Bolívar vive entre mercurio

El tóxico metal, utilizado en minería, viaja por los ríos de este departamento y por el norte de Antioquia, ocasionando malformaciones y problemas neuronales.

Sergio Silva Numa
08 de septiembre de 2012 - 04:00 p. m.
Entre 10 y 15 millones de mineros trabajan el oro en el mundo. Se calcula que un millón son niños y 4,5 millones mujeres.
Entre 10 y 15 millones de mineros trabajan el oro en el mundo. Se calcula que un millón son niños y 4,5 millones mujeres.

Para contestar la pregunta sacó del agua su pie con seis dedos. “Mi mamá dice que es por el mercurio”, dijo la niña sentada en la orilla de un lago cobrizo. Al verla, la mujer quedó en absoluto silencio.

La escena es de Chocó, película de Jhonny Hendrix Hinestroza. Y aunque traída de la ficción, es más que una imagen cinematográfica. Es la clara representación de los efectos catastróficos de un metal altamente tóxico que, empleado en la extracción de oro, está acabando con algunas regiones de Colombia: el mercurio.

Con él conviven la pobreza, las enfermedades y la contaminación. Incluso existen niños que se han acostumbrado a estudiar en escuelas ubicadas dentro de minas repletas de gases ponzoñosos.

Estas problemáticas son algunos de los argumentos del presidente de la Cámara de Representantes, Augusto Posada, en el proyecto de ley que busca regular el uso del mercurio en la minería (ver recuadro). La idea es ofrecerles facilidades de crédito a los mineros para implementar nuevas tecnologías y así, ir eliminándo gradualmente este metal que agobia a varias regiones del país.

Entre las muchas que lo padecen, los peores escenarios están en el sur de Bolívar y el nordeste antioqueño. Allí, municipios que viven en medio de serios problemas de salud pública, de prostitución cargada de VIH, bajos niveles de educación y de escasas oportunidades laborales, han explotado por varias décadas la riqueza de manera artesanal, una forma de minería que, según la Onudi (Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial), produce entre el 20% y el 30% del oro en el mundo, es decir, entre 500 y 800 toneladas anuales. De ella dependen casi 100 millones de personas en al menos 55 países.

En esas regiones de Antioquia y Bolívar, se calcula que hay alrededor de 12.400 minas, en las que, según Jesús Olivero-Verbel, director del Doctorado en Toxicología Ambiental de la Universidad de Cartagena, trabajan entre 200.000 y 300.000 personas. Hombres, mujeres y niños buscan, en jornadas de mínimo diez horas, fragmentos de un tesoro que el año pasado alcanzó los 56’000.000 de gramos en el país y que dejó millones de dólares en ganancias.

En el caso del departamento del Caribe, los casos más preocupantes son La Raya, Montecristo y Achí: tres municipios bañados por el río Cauca, que por más de veinte años se han dedicado a explotar el preciado metal y reciben contaminación del norte antioqueño.

Lo hacen de la manera más tradicional y más económica: una técnica que emplea mercurio para separar el oro de la roca a la que está adherido. Luego, la amalgama se calienta y este mercurio se evapora. Casi todos lo inhalan. Sólo el 5% usa máscaras de protección. Los gases van a dar a la atmósfera y enormes cantidades de desechos llegan irremediablemente a los afluentes hídricos, donde viven gran cantidad de peces, el principal alimento de la población.

Muchas de las especies que consumen provienen del río Cauca, que desde que atraviesa a Antioquia ya se encuentra cargado de sedimentos contaminados. El bagre, la doncella, el mocholo y la mojarra, son los peces que tienen el nivel más alto de mercurio. Ellos hacen parte de la dieta del sur de Bolívar y de otra buena cantidad de mamíferos. Según una investigación de Olivero y su grupo, el 99,77% de los habitantes consumen pescado al menos una vez al día. En muchas ocasiones es el menú de las tres comidas.

Y es justo ese uno de los principales problemas: el pescado. Al ingerirlo, el metilmercurio (como encuentra en los peces), una de las seis sustancias químicas más nocivas en el medio ambiente para el International Program of Chemical Safety (IPCS), se libera en el intestino y después se acumula en la corteza cerebral. Los efectos son irreversibles: lesiones en el sistema nervioso central, periférico y cardiovascular. Al inhalarlo, el material sube de manera casi inmediata al cerebro.

“Las personas empiezan a tener temblores en sus manos, pierden la memoria, sufren una diminución de su coeficiente intelectual y tienen dificultad para concentrarse. Además, no distinguen colores, su campo visual se reduce, suelen desarrollar alergias y, a veces, experimentan problemas neurológicos severos. También puede causar malformaciones de fetos si las mujeres embarazadas están expuestas a él”, explica Olivero, quien estudió esta población a partir de muestras de pelo que tomó a 1.300 personas, desde niños de seis meses hasta ancianos de 89 años.

En la región el abandono estatal es evidente. El 17,7% de los habitantes son analfabetos, sólo la mitad completaron la primaria y únicamente el 3,1% fue a la universidad. El alcohol y el tabaquismo se suman a la red de problemas.

Curiosamente, los niveles más altos de mercurio se registraron en una niña de tres años, con 20,1 microgramos por gramo de pelo, cuando el límite máximo debe ser 1. “La explicación es simple: sus padres, como muchos, son pescadores y de eso se alimenta la familia”, cuenta el profesor Olivero.

Para este experto, las posibilidades de que esta niña salga adelante en el colegio son muy pocas. “Seguramente su capacidad intelectual no le permitirá ser competitiva en la escuela”, afirma. Y, seguramente, en un futuro gran porcentaje de la infancia tendrá el mismo inconveniente, pues las oportunidades laborales son mínimas. La minería, la agricultura y la pesca son las únicas fuentes de sustento.

El panorama del nordeste de la región antioqueña no es muy diferente al del sur de Bolívar. Tres son los municipios más perjudicados: Remedios, Zaragoza y Segovia. Tal es el porcentaje de contaminación que alberga su aire, que la Onudi y el Proyecto Global del Mercurio (GMP) ya han lanzado alertas sobre el peligro que corren los habitantes de estos lugares.

Pese a ser una zona de grandes riquezas, las condiciones sociales no difieren de las de La Raya o Montecristo. “Hay altísimos grados de pobreza. Sólo el 20% de la población tiene acueducto y el 10% alcantarillado. Los niveles de prostitución, alcoholismo y drogadicción son muy elevados. Además, de cada 600 bachilleres, sólo cinco van a la universidad”, dice Jorge Molina Escobar, investigador del Centro Nacional de Geoestadística de la Universidad Nacional, sede Medellín.

El caso más inquietante es el de Segovia. La minería artesanal ha descargado toneladas de mercurio en la atmósfera.

Según los estudios de esta universidad, las cargas de metal en el aire superan los límites permitidos por las normas internacionales. Han encontrado concentraciones de 1.000 a 1.500 nanogramos por metro cúbico en atmósferas urbanas, cuando no deberían superar los 10 nanogramos. Y en ambientes de trabajo, aunque el tope máximo para los humanos debería ser de 1.000 nanogramos, de acuerdo con los datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), en Segovia superan los 80.000.

En total, se calcula que esta región emite 80 toneladas de mercurio a la atmósfera, que pueden atravesar los océanos y alcanzar distancias inimaginables.

Según Molina, Colombia importa 200 toneladas de mercurio al año para distintos fines (entre ellos la minería), pero no se sabe cómo llega hasta territorio antioqueño y cómo se reparte entre los mineros. Es todo un enigma. Es ilegal.

El problema de la utilización de mercurio va más allá de la explotación aurífera. Son muchos los elementos que contienen este metal. El Pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) los enumera: los manómetros de medición y control, los termómetros e interruptores eléctricos, lámparas fluorescentes y amalgamas dentales, baterías, biocidas en la industria del papel, productos farmacéuticos, pinturas y desinfectantes de semillas.

Pero eliminar este problema que agobia a Colombia es casi una tarea imposible. Para el profesor Olivero, una legislación que regule el tema es inexistente y la tradición es difícil de cambiar. Y mientras el precio del oro continúe en aumento (de 2001 a 2012 la onza subió de US$260 a US$1.738), todo indica que el mercurio perdurará por muchos años más.

Proyecto de ley genera controversia

Un proyecto de ley que busca regular el uso del mercurio en la explotación de oro (y que no ha empezado a ser discutido en el Congreso) enfrentó esta semana al ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, y al presidente de la Cámara de Representantes, Augusto Posada, por cuenta de unas declaraciones del jefe de esta carteta que anunció que el Gobierno llevaría ante el Legislativo una propuesta para controlar la utilización de este elemento en la minería. El representante Posada aseguró que ha venido trabajando en ese proyecto varios años para que el ministro lo presente como novedad.

Pero más allá de este debate, habría que destacar que el proyecto es la primera iniciativa para reglamentar el uso de mercurio, desde que se importa hasta que se desecha. Los créditos para el uso de nuevas tecnologías en las mineras es uno de sus puntos claves.

Por Sergio Silva Numa

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