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Patria mutilada

Entre enero y noviembre de 2012 se registraron 253 militares víctimas de minas antipersona. Detrás de esta cifra hay historias de quienes sobrellevan con valentía la tragedia, como John Hárold Ortega.

Mariana Escobar Roldán
07 de enero de 2013 - 09:00 p. m.
John Hárold Ortega fue víctima el pasado noviembre de una mina antipersona en  Samaniego,  Nariño.  / Gustavo Torrijos
John Hárold Ortega fue víctima el pasado noviembre de una mina antipersona en Samaniego, Nariño. / Gustavo Torrijos

John Hárold Ortega, soldado profesional de 24 años, narra con detalle lo sucedido el 2 de noviembre de 2012, desde que estaba monte adentro en la madrugada, hasta que despertó en un hospital de Bogotá rodeado de médicos con caras lánguidas, inconsciente de lo que perdería. Evocar la tragedia de ese viernes no es difícil para él, que anda, come y duerme con ella todos los días.

Para esa fecha prestaba servicio en zona rural de Samaniego, a tres horas de Ipiales, Nariño. Llevaba tres meses allí y nunca le había tocado combatir, apenas presenció uno que otro hostigamiento.

Entre tanta montaña, soledad y selva, se resguadaba en las canciones de Diomedes Díaz, Martín Elías y Peter Manjarrés. Era el único que tenía celular entre sus compañeros, así que en las noches y durante los turnos de guardia los vallenatos vencían el tedio de todos y a él lo hacían sentirse como en su natal Cesar, donde lo esperaban su madre, cuatro hermanos menores y una novia de secundaria.

Todo empezó a las dos de la mañana. Ortega, otros dos soldados, dos dragoneantes, un cabo y dos perros dormían en una casa abandonada que encontraron el día anterior. Venían cansados de andar río tras río por semanas.

Según sus cálculos, estaban lo suficientemente alejados de la guerrilla. Sin embargo, la calma fue irrumpida por un ataque sorpresa de las Farc. Les lanzaron tatucos, granadas y metralla hasta dejar el monte devastado: “la maraña quedó limpia, toda colada”, cuenta Ortega. Los enfrentamientos continuaron.

A las 5:00 a.m. decidieron seguir su camino. Unos días antes habían pasado por la zona y se suponía que estaba libre de minas. Sin embargo, el cabo Cuéllar tuvo que desactivar una.

—Pasamos casi toditos. El dragoneante Estrada iba de primero con la perra, por si acaso. Ya eran las 10:30 a.m. cuando sentimos un estruendo. La onda explosiva nos mandó lejos. A la perra le voló una pata. Vimos cómo Estrada cayó en un hueco. Estaba desesperado. Decía: “Sáquenme, sáquenme, no me dejen morir”. Nosotros aguantábamos porque sabíamos que si avanzábamos un poquito podía haber más minas, pero él lloraba y lloraba a gritos. Pasaron como tres minutos hasta que el soldado Muñoz me dijo: “Vamos a sacarlo, Ortega, vamos”. Yo le seguí la corriente. Muñoz lo tenía por los brazos, yo me metí y lo cogí por las piernas. De repente rodé a la izquierda. Me sentí en el aire. Volé. Volé como dos metros y medio. Después Olarte, luego Muñoz y finalmente el dragoneante Cuervo. Todo estaba llenito de minas —cuenta Ortega.

Al caer supuso lo que le había sucedido. Sentía un ardor espantoso en las piernas y una sed extrema. Cuéllar y Cuervo, que pudieron ponerse de pie, se quitaron algunas prendas y con palos armaron camillas para llevar a los heridos hasta un helipuerto improvisado. Los dos perros murieron, los demás agonizaban.

Quitaron lo que más pudieron de maleza y aun así el helicóptero no pudo bajar. John Hárold recuerda que lo amarraron de una cuerda y alguien le gritó que todo iba a estar bien. Lo demás fue un sueño profundo hasta que despertó en el hospital con las dos piernas amputadas y parte de sus genitales perdidos. Los médicos lo recibieron sin signos vitales. Según su madre, un milagro del Santísimo lo salvó.

Estrada, Muñoz y Olarte fallecieron. “Eran como mis hermanos. Esos manes eran una elegancia. Desde que hicimos el curso en Tolemaida éramos unidos”, cuenta Ortega entre sollozos.

Su recuperación podría tardar hasta cuatro meses, mientras se acostumbra a unas prótesis y logra levantarse. Las visitas diarias de su madre le dan moral para intentarlo y no dejarse abatir por la amargura que le dejó aquel 2 de noviembre.

El pasado 18 de diciembre, en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, la W Radio rindió homenaje a 300 soldados, policías e infantes que como John Harold Ortega resultaron heridos durante combates. La campaña “Done por los Héroes de la Patria”, dirigida por la emisora, recolectó cerca de $3.000 millones que fueron distribuidos en bonos de $12’870.000 para quienes se sacrificaron en su labor.

—Al principio me dio muy duro, pero ahora estoy más fuerte. Yo sé que voy a volver a caminar. Me levanto siempre pensando que ser soldado va a ser mi arte hasta la muerte.

Según el Programa Presidencial para la Acción Integral contra Minas Antipersonas, entre noviembre y diciembre de 2013 se registraron 457 víctimas de este flagelo: 204 civiles y 253 militares.

Por Mariana Escobar Roldán

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