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Desconectarse para vivir

La vida en línea puede llegar a ser agobiante. El escape de la tecnología, paradójicamente, puede lograrse a través de la tecnología.

Santiago La Rotta
02 de noviembre de 2013 - 09:00 p. m.

El don de la omnipresencia. La maldición de la omnipresencia.

Más que una ventaja, mucho más allá de ser una hazaña de ingeniería (aunque también hay de esto), la tecnología es una constante: un asunto que parece inseparable de la ecuación que describe la vida diaria.

Lo anterior puede ser cierto incluso desde antes de la aparición del computador personal, la invención de la telefonía celular o el montaje de internet. La luz eléctrica y el refrigerador son productos tecnológicos que, sin mayor grandilocuencia, cambiaron la cotidianidad de millones de personas.

Aquellas eran tecnologías para la vida. La regla actual parece reescrita: la vida a través de la tecnología, quizá.

El cambio implica un nivel más alto de penetración (las estadísticas que aseguran que los países suelen tener más teléfonos celulares que habitantes), pero también de interactividad, de intrusión, dirían algunos.

Cortar el cable y renacer, o al menos intentarlo. Sin la mediación de un procesador, sin la inmediata cercanía de una enciclopedia, o de la información del clima en un lugar al otro lado del mundo, la vida se presenta natural, sea lo que sea que esto signifique.

Si esta aparición no sucede espontáneamente, siempre se puede pagar por ella. La vida antes de la tecnología llega en forma de campamento de verano con una suerte de instructores de lo análogo: personas que evitan que los clientes reincidan en el desagradable hábito de revisar correo, mirar qué está pasando en Twitter… Suena un poco a desintoxicación y, de pronto, lo es. En un artículo de prensa lo llamaron “la alegría de la quietud”.

Otros la podrían llamar la alegría de la productividad, un bien que paradójicamente escasea en un tiempo en el que casi cualquier tarea es posible a través de una pieza de software. La paradoja llevada al extremo es que un programa permita bloquear otros programas que, a su vez, bloquean el ser productivo de cada usuario.

En este reino hay un poco de todo, desde aplicaciones para interrumpir la navegación por internet (la ganadora es Freedom), pasando por otras que sólo permiten la apertura de un programa como Word o Excel (WriteRoom para Mac o DarkRoom para Windows), hasta filtros que bloquean sitios de redes sociales (LeechBlock).

Claro, también existe la voluntad. David Karp, fundador de Tumblr, no lleva ninguna pantalla a su habitación. Nick Bilton, reportero de The New York Times, optó por pasar media hora al día sin ningún dispositivo electrónico. Paul Miller, periodista del blog ‘The Verge’, se desconectó de la red durante un año: no correo electrónico, no navegación en internet, no mensajes de texto.

La necesidad de escapar de todo puede ser un viejo instinto, una necesidad enterrada en lo profundo del deseo humano. “Hasta luego, y gracias por el pescado”, como escribió Douglas Adams.

Pero al otro lado del túnel puede que no haya iluminación y sabiduría. La epifanía se manifiesta en una forma simple: la tecnología es una herramienta, con ella se hace algo, no te hace mejor ni peor. Ahora, lo que hagas con ella, bueno, ese es otro cuento.

 

 

slarotta@elespectador.com

@troskiller

Por Santiago La Rotta

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