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Glaciares colombianos

En tres crónicas que serán emitidas a partir del lunes en el noticiero de las 7:00 p.m., un equipo periodístico registra el deterioro de los nevados. Primera entrega: tras los pasos de Erwin Kraus.

Mauricio ‘Pato’ Salcedo
03 de junio de 2012 - 09:01 p. m.

Dejar de asociar las cumbres nevadas colombianas con el nombre de Erwin Kraus sería todo un error. Ese bogotano, de padres alemanes y nacido en 1911, fue quien comenzó, en la primera mitad del siglo XX, una osada carrera como pionero escalador que lo llevó a conquistar muchos de los grandes picos del país.

Por aquel entonces, emprender semejante propósito significaba una muy difícil obra, especialmente por las complejas condiciones que había que soportar para llegar hasta esos remotos parajes impregnados de páramo, roca, hielo y nieve.

Entre los muchos objetos que llevaba a sus viajes ese consagrado montañista, siempre había una cámara fotográfica. Y por eso, justamente, existe una invaluable colección de imágenes que revela cómo eran, hace casi un siglo, buena parte de las resplandecientes cumbres colombianas.

Gracias a la familia de Erwin Kraus, y en particular a su nieta Lorena, tuve el privilegio de observar ese impresionante compendio fotográfico. Fue una maravillosa experiencia que me sedujo a recorrer alguno de esos encumbrados sitios que el gran escalador también visitó. Entonces, decidí viajar a la Laguna Grande, en la Sierra Nevada de Güicán y Cocuy.

Ese andino cuerpo lacustre descansa a aproximados 4.300 metros de altura sobre el nivel del mar, y una parte de su vida está rodeada por varios picos, hoy algunos con escasa nieve y mucha, mucha roca. Allí, en 1938, estuvo Kraus y su escalada.

Ya en la montaña comienzo el ascenso. Me acompañan Eudoro Carreño (veterano campesino nacido en estas tierras) y Roberto Ariano (reconocido escalador). Al grupo se suman Fabián Prieto, mi asistente de cámara, y un hábil arriero cuyo nombre es Óscar. Él orienta el andar de un par de semovientes que soportan nuestros trebejos.

No hay duda: la ruta es hermosa y transparente; es un universo de riachuelos y pequeñas cascadas; es el llamado Valle de los Frailejones. Con total quietud y mutismo, observamos los coloridos lagartos collarejos, temerosos reptiles que sólo habitan este rincón del planeta. Todo pareciera abundante, pero Eudoro advierte lo contrario: “Usted no imagina cuánto ha cambiado”.

Él conoce estos solitarios confines desde que era niño. A lo lejos, y con nostalgia, señala un par de chorros que descuelgan su vida por entre una peña. Son bellos y cristalinos, pero el mismo Eudoro afirma que el agua que allí cae no representa ni la mitad de lo que escurría hace 40 años. “Todo se está secando”, advierte.

Tras seis horas de caminata, y con algunas de las fotos tomadas por Kraus bajo mi brazo, alcanzamos nuestro destino: un sorprendente lugar en el que se dan cita la niebla, el viento, la lluvia, el silencio, la nieve y la roca. Todo ocurre en torno a la Laguna Grande, punto de encuentro para quienes hacen la vida de la alta montaña.

El clima no es el mejor, y durante tres días recorremos una mínima parte de lo que Erwin Kraus merodeó. De aquel entonces a hoy, la diferencia en el paisaje es grande, comenzando por el nivel de las aguas de la laguna, ahora mucho más escasas. Por eso, identificar los puntos desde los que Kraus hizo sus fotos es toda una odisea.

La más difícil búsqueda que hacemos es la de aquel lugar donde tomó la imagen de los témpanos de hielo y de la nieve a borde de agua. Por más que nos movemos y que vamos de un lado a otro, no hallamos el mismo sitio. Sin embargo, con mi cámara de video realizo un encuadre parecido al que plasmó Kraus en la toma.

Repetimos el ejercicio una y otra vez. Grabamos el pico Portales y su vecino, el Cóncavo. También nos desplazamos para registrar parte del glaciar del Pan de Azúcar, hoy visiblemente agotado. Es una oportunidad única y muy triste. Es una circunstancia que nos confronta con la impotente desaparición de los glaciares colombianos.

Por Mauricio ‘Pato’ Salcedo

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