El alma de los murciélagos

En Colombia, país con mayor diversidad de estos mamíferos en América, la labor de investigación y protección se concentra en un grupo reducido de expertos.

Laura Villamil Barrera
20 de febrero de 2013 - 04:49 p. m.
Vampyrum spectrum, especie de la Colección de Mamíferos de la U. Nacional.   / Gabriel Aponte.
Vampyrum spectrum, especie de la Colección de Mamíferos de la U. Nacional. / Gabriel Aponte.

¿Romanticismo? Un poco. Pero no es la única razón por la que un quiropterólogo (estudioso de los murciélagos) decide dedicarle su vida a estos animales que la mayoría de la gente repudia. Que son ciegos, que transmiten rabia, que chupan sangre, que son las ratas del cielo... Pero de vez en cuando alguien descubre la belleza en la rareza y se empeña en decirle al mundo entero que los prejuicios han puesto en serio peligro a grandes poblaciones de las especies.

Es el caso de los miembros de la Red Latinoamericana de Conservación de Murciélagos (Relcom), una organización que nació en 2007 con el propósito de investigar y proteger a los protagonistas de las más aterradoras historias nocturnas, así como de educar sobre ellos, y de la cual hacen parte 15 países, incluyendo al territorio con mayor diversidad de estos mamíferos en América y el segundo en el mundo: Colombia.

“Se sabe de la variedad de mariposas, anfibios, aves y plantas que tenemos, pero nunca se menciona la de murciélagos. En el momento se reconocen 197 especies, 23 más que en Brasil, aunque ese país sea 7,5 veces más grande que Colombia”, dice Sergio Estrada Villegas, biólogo vinculado a Relcom, para dimensionar que esta cantidad representa aproximadamente el 16% de las especies del mundo.

Según él, los beneficios ecosistémicos de estas comunidades de mamíferos han sido opacados por creencias sin fundamento que generan odios colectivos y terminan en su destrucción y la de sus refugios. Entonces pasan de polinizar plantas silvestres y de consumo humano, de dispersar semillas en su vuelo para la regeneración natural de los bosques y de controlar plagas que perjudican los cultivos y la salud humana —pueden consumir hasta mil insectos por hora—, a ser los “aliados del demonio” y los causantes de incesantes gritos y agravios. Tan sólo el 1% de las especies en el mundo se alimenta de sangre, mientras que el 75% come frutas.

Como explica Hugo Mantilla, curador asociado a la Colección de Mamíferos de la Universidad Nacional, “por desconocimiento lo homogeneizamos todo. Una de las bellezas de la ciencia es que a medida que avanza se puede preguntar mejor, pero si perdemos la opción de conocer perdemos la opción de preguntar, y eso es lo que ha pasado siempre con los pobres bichitos. Nadie sabe lo especiales que son”.

Para él, el estudio de los murciélagos es una actividad que se ha delegado en muy pocos, un descubrimiento constante de piezas que hacen parte del rompecabezas de la vida:

“¿Cuántos quiropterólogos hay en el planeta?”, le pregunta a Manuel Rodríguez, biólogo asociado a la Fundación Chimbilako.

“Yo creo que no más de mil”, le responde Rodríguez.

“Si comparamos lo que conocemos con lo que no conocemos, es como si extrajéramos una gota del mar con un gotero”, replica Mantilla.

La conservación

La red ha identificado distintas amenazas a la vida de las colonias de murciélagos, las cuales se presentan en mayor o menor medida, de acuerdo al territorio, entre ellas la destrucción y perturbación de refugios y el uso indiscriminado de sustancias tóxicas. Según Estrada Villegas, la pérdida de hábitat es el problema más frecuente en Colombia, y no sólo afecta a estas poblaciones sino al resto de la diversidad. Agrega que hay un conflicto entre humanos y murciélagos que se hace evidente en zonas ganaderas como los Llanos Orientales y la región Caribe, debido a brotes esporádicos de rabia, y en la cordillera Oriental por la perturbación de refugios naturales como las cuevas.

“Es fundamental definir áreas de conservación en el país. En este momento los parques nacionales naturales cumplen una función vital para cuidarlos, y en la Red adelantamos una iniciativa para identificar y certificar zonas de protección, por ejemplo, el Cañón del Chicamocha (Santander)”. Por su parte, Rodríguez destaca la investigación de diferentes grupos académicos, como el de las universidades de Antioquia y del Tolima, y la gestión que realiza la Fundación Chimbilako en la búsqueda de concertación con el Ministerio de Ambiente, con el fin de incluir algunas especies en una lista con prioridad de protección.

Pero para Mantilla, el problema real de la pérdida de esa diversidad es extraviar información valiosa para la humanidad. “Es como si te dieran el libro donde están los secretos de la vida y lo echaras al mar. No hay manera de rescatar ese saber. Este es el producto de millones de años de ensayo y error de la naturaleza que recopila su sabiduría sobre las especies, y si no hacemos nada nos quedaremos sin entender el fenómeno de la vida”.

Por Laura Villamil Barrera

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