¡Bañados en mercurio!

Estudio Nacional del Agua estimó que 205 toneladas de mercurio terminan al año en los ríos de Colombia. El boom de la minería ilegal está convirtiendo los afluentes de 17 departamentos del país en autopistas contaminadas.

Angélica María Cuevas Guarnizo / Periodista de El Espectador - Especial para Vice Colombia
12 de agosto de 2015 - 09:40 p. m.
Las autoridades estiman que las hectáreas de bosque destruidas por la minería ilegal de oro en el Bajo Cauca antioqueño pueden compararse con el área urbana de Bogotá.  / David Campuzano/ El Espectador
Las autoridades estiman que las hectáreas de bosque destruidas por la minería ilegal de oro en el Bajo Cauca antioqueño pueden compararse con el área urbana de Bogotá. / David Campuzano/ El Espectador

En marzo de 2014, mientras reporteaba una historia sobre minería ilegal para El Espectador, viajé al Bajo Cauca antioqueño y sobrevolé El Bagre, uno de esos municipios de Colombia donde las dragas, retroexcavadoras y buldóceres siguen removiendo arena sin parar, rebuscando oro y dejando escapar toneladas de mercurio al suelo y el agua. Desde el aire, resultaba difícil identificar qué parte de ese paisaje destrozado pertenecía a los ríos Nechí y Bagre, ambos completamente fragmentados y desviados por el impacto minero.

Lo que hacía unos años era bosque y río se había convertido en kilómetros de suelos grises y ocres, lagunas verdiazules, montañas de arena e hilos de agua turbia. Desde arriba se veían campamentos improvisados y gente barequeando. Pequeñas villas en medio de ese desierto, sin un árbol cerca ni agua potable. Sólo calor, hombres y máquinas. (Ver: Mineros ilegales degradan tierras recuperadas en el Bajo Cauca)

En el río Bagre, de la manera más rudimentaria y sin ningún tipo de protección, los mineros mezclan, por jornal, entre 20 y 30 libras de mercurio con kilos de piedra y arena extraídos del río. Parte del metal va al agua y al suelo, la otra es revuelta con las manos, mientras el mercurio busca el oro y lo abraza formando una masa dura a la que llaman amalgama. La piedra plateada resultante termina en una caldera donde el metal tóxico se evapora y el oro se vuelve lingote.

Los gases van a dar a la atmósfera y enormes cantidades de desechos llegan irremediablemente a los afluentes, hábitat de los peces que por años han sido el principal alimento de la población ribereña. Al ingerirlo, el metilmercurio (forma en la que el metal se encuentra en los animales) llega hasta el intestino y después se acumula en la corteza cerebral. Al inhalarlo, el material sube de manera casi inmediata al cerebro.

Este ciclo se repite en 17 departamentos y 80 municipios, según informes de 2014 de la Contraloría General, la Policía Nacional y la Fiscalía. Todos están expuestos a los efectos de la extracción ilegal de oro con mercurio: un monstruo que avanza silencioso, contaminando el agua de la que dependen millones de personas y la comida que termina servida en nuestro plato. Un desastre que ocurre ante los ojos de todos y sin el control que merece.

Amazonas, Antioquia, Bolívar, Caldas, Caquetá, Cauca, Chocó, Córdoba, Guainía, Huila, Nariño, Putumayo, Risaralda, Santander, Sucre, Tolima, Valle del Cauca. Enumerar algunos de sus poblados afectados quita el aliento: Cáceres, Caucasia, El Bagre, Nechí, Tarazá, Zaragoza, Remedios, Segovia, Amalfi, Santa Rosa del Sur, Montecristo, La Raya, Achí, Morales, Soplaviento, Martín de la Loba, Altos del Rosario, Magangué, Hatillo de la Loba, Simití, Pinillos, Bahía de Cartagena, Tiquisio, Río Viejo, Arenal Barranco de la Loba, Villa María, Marmato, Supía, Cartagena del Chairá, Solano, Santander de Quilichao, Caldono, Toribío, Caloto, López de Micay, Suárez, Buenos Aires, Timbiquí, El Tambo, Condoto, Quibdó, Nóvita, Itsmina, Bagadó, Lloró, Tadó, Puerto Libertador, Ayapel, Serranía del Naquen, Inírida, Campo Alegre, Rivera, Palermo, Yaguará, Tesalia, Iquira, Los Andes, Cumbitara, Mallama, Santa Cruz, La Llanada, Samaniego, Cuenca del río Putumayo, Inírida y Amazonas, Quinchía, California, Vetas, Suratá, Caimito, San Marcos, Ataco, Coyaima, Ortega, San Luis, Zaragoza, Buenaventura, Cartago, Agua Blanca.

Después de Chocó y Bolívar, Antioquia es el departamento con mayor índice de contaminación por mercurio en el país. En el mundo, Colombia se lleva el vergonzante tercer lugar, debido a que el país libera al año unas 205 toneladas de mercurio de las 590 que importa. Distintos reportes mundiales, como el de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, revelan índices alarmantes de contaminación acuática, terrestre y atmosférica.

La situación se complica cuando se sabe que este desastre ambiental está apadrinado por el repetitivo y complejo contexto violento colombiano, que ha impedido ponerle freno a una situación que hace años se salió de control. El orden público en el Bajo Cauca es uno de los panoramas más difíciles. Y más evidentes: lo pude notar desde ese sobrevuelo, en el que vimos decenas de dragas ilegales sobre el río Bagre y ni un solo policía ejerciendo control. Las mafias detrás de esas maquinarias son tan poderosas que nadie quiere morir en el intento de ejercer justicia.

En la última década las alzas de los precios del oro llevaron a que en esa zona minera se disparara el número de mineros informales y crecieran las presiones de los grupos armados interesados en el millonario negocio. En diez años, el gramo de oro pasó de 16.000 a casi 87.000 pesos. Los criminales encontraron la manera de lavar dineros del narcotráfico a través del oro y reemplazaron las extorsiones por la minería. El gobierno colombiano estima que la explotación ilegal de oro mueve alrededor de 45.000 millones de pesos al mes.

La crisis social tiene su reflejo en la ambiental. Corantioquia, la autoridad ambiental local, ha estimado que 40.000 hectáreas del Bajo Cauca han sido afectadas por la deforestación y la contaminación de aguas. La magnitud de este impacto podría compararse con acabar con un bosque del tamaño de toda la Bogotá urbanizada. Las máquinas extraen oro de manera desordenada y sin ninguna regulación ambiental, degradando los suelos, vertiendo toneladas de mercurio y cianuro al río, acabando con las áreas que ya habían sido reforestadas y generando pasivos ambientales por los que nadie responderá luego.

Las cifras oficiales revelan que cada año, sólo en 13 ríos de Antioquia, los mineros ilegales arrojan 100 toneladas de mercurio, poniendo en riesgo al menos a un millón de colombianos que viven en la región del Bajo Cauca y el Suroeste, Nordeste, Occidente y Magdalena Medio antioqueños. Remedios, Zaragoza y Segovia son los tres municipios más afectados del país. El Bagre y sus panorámicas ocres deforestadas, destruidas, les sigue el paso. El Estudio Nacional del Agua acaba de precisar que el total de toneladas de mercurio que terminan cada año en los ríos del país supera las 205. (Ver: 'A once millones de colombianos podría faltarles agua')

Los efectos nocivos de la exposición al metal han sido registrados por cientos de publicaciones científicas de toxicología en el mundo y por organizaciones como la U. S. Environmental Protection Agency (EPA) y el Ministerio de Ambiente de Colombia. El mercurio afecta la función de las neuronas y varios sistemas bioquímicos, produciendo problemas neurológicos que incluyen insomnio, pérdida del apetito y de la memoria, trastornos del movimiento, disminución de la actividad sexual y estados depresivos. Lo más preocupante, me lo han repetido los expertos cada vez que los consulto, es que esas alteraciones se manifiestan de manera sutil o pueden ser confundidas con cuadros clínicos de otras enfermedades, haciendo difícil el diagnóstico clínico de la intoxicación crónica por el metal.

El año pasado la Contraloría advirtió que el uso incontrolado y la contaminación derivada de sustancias químicas en actividades ilegales de extracción de oro ya presenta riesgos. "Los pocos estudios que se han hecho en Colombia sobre efectos en el hombre indican que cualquier persona que coma pescado u otro animal con altos niveles de mercurio puede estar en peligro", dijo el ente de control haciendo referencia a las investigaciones adelantadas por el toxicólogo Jesús Olivero-Verbel sobre la cuenca del río Cauca, en Bolívar.

Aunque ni el Ministerio de Salud ni ninguna otra autoridad nacional han hecho un trabajo juicioso por contar los enfermos por mercurio en Colombia, existen evidencias científicas realizadas por expertos de universidades como la de Cartagena, la de Córdoba y la Nacional que han identificado afectaciones en humanos, pero también en variedad de peces, jaguares, murciélagos y cangrejos. (Ver: Jaguares, con mercurio en el cuerpo)

Olivero-Verbel es quizá el científico que más ha desarrollado eltema en Colombia. La primera vez que escuché su nombre fue a mediados de 2012, cuando la periodista científica Lisbeth Fog llegó a la sala de redacción de El Espectador con un mamotreto de papeles que condensaban las preocupantes conclusiones del investigador frente a sus estudios en el sur de Bolívar. Ahí también comenzó mi fijación por este tema.

Coordinador del único Doctorado en Toxicología Ambiental del país y vicerrector de Investigaciones de la Universidad de Cartagena, Olivero-Verbel ha detallado en cerca de 20 artículos científicos la problemática de contaminación por mercurio en varias regiones de Colombia y Suramérica, describiendo los problemas cognitivos provocados por el contacto de personas con agua o peces contaminados por el metal.

Después de analizar las muestras de cabello de 1.548 personas de todo el departamento de Bolívar, su equipo de científicos encontró que el promedio de concentración de mercurio era de 1,7 partes por millón (ppm), cuando entidades como la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos recomiendan que no sean superiores a 1 ppm, en particular en niños y mujeres embarazadas.

Pero hay más: la investigación identificó en el sur de Bolívar un foco de contaminación sobre la cuenca del Cauca, específicamente en el corregimiento de La Raya, donde se encontraron en promedio 5,3 ppm, un valor tres veces superior al del departamento. Otros panoramas preocupantes se observaron en Achí (2,4 ppm); Montecristo (2,2 ppm) y Mina Santa Cruz (1,8 ppm).

"Las personas empiezan a tener temblores en las manos, pierden la memoria, sufren una disminución de su coeficiente intelectual y tienen dificultad para concentrarse. Además, no distinguen colores, su campo visual se reduce, suelen desarrollar alergias y, a veces, experimentan problemas neurológicos severos. También puede causar malformaciones de fetos si las mujeres embarazadas están expuestas a él", nos contó el investigador cartagenero, en septiembre de ese año, cuando divulgamos sus hallazgos. (Ver: Bolívar vive entre mercurio)

Los niveles más altos de mercurio se registraron en una niña de tres años, hija de pescadores, con 20,1 microgramos por gramo de pelo (recordemos que el límite máximo debería ser 1). Olivero explicaba que las posibilidades de que esa niña pudiera terminar el bachillerato eran casi nulas. "Seguramente su capacidad intelectual no le permitirá ser competitiva en la escuela, y quizás, en un futuro, muchos niños tendrán el mismo inconveniente, pues en estas regiones del país las oportunidades laborales son mínimas. La minería, la agricultura y la pesca son las únicas fuentes de sustento".

Aunque no existe en Colombia una evidencia científica que revele una relación directa entre cierto tipo de malformaciones y la exposición al mercurio, tanto en el sur de Bolívar como en Remedios, Zaragoza y Segovia (Antioquia) la gente menciona casos aislados de vecinos afectados. En 2005, un estudio realizado por la Universidad Nacional para la Unidad de Planeación Minero Energética de Colombia (UPME) y dirigido por el médico Miguel Cote Menéndez encontró suficientes alteraciones clínicas en la población de Segovia que confirmaron la presencia de neurotoxicidad por la exposición crónica al metal: fue común encontrar irritación en nariz y garganta, náuseas y temblor en los labios.

Pero las cargas contaminantes no sólo las reciben las poblaciones ribereñas mineras. Las toneladas de pescado que se extraen de estos afluentes, incluso las especies marinas que habitan en zonas afectadas por los sedimentos tóxicos de los ríos, terminan servidas en los comedores de los colombianos. Incluyendo el suyo.

En un informe publicado en 2014 por el diario regional El Colombiano, el periodista Santiago Cárdenas reveló cómo, cada mes, llegan desde el Bajo Cauca y el Magdalena Medio a la plaza mayorista de Medellín ocho toneladas de bagre, bocachico, barbudo y blanquillo. De esa carga, por lo menos media tonelada de pescado es distribuida diariamente a los grandes supermercados, minimercados, carnicerías, restaurantes y tiendas. A Bogotá, dice el informe, llegan también congelados los bocachicos del sur del Bolívar, Tarazá y Cáceres. Lo que indica que el consumo frecuente de estas especies podría aumentar el riesgo de intoxicación.

Las alertas por la llegada de pescado con altos índices de mercurio a los comedores se prendieron en 2013 con la controvertida aparición de una investigación sobre los niveles de mercurio del atún enlatado. El magíster en Toxicología de la Universidad Nacional Juan Manuel Sánchez realizó un estudio en el que analizó 41 latas de atún de cuatro marcas, disponibles en 12 supermercados de Cartagena. Cuando le pregunté cuál era la conclusión principal de sus hallazgos, me contó que había encontrado concentraciones de mercurio "inaceptables" por la legislación colombiana en dos de las cuatro marcas. Sánchez recomendó que las atuneras hicieran esta advertencia a los consumidores, insistiendo en que el consumo de este atún en grandes cantidades podría traerles problemas a las mujeres embarazadas.

La respuesta del Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) fue inmediata. Harry Silva Llinás, director de Alimentos y Bebidas del Instituto, puso en duda la investigación y aseguró, como autoridad sanitaria, que garantizaba la seguridad del producto. A su vez, el gremio de empresarios pesqueros argumentó que el atún colombiano no podría ser vendido en Europa —como sigue ocurriendo— si los hallazgos del toxicólogo fueran ciertos.
Lo que no tuvo en cuenta la principal autoridad sanitaria de Colombia al cuestionar el estudio es que las pruebas de Juan Manuel Sánchez se desarrollaron en laboratorios y con la tecnología del mismo Invima. Por ende, los científicos calificaron estas reacciones de la autoridad como irresponsables y el debate murió sin que se publicara una sola advertencia. (Ver: Controversia por estudio sobre atún contaminado)

Los débiles esfuerzos de Colombia por componer este panorama apenas se están haciendo visibles. Tan sólo el año pasado se aprobó en el Congreso la ley 1658, con la que se obligará a que para 2023 ninguna industria colombiana utilice el metal, teniendo en cuenta que no sólo se emplea para la producción de oro (aunque son los mineros los principales clientes) sino también para la fabricación de termómetros y barómetros, lámparas, baterías, pinturas, equipos de medicina, odontología, industria farmacéutica, química y agroquímica, entre otros.

Esta regulación ha sido criticada por quienes piensan que la norma no contempla una ruta clara para controlar el uso del mercurio utilizado por la minería criminal, teniendo en cuenta que el problema se incrementará cuando el mercurio sea ilegal y posiblemente comience a entrar al país de contrabando.
A esta estrategia se le suma la firma de Colombia al Convenio de Minamata en 2013, que tiene el propósito de eliminar, en 91 países, los productos que utilizan el metal a través de la prohibición de importaciones y exportaciones mundiales para 2020. Colombia también se comprometió a reducir y, cuando sea viable, eliminar el uso del mercurio en las actividades mineras.

Pienso en la panorámica del Bajo Cauca desde el aire y me pregunto cómo le vamos a hacer para detener este monstruo. Finalmente Colombia es el país de los convenios de papel y las acciones que se tardan mientras la fiebre del oro devora los ríos y las selvas sin remordimiento. Quisiera pensar que hay alguna manera de resolver este caos. De hacer conciencia.

La última investigación que inició el equipo de científicos liderado por Jesús Olivero los llevó hasta el Amazonas para revisar muestras de agua del río Caquetá y hebras de cabello de los indígenas de Araracuara. Los investigadores encontraron unos índices de contaminación por mercurio sin precedentes en el país. Los indígenas Miraña y Bora tienen en el cuerpo 15 veces más metilmercurio que el que la Organización Mundial para la Salud considera aceptable. Los detalles del estudio siguen sobre los escritorios de quienes deben tomar decisiones. (Ver: Alarma por altos niveles de mercurio en etnias amazónicas)

http://www.vice.com/es_co/read/pescado-envenenado


 

Por Angélica María Cuevas Guarnizo / Periodista de El Espectador - Especial para Vice Colombia

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