El primer dolor del río

A 300 kilómetros de su nacimiento, la principal fuente de agua del país ya lidia con sus primeros obstáculos: la contaminación y su represamiento.

Angélica María Cuevas
28 de abril de 2012 - 04:00 p. m.

El río por el que ha corrido la historia de Colombia brota de la tierra diminuto y traslúcido. De la tierra cobijada de bruma y rodeada de frailejones nace en forma de laguna: La Magdalena. Está escondida en la esquina del Huila donde la cordillera de los Andes se rompe y forma las cordilleras Central y Occidental, el río Cauca, el Caquetá y el Patía.

En ese punto el Magdalena es pequeño y frágil. Alguna vez sus aguas cubrieron siete hectáreas de páramo, pero hoy se ha reducido un 40% por distintos factores climáticos que nadie sabe explicar muy bien.

Llegar a esa cabecera fría e inhóspita es un reto para cualquier arriesgado. Atravesar los 33 kilómetros que la separan de Puerto Quinchana, primer caserío del sur del Huila, toma 11 horas a lomo de bestia. Es un camino empinado, pedregoso y estrecho, atiborrado de cedros, helechos y quinas propias de las montañas tropicales, que más arriba mutan en hojas endurecidas y musgos tupidos.

El mismo camino que los caballos atraviesan hoy a ojo cerrado fue recorrido por las tribus de pijaos, paeces, yalcones y andakíes. Aunque los españoles le impusieron el nombre de María Magdalena, las culturas prehispánicas habían bautizado al monstruo hídrico Guacacayo (Río de Tumbas) en la parte alta, Arly (Río del Bocachico) en la parte media y Caripuaña (Río Grande) en la parte baja.

Los indígenas aprovechaban sus aguas para la agricultura, la pesca y sus rituales. Usos que repiten las 70 familias del silencioso caserío de Puerto Quinchana, que crecieron entre el espeso paisaje selvático y los cultivos de caña, café, mora y tomate. Sus habitantes son los únicos colombianos testigos de un Magdalena limpio y sano.

La serpiente de agua corre tranquila por los imponentes cañones del macizo antes de recoger su potente caudal. Ocurre a 1.400 metros sobre el nivel del mar. El río se ve obligado a encajonarse para atravesar el punto más estrecho de todo su cauce: un túnel de rocas que no supera los 2,2 metros de ancho. Lo logra, pero vendrán luchas más complejas.

Aunque San Agustín es el primer casco urbano que vierte sus desechos al río, Neiva es la primera ciudad que le entrega al Magdalena una gran descarga contaminante: 475.400 kilogramos de mugre al mes, provenientes de las aguas residuales domésticas e industriales que generan sus 373.000 habitantes. El problema se agrava sabiendo que la capital del Huila no cuenta con una planta de tratamiento de aguas.

La imagen de los desechos que terminan en el caudal se repite hasta que, en Atlántico, el río se vuelve mar, y aunque el Magdalena posea la virtuosa capacidad de autorregenerarse, le queda difícil mantenerse saludable mientras el país lo siga utilizando como cloaca principal.

A su paso por Neiva la concentración de sedimentos pinta el agua de color tierra. Unos 38 kilómetros al norte el Magdalena deja de serpentear a su antojo y cae preso en la planta hidroeléctrica de Betania. El embalse, que comenzó a operar en 1987, tuvo que desviar parte del cauce del río para inundar 7.400 hectáreas de tierras destinadas hoy a la generación del 8% de la energía que consume el país. Y aunque hasta el momento es el único proyecto sobre su cauce, se espera que para 2013 o 2014 la cuestionada represa de El Quimbo (ubicada 12 kilómetros al sur de Betania) entre en funcionamiento.

Imponerse sobre la naturaleza inevitablemente trae secuelas. Las hidroeléctricas han sido sinónimo de deforestación, cambios de usos del suelo, extinción de especies y desplazamiento de poblaciones. Para el levantamiento de Betania, que inició en 1981, 500 familias campesinas vendieron o abandonaron sus terrenos bajo promesas de restitución y reforestación que nunca se cumplieron.

Quizás ese mismo destino es el que temen los más de 1.700 habitantes de los municipios de Gigante, Garzón y Agrado, que tendrán que entregar unas 5.000 hectáreas altamente productivas para la construcción de El Quimbo.

Lo cierto es que el país necesita energía para abastecer su demanda local, pero la pregunta que se hacen los ambientalistas es si es necesario explotar el río hasta su último aliento, abriendo mercados para la exportación de energía a los países vecinos, a costa de los impactos en el territorio colombiano. Si fuera así, podrían levantarse hasta 34 represas sobre el Magdalena, como los señalaron dos estudios realizados por el Gobierno entre 1979 y 1983. El interés sigue latente si se tiene en cuenta que en 2011 Cormagdalena firmó un convenio con Hydrochina (la empresa estatal de aguas de China) para revisar la viabilidad de estos puntos.

Tras liberarse de las paredes de Betania, al Magdalena lo esperan fuertes obstáculos por lidiar antes de llegar a su desembocadura. Recorrido en que usted puede acompañarlo en la siguiente entrega de este especial.

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Por Angélica María Cuevas

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