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El mar, vecino traicionero

Colombia ha perdido unos 900 kilómetros de área costera por la erosión en los últimos 40 años. Uno de los casos más emblemáticos es el de la isla Tierrabomba, vecina a Cartagena.

Marcela Madrid Vergara Especial para El Espectador
23 de febrero de 2013 - 09:00 p. m.
En la isla Tierrabomba, a 1,5 kilómetros de Cartagena, la furia del mar ha provocado el abandono de unas 70 casas situadas en la costa.
En la isla Tierrabomba, a 1,5 kilómetros de Cartagena, la furia del mar ha provocado el abandono de unas 70 casas situadas en la costa.

A Tierrabomba se la está tragando el mar. Hace menos de un año, en la isla de la champeta —a 1,5 kilómetros de Car tagena— los postes de electricidad tuvieron que ser trasladados 10 metros, lejos de la furia del agua que hoy está a unos 5 metros de alcanzarlos. También tuvieron que alejarse de la costa cerca de 70 familias; dejaron su vivienda en perfecto estado para adentrarse y construir una nueva en la parte más alta.

La erosión se ha llevado casas, calles, los lugares más importantes para los isleños. La caseta donde se reunían a bailar champeta ya no existe. Ahora, lo que queda de una vivienda abandonada en la costa hace las veces de improvisado sitio de rumba. Hace un tiempo sus dueños decidieron salir de ahí pues sabían que las olas no tardarían en tocar su puerta.

En una de las pocas viviendas habitadas en la orilla de la isla vive doña Mayo, como la conocen sus vecinos, con sus hijos y sus nietos. Con piedras, palos y lo que van encontrando, han intentado evitar que el agua llegue a sus cuartos, pero sólo han logrado prolongar la espera. Saben que en cuestión de meses su casa pasará a ser parte de la historia de Tierrabomba.

Cuando se le pregunta a doña Mayo qué piensa hacer, se encoje de hombros, mira hacia la orilla y responde: “No sabemos, no tenemos con qué construir otra casa en otra parte”. Sólo les queda pedirle un espacio a algún familiar. O seguir esperando a que se cumplan las obras prometidas hace más de un año.
Acuerdos en el papel

A finales de enero la comunidad se reunió con el Ministerio del Interior y la Personería de Cartagena. El tema de discusión no fue nuevo: la construcción de los llamados espolones (barreras de piedra y otros materiales) o, en términos más precisos, una línea de protección costera para contrarrestar el fenómeno de erosión, causado principalmente por el cambio climático que ha alterado el nivel del mar.

En la reunión, los nativos se mostraron indignados por el incumplimiento en esta obra. Mirla Aarón, representante legal de la isla, tomó el micrófono y se quejó de que a pesar de haber invitado a varios representantes del Distrito al encuentro, para que les dieran una explicación, ninguno llegó. Luego, uno a uno, los asistentes pasaron al frente para narrar sus desventuras rutinarias. Se escuchó, por ejemplo, el lamento de Ana Isabel Godoy: “Mis cuartos están llenos de agua, la mareta pega en la ventana y no me deja dormir”.

A través de la resolución 028 del 13 de enero de 2012, la Dirección General Marítima (Dimar) dio la autorización para la ejecución de un plan de emergencia, que consiste en un espolón en forma de L que protegería 700 metros de la costa de Tierrabomba. Se estableció que las obras debían estar finalizadas en seis meses a partir de esa fecha, es decir, en julio del año pasado. El requisito de consulta previa también se había cumplido, con la intervención del Ministerio del Interior el 13 de diciembre de 2011. Hasta hoy, los isleños no han visto ni una piedra.

Según el capitán de puerto de Cartagena, Juan Carlos Roa, “pasó un año desde esa autorización y hubo problemas entre el contratista y la Alcaldía. Por eso el 7 de diciembre de 2012 se amplió el plazo para la ejecución de las obras”. Los isleños aseguran que durante este tiempo, ni el contratista ni el Distrito se acercaron a darles explicaciones por el incumplimiento.

Pedro Fabris, ingeniero de la Secretaría de Infraestructura de Cartagena, justifica los retrasos: “Esa obra se suspendió por el mal tiempo, por el huracán ‘Sandy’ y una cantidad de cosas. Además, eso tiene un proceso y no se ha conseguido la financiación”.

Adicionalmente, Fabris asegura que el año pasado se adjudicó la construcción de un “proyecto macro” que busca una solución a largo plazo. Se trata de siete kilómetros de línea de costa, para los que se adjudicará un presupuesto de $25.000 millones. Así se atenderá el problema de años y años en Tierrabomba. Para las otras regiones afectadas por el mismo mal, el Ministerio de Ambiente acaba de firmar un acuerdo que contempla un plan de mitigación y un protocolo de monitoreo de playas.

El cálculo del Gobierno es que de los 3.000 kilómetros de costa que tiene el país, alrededor del 30% están afectados por la erosión, siendo los peores escenarios los de Atlántico, Córdoba, Sucre y Nariño, y la zona insular del país. Y un dato más: se estima que en los últimos 40 años Colombia ha perdido unos 900 kilómetros de área costera.

Soluciones en manos propias

Frustrados, los nativos están explorando opciones para impedir que la isla se siga deshaciendo frente a sus ojos. Algunos hablan de manifestarse en alta mar para exigir la atención de las autoridades. No sería la primera vez. En diciembre de 2011 sacaron sus embarcaciones y bloquearon durante varias horas el acceso a la bahía de Cartagena.

Juan Carlos Roa rechaza este tipo de protestas: “No es serio un país donde una multitud se le atraviesa a los buques para no dejarlos entrar a un canal navegable. Se afecta la economía nacional, y recordemos que el 90% del transporte mundial se hace por vía marítima”.

Otros, como Guillermo Anaya, optaron por construir sus propios espolones. Junto con un familiar recogió piedras y material suficiente para fabricar una barrera de protección. Para las autoridades se trató de una actuación ilegal porque no tenía permiso de la Armada. Casi le decomisan la lancha.

El capitán Roa advierte que la construcción de estas obras sin los estudios previos representa un peligro. “Los nativos no tienen el músculo financiero para hacer obras de protección. Lo que ellos hacen no sólo es insuficiente, sino que además termina por erosionar otra zona. El problema se traslada pero no se soluciona”.

Al parecer, como dice uno de los isleños, “al mar no hay quien lo aguante”. El tiempo se sigue llevando poco a poco esa isla donde alguna vez abundaron la pesca y la agricultura, donde la champeta se exportaba, donde los isleños sólo necesitaban de un grito para comunicarse con Cartagena.

Por Marcela Madrid Vergara Especial para El Espectador

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