El último rastro de la minería en Zaragoza

Dos enfermedades afectan a este región: la fiebre del oro y la malaria, resultado de la contaminación que dejó la extracción del metal.

Edinson Arley Bolaños / Popayán
18 de mayo de 2013 - 08:01 a. m.
El último rastro de la minería en Zaragoza

Los ojos de los negros de Zaragoza tienen un brillo amarillento pálido, como si en verdad estuvieran contagiados de la fiebre del oro que precipitó una habitante de este corregimiento en 2009 tras encontrar una veta del metal dorado. Sin embargo, cuando preguntamos por qué muchos de sus pobladores tienen la misma apariencia y el mismo semblante, María Dolores* dice: “Vivimos todos los días contagiados de malaria”, y esa respuesta hace eco en los 105 casos de infecciones que reporta la Unidad Ejecutora de Saneamiento (UES) Valle este año.

María Dolores es una lideresa comunitaria de este corregimiento del puerto de Buenaventura. Este año a su hija menor le ha dado cuatro veces malaria. No se ha muerto, porque en la zona hay una cuadrilla de expertos que controlan los mosquitos Plasmodium vivax y Falsiparo —responsables de la transmisión—, pero aunque muchas veces ha sufrido con fiebres altas, dolores de cabeza y del cuerpo, la promotora de salud ha logrado calmar sus angustias. La última vez, dice María, “tuve que llevarla de urgencias al hospital de Buenaventura, porque la fiebre y la diarrea la estaban deshidratando”.

 Otrora, Zaragoza era de los negros del Pacífico y tenía escuela y acueducto. Hoy es un enclave de la minería ilegal que insiste en permanecer en este territorio, situado a la orilla de la doble calzada que comunica al centro del país con su principal puerto marítimo: Buenaventura. Un enclave minero al que ni siquiera le importa que la Corporación Autónoma del Valle (CVC) haya declarado estas tierras, y al río Dagua que las baña, tres veces en emergencia ambiental.

Las autoridades llegaron a frenar la minería ilegal en Zaragoza hace dos años. De varios operativos que se han desarrollado, María Dolores recuerda claramente el de una centena de policías que se apostaron en febrero de este año en la zona, pero que según ella sólo fueron una fachada para los medios de comunicación: “pasaron de nuevo las fotos que mostraron el año anterior. Armaron todo un operativo: según ellos quitaron máquinas, dragas, llevaron gente presa. Eso lo vimos sólo por la televisión, pero la realidad fue otra”.

El operativo del que habla María Dolores es el mismo que la Dirección de Carabineros (Dicar) llamó Operación Pacífico Fase VII y que se desarrolló en el sector conocido como El Cafetal, muy cerca de Zaragoza, en donde “se intervinieron y suspendieron dos minas de material aurífero, además se logró la captura de seis personas y la incautación de dos retroexcavadoras”, responde la Dicar.

 Pero eso ha sido insuficiente. El río Dagua sigue corriendo con el agua turbia, con un alto grado de mercurio, y aunque la Corporación Autónoma del Valle lo sabe, aún espera hacer dos pruebas más para dar la noticia. “Recientemente hicimos unos muestreos en La Piangua (zona donde desemboca el río Dagua), que es un filtrador y en esa medida es un buen indicador de la contaminación del agua con mercurio. Nos inquietan los resultados, no solamente en el río Dagua, también tenemos problemas por la minería en los ríos Naya, Cajambre, Raponso, Yurumanguí y Anchicayá”, dice Óscar Libardo Campo, director de la CVC.

A pesar de esas intervenciones, lo que más ha molestado a la comunidad de Zaragoza es que el año pasado, cuando se llevaron a cabo cuatro operativos por la Policía de Carabineros y los mineros ilegales sintieron presión, estos últimos realizaron un paro que terminó favoreciéndolos: la protesta desembocó en unos acuerdos entre ellos, la administración distrital y el Juzgado Segundo de Buenaventura.

Según lo reporta la Dirección Nacional de Carabineros, las tres partes llegaron a un acuerdo para que durante tres meses los mineros trabajaran con 35 retroexcavadoras en la recuperación del cauce del río, gravemente afectado por la explotación minera mecanizada. “Una vez terminado ese tiempo exigieron una prórroga, siendo negada por el juzgado, ya que había más máquinas trabajando de las autorizadas en el permiso inicial y había aumentado la explotación ilícita en este sector”, reconoce la Dirección de Carabineros.

En Zaragoza no hay ni estación de policía ni soldados que se paseen por la carretera. La comunidad sigue pidiendo el respaldo del Estado para asegurarse de que no pondrán más de los 25 muertos que desde 2011 ha dejado la minería. “La comunidad sigue siendo perjudicada, dominada, porque si usted pone una queja, inmediatamente le mandan a los tipos y se tiene que callar”, dice con rabia María Dolores.

Después de acabar con el río Dagua, a finales de 2011 los mineros ilegales hicieron de las suyas con las pequeñas quebradas que eran más superficiales. Una de ellas fue la Colorada Grande, la misma que hasta hace año y medio fue el acueducto de la vereda Zaragoza Bajo. Hoy, María Dolores y toda su comunidad deben esperar a que llueva para tomar agua limpia e ir al río a lavar la ropa, y de vez en cuando tienen que comprarla en bolsas.

La escuela corrió la misma suerte. Cuando se instalaron más de tres retroexcavadoras en el patio del plantel educativo, los cimientos se fueron agrietando hasta dejarla, prácticamente, como una cascara de huevo. “La escuela era dotada de buenos maestros, pero como el peligro de que se viniera abajo era inminente, convocamos a una reunión al rector y a la Secretaría de Educación de Buenaventura y llegaron a la conclusión de que era mejor desocuparla”, explica María Dolores.

Un año después de no tener escuela, los niños, que cursaban desde grado cero hasta noveno, tuvieron que desplazarse a otros establecimientos. En la escuela más cercana reciben clase los de primaria. Hay doble jornada porque es una edificación pequeña, incluso la cocina se ha convertido en un salón de clases. Los de grados superiores viajan todos los días a 20 minutos de la vereda. De la infraestructura de la antigua escuela sólo queda la cancha, que está en su patio, convertida en seis piscinas de agua rebosada de barro y basuras, que ahora son la cuna de los mosquitos Plasmodium vivax y Falsiparo.

Esos pozos aún están a cielo abierto. Según el director de la CVC, “son efectos pasivos de la actividad minera que el Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Minas, está buscando intervenir para recuperar ambientalmente”. Hasta la fecha no se ha hecho nada.

La ambición perfora la doble calzada

En octubre del año pasado el diario El País de Cali reveló que “en un espacio de dos kilómetros, en pleno corazón de Zaragoza, hay 50 túneles en diferentes direcciones, la mayoría buscan el río Dagua o atravesar la doble calzada que comunica el puerto de Buenaventura con el resto del país”.

La Corporación del Valle ha identificado esta nueva modalidad de hacer minería ilegal y en un recorrido que hizo la semana pasada encontró que los topos humanos o cúbicos se han intensificado en la zona. Muchos de esos se ocultan en las viviendas o cambuches localizados a lo largo de la carretera o del río Dagua. “Esto está generando no sólo daño ambiental, sino un riesgo para la vía, que puede perder su estabilidad. Por eso pueden presentarse hundimientos. Pero más aún, también a lo largo de este corredor está la línea férrea y algunas de las líneas del oleoducto, lo cual hace cada vez más peligrosa la minería ilegal en esta zona del país”, expresó Óscar Libardo Campo, director de la CVC.

Zaragoza no está hecha de lingotes de oro, sino de madera y muchos ríos. Está compuesta por seis veredas: El Palito, La Laguna, San Martín, Bajo Zaragoza, Alto Zaragoza y El 28. La más importante en los últimos años ha sido Bajo Zaragoza, por tener la estación de gasolina en plena vía al mar y cerca del río Dagua. Esa misma vereda hoy está dividida en dos: La Zaragoza de los nativos, que está a un lado de la doble calzada, y la otra, que queda al frente, habitada por los mineros de Antioquia y Chocó, que llegaron en 2009 y colonizaron la zona.

A esos foráneos también los ha golpeado duro la malaria. A ellos, que son los protagonistas del aumento de la población y de los pozos con agua estancada, los principales factores que han provocado que las enfermedades ahora sean dos y se conviertan en pandemias: la de la malaria y la del oro.

Zaragoza hoy es la alegría de vivir cerca del mar y de tener dos calzadas, por donde transitan las mercancías del TLC que Colombia firmó hace un año con Estados Unidos. Pero también es la nostalgia de vivir sin muchas esperanzas para defender el territorio asediado por Urabeños y empresarios, que dejan la única opción de pensar como María Dolores: morir siendo esclavos de la opulencia económica que ven pasar frente a sus ojos amarillentos todos los días y noches.

Por Edinson Arley Bolaños / Popayán

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