La muerte le tiene respeto al doctor Rojas

Doctor y mago, lo uno en perfecto matrimonio con lo otro, Rojas es el médico más buscado del país. Prepara un proyecto para desintoxicar y desestresar a los colombianos.

Gustavo Gómez
28 de agosto de 2011 - 08:23 p. m.

Santiago Rojas no es lo que parece. Golpea muy fuerte; grita a riesgo de reventarse un pulmón o, al menos, los tímpanos de alguien. Un semibarbarroja con los ojos apagados y una sonrisa ganada el día en que repartieron toda la inocencia del mundo. Un tímido que grita duro y pega aún más duro. Santiago Rojas no es lo que parece. Es mejor de lo que parece.

En su consultorio, que corona el edificio que comparte con otros veinte médicos, Rojas, enfundado en un vestido quirúrgico y con los pies forrados en Crocs, atiende, atiende y atiende. Ha atendido 35 mil pacientes, mal contados, pero bien tratados. Dice que no sana: “El cuerpo es el que se sana. Yo apenas encauso para que el organismo haga su trabajo”. Miente: sí sana. Sana con abrazos que reparte todo el día y que recibe gracias a un enorme botón que lleva sobre el corazón con la leyenda de “Se regalan abrazos”.

Y grita con potencia de megáfono. Todo el mundo debería gritar como Rojas, con decibeles que no ponen a las señoras rojas ni a los señores tensos. Grita desde el consultorio y por los corredores, siempre disparando palabras cargadas de humor. Cualquiera que esté en sus manos (manos que usa para sanar, aunque el condenado insista en que no sana) se familiariza pronto con conceptos como oligoterapia, biorresonancias, terapia neural, biotrones, poliedros… tiene docenas de poliedros, algunos de los cuales le harían creer a un observador desprevenido que al doctor lo patrocina Comcel. Los usa para tratar a la gente y tratar de que la gente entienda que no es brujería ni artimaña, sino la aplicación de antiguas tradiciones y conceptos naturales a lo más natural del mundo: vivir.

Vino a conocer íntimamente la muerte hace años, haciendo una rotación en cuidados intensivos. Había sufrido una lesión grave en la pierna izquierda y estar con los pacientes más delicados le permitía trabajar moviéndose poco. En la unidad de cuidados intensivos del Hospital Militar conoció a Julio, un hombre enfermo de todo, menos del espíritu. Durante muchas noches conversó con él, que le midió la bondad y le dio un consejo: “Usted tiene mucho que aprender de los que vamos a morir”. Julio se murió y nació el Rojas de hoy, obsesionado con la calidad de vida de aquellos a los que se les escapa la vida; es uno de esos seres especiales que hacen ver menos terribles palabras como cáncer, oncología o muérgano, que es como le dice, cariñosamente, a media humanidad.

Rojas es un mago. Lleva siempre en los bolsillos una baraja francesa que le sirve para hacerles trucos a los niños. Se graduó en la escuela de Richard Sarmiento y hasta profesor fue, cuando el trabajo le dejaba tiempo. Admira los trucos callejeros de tipos como David Blaine o la magia que, al mejor estilo de Juan Tamariz, se basa en saber sorprender.

A veces Rojas lo toma a uno por sorpresa y mientras habla de las tres cosas que detesta de la salud en Colombia (“burocratizada, distante del paciente y favorecedora de intermediarios”), se manda con todo en terrenos vedados para otros médicos: “El cáncer, desde el punto de vista inmunológico, funciona como la guerrilla: células del mismo país que se quieren tomar el poder. No son detectadas en sus inicios y luego es difícil acabar con ellas. Ningún proceso guerrillero se destruye sólo con violencia; ningún proceso canceroso se controla únicamente atacando el tumor”.

Dicta cien charlas al año, la de hoy alrededor de Desestrésate, su último bestseller médico (25 mil unidades vendidas en pocos meses), y no se estresa cuando una de las asistentes le pregunta cuántas veces es recomendable tener relaciones sexuales a la semana. Contesta con la ciencia y el humor en atractivo matrimonio. Pocas cosas lo estresan, como no sean las personas que insisten en ser mediocres o el cerdo, que le hace mucho daño. Y cuando algo realmente le hace daño, el doctor tiene doctora: se pone en manos de Elsa Lucía Arango, para la que, después de tratar por años al dueño del Ubérrimo, atender a Rojas debe ser como lo que experimentaría Tiger Woods si jugara con Iván Mejía: un paseo.

Rojas también es golfista y golpista: golpea las bolas con una fuerza increíble, es pegador largo, con un estilo poderoso que no debe venirle de sus nada sobresalientes músculos. El médico que en consulta se enfrenta a diario al concepto de handicap, la discapacidad, dice que como golfista tiene un handicap bastante aceptable. Una hora de clase le basta. Está de afán. Tiene programa.

Hace un año dirige y presenta Sana-Mente en las noches de Caracol Radio, donde mide los logros con criterios muy suyos: “Hemos resuelto tres mil inquietudes de los oyentes en 250 emisiones”. El doctor armerita que se quedó sin pueblo, pero que tiene más corazón que una piña y que conoció a su esposa mientras atendía a un tío moribundo de ella, explica en micrófonos todo con sus acostumbrados ejemplos coloquiales: “La curación es una mesa de cuatro patas: amor, terapia, motivación y espiritualidad; al menos tres patas deben funcionar o la mesa se cae”.

El padre de Gabriel (que sueña con el fútbol) y de Juan Diego (que sueña con el rock y la ciencia), sueña con unos “gemelos” con nombres de libro que nacerán en septiembre: Desestrésate y Desintoxícate, dos unidades de atención llenas de máquinas exóticas que, en una jornada, conseguirán dejar a los pacientes a paz y salvo con la tranquilidad.

No hay muchos misterios más en la vida de Rojas, excepto este, que deberían saber los afortunados que logran una cita con el médico más ocupado del país: nunca le regalen chocolates; sencillamente no los come. Mil veces más efectivo llevarle Mani Moto al muy muérgano.

Por Gustavo Gómez

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