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Un premio a la escuela rural

Las propuestas educativas de Zeidy Calixto (Boyacá), Nancy Ceballos (Nariño) y Óscar Vesga (Santander) fueron aplaudidas este jueves por el jurado, que les concedió el reconocimiento como Maestros Ilustres.

Redacción Vivir
31 de mayo de 2013 - 10:00 p. m.
Un premio a la escuela rural

 Lo que dicen los “garabatos”

La Institución Educativa de Obonuco, a las afueras de Pasto, no tiene biblioteca ni laboratorios, y apenas hace poco pudo inaugurar el primer comedor. Muchos de los niños llegan de zonas apartadas, víctimas del desplazamiento y la pobreza extrema. Sin embargo, estos hijos de indígenas y campesinos tienen un futuro prometedor. 
 
Nancy Estela Ceballos, la maestra de preescolar, cree que las primeras grafías y signos de sus estudiantes sobre el papel son mucho más que simples garabatos, “es su forma de pronunciarse”, dice. Por eso, en su aula de clase no se aprende con el modelo tradicional de memorizar vocales, consonantes y escribir correctamente sobre el renglón. Los niños son libres de contar sus historias, sueños y anécdotas, aun sin saber leer y escribir.
   
La profesora los guía en esa etapa que, según cuenta, es necesaria para estimular la creatividad y la autonomía de futuros adultos. Poco a poco, les muestra que las ideas plasmadas a su manera tienen valor y, una vez se despierte en ellos la curiosidad de comprender qué traducen las letras que ven en avisos y en libros, entonces les ayuda a convertir sus signos en frases completas. 
 
“Yo los dejo que tomen el mundo armado, lo desbaraten y lo vuelvan a armar como prefieran. A la final, la estrategia los hace enamorarse de leer y escribir, tanto o más que jugar o ver televisión, porque ellos tienen derecho a aprender de manera divertida, pero con sentido”, cuenta Nancy Estella, quien cada día cumple su sueño de maestra: “hacer que un preescolar sirva para mucho más que jugar”.

Un escenario llamado salón de clases

 

En lugar de utilizar tiza y tablero, las clases de Óscar Gilberto Vesga, teatrero, cinéfilo y licenciado en lenguas, se hacen con cámaras. Tampoco hay examen final, sino la proyección de un cortometraje pensado y realizado por estudiantes.    

En tres años, los niños de la Institución Educativa de La Palma, en Gámbita, Santander, han entregado al público de su vereda 28 piezas audiovisuales de calidad. La más reciente, la de Amalia, una niña de noveno grado que decidió investigar cómo se amaba en la época de sus abuelos y cómo este sentimiento se ha transformado hasta llegar a los noviazgos de esta generación.   

La idea, dice Vesga, es que el arte audiovisual entre al aula, no como un relleno, sino como una posibilidad que les ayude a los jóvenes a comprender su territorio, su comunidad y sus costumbres.   
En los primeros meses del año, los estudiantes buscan desde las ciencias sociales posibles temas que les gustaría abordar. En las cátedras de español e inglés escriben el guión y lo traducen, graban en septiembre y en noviembre hacen el gran estreno ante todas las veredas de Gámbita.
  
“El campo es muy discriminado, por eso estos niños son tímidos y creen que todo el conocimiento, el arte y la ciencia vienen de afuera, mas no que ellos pueden crearlo, aun cuando sus territorios tienen tanto que aportarle a la sociedad”, cuenta el profesor, y añade que si bien cuando comenzó el proyecto los micrófonos eran escobas y las cámaras de cartón, “nunca hemos trabajado con las uñas, sino con la cabeza y el corazón. La pobreza existe cuando uno no tiene ideas, y nosotros tenemos demasiadas”.

Cuentos para derrotar la deserción

Zeidy Piedad Calixto Monroy, profesora de primaria de la Institución Educativa Simón Bolívar del municipio de Soracá (Boyacá), encontró hace ocho años, en los cuentos infantiles una estrategia para educar a sus estudiantes en competencias útiles para la vida real.   
Entendió que la longitud de la nariz de Pinocho y las distancias recorridas por Caperucita para llegar a donde su abuela serían elementos claves para desarrollar habilidades matemáticas. Si Pinocho dice cinco mentiras, y por cada una la nariz le crece siete pulgadas, ¿qué tan grande está ahora la nariz de Pinocho? les pregunta en clase a sus alumnos de 4° y 5° de primaria, hijos de familias de escasos recursos, que reciben de Zeidy las clases de sociales, español, matemáticas y biología.   
“Cada cuento esconde aprendizajes, es sólo ponerle creatividad. A partir de ocho cuentos infantiles desarrollé una estrategia de evaluación de competencias en todas las habilidades de grado 4°. El modelo comprobó que ayuda a enganchar a los niños a la escuela porque capta su atención, y ahora se está aplicando en varios municipios de Boyacá”, cuenta la maestra.   
Los cuentos infantiles han permitido acabar con la deserción de su institución. Sus alumnos son hijos de campesinos para quienes trabajar a veces es una obligación, e incluso a veces es más atractivo. Los viernes, día de mercado, muchos se iban a las plazas, otros no regresaban a clase. “Tenía una meta. Que llegara el día en que mis niños no se alegraran cuando yo les dijera que no había clases. Viajé a Bogotá a participar en esta ceremonia y he hablado con algunos. Todos me preguntan: Profe, ¿cuándo vuelves?”.

Por Redacción Vivir

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