos o piernas podría paralizar e incluso matar a su contrincante. Su agilidad impresiona, su fuerza intimida. Sin embargo nunca ha lesionado a nadie, jamás ha tenido problemas con la justicia y aunque resulta paradójico para algunos, es un ferviente creyente del diálogo y la promoción de una cultura por la paz.

La lucha de Ricardo Vargas, un forjador de paz que ha surgido en medio de los golpes, comenzó en la ciudad de Bogotá hace 42 años. Más específicamente en la localidad de Fontibón, lugar que durante su niñez y adolescencia resultaba predilecto por todos aquellos que quisieran hacerse con los servicios de los más temidos pandilleros y sicarios de la ciudad.

“Pertenezco a esa generación que nació en los años 70. Era un niño de barriada bogotana. Allí la mayoría de pelaos vivían inmersos en círculos delincuenciales y se dejaban consumir por el entorno. Pasaba el tiempo y los reencuentros con mis amigos se daban en la cárcel, en el hospital o en el cementerio”, asegura Vargas y agrega que, “a la gente le gustaba la plata rápida. Recuerdo que el vecino del inquilinato del frente de nuestra casa se perdía un mes y luego aparecía con plata, con mucha plata. Compraba el inquilinato entero, un taxi y hacia fiestas en donde nos invitaba a todos. Luego comprendí que era ´mula pues el dinero se lo conseguía por medio del narcotráfico” Sin embargo a Ricardo nunca le gustó eso, quería vivir de otra manera.

Y fue precisamente en un pequeño gimnasio de la localidad de Fontibón que descubrió un estilo de vida que lo marcaría para siempre, el de las artes marciales. Por medio de ellas aprendió a controlar su violencia, con ellas él se ahorró problemas. Aprendió a mantener el equilibrio y no excederse.

“Vendía dulces, golosinas o lo que fuera para pagarme la mensualidad en la escuela de artes marciales. Era sólo una clase semanal pero yo practicaba todos los días”, recuerda Ricardo y afirma que aprendió a dar puños y patadas con diferentes técnicas y mucha fuerza pero nunca las usó para hacerle daño a los demás aunque cree que las hubiera podido aplicar con toda utilidad en su barrio. “Esta práctica era una manera de ser consiente que controlando tu violencia puedes llegar a la paz contigo mismo y con los demás.”

Con el paso del tiempo el talento que Ricardo demostró en la práctica de las artes marciales le permitió desarrollar estudios en el exterior, también su amor por la academia lo llevó a obtener un título de filosofía en la Universidad Javeriana y una maestría en Teología, dictó clases de ética para los negocios en la misma institución y realizó numerosos viajes a los Estados Unidos, costeados con su propio esfuerzo, para instruirse en las escuelas de los mejores maestros de artes marciales. De esta manera en 2005 se convirtió en el primer y único sudamericano con la certificación de Sifu o maestro del Jeet Kune Do como discípulo de segunda generación de Bruce Lee.

Pero más allá de los títulos o reconocimientos adquiridos en su carrera, y los impactos que ha recibido o ha tenido que conectar en los cientos de combates en los que ha participado, su objetivo hoy en día es explicar que las artes marciales van más allá de los golpes. Es mostrar que estas prácticas se constituyen en un camino para la reconciliación, para el perdón y la anhelada búsqueda de la paz en Colombia y en el mundo.

“Muchas personas me preguntan si es posible construir la paz a partir de puños y patadas ” indica Vargas entre risas, a lo que responde contundentemente “que se construya con puños y patadas no creo. Pero sí a través de la conciencia. La violencia es inherente al ser humano, todos somos violentos. Ahí aparecen las artes marciales como una posibilidad para controlar esa violencia inconsciente en la que vive inmerso nuestro país.

La nostalgia invade a Ricardo cuando habla de Colobmia pues hace cuatro años debió partir por diferentes motivos hacía Australia, un territorio que le ha brindado la posibilidad de forjar un futuro mejor para él y su familia. “Los colombianos, tenemos autoridad para hablar de paz porque hemos vivido una violencia que parece interminable” dice Ricardo con una voz bastante quebrantada, luego hace una pausa, respira hondo y continúa diciendo, “tomar conciencia de tu propia violencia te vuelve constructor de paz, ya no quieres recurrir a esa fuerza porque la que vienes entrenando. Es cierto, no puedes controlar la violencia de los demás pero si puedes controlarte a ti, en tus acciones y reacciones frente al otro, luego eso puede permear a tu amigo, a tu familiar, a la comunidad y algún día al país entero. “
Ricardo cierra los ojos, dice que sueña con volver algún día a su amada Colombia y dice desde lo profundo de su corazón: “Sí, yo sé que es un discurso bastante romántico pero estoy seguro que todos somos capaces de vivir y construir una Colombia en paz.”
 

Por Theo González Castaño

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