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Las obras en carne y hueso

Son aproximadamente noventa y seis mil hombres naranja que viven en un hábitat de paredes verdes, piso irregular y cielo abierto entre 7:00 a.m. y 5:00 p.m.

Daniel Gómez
17 de octubre de 2010 - 08:00 p. m.

“Si usted me pregunta, me cansa más el trancón camino a casa que el trabajo”. Luis Édison García tiene 32 años y 20 de estos los ha pasado dedicado a “la rusa”: romper Bogotá a pica y pala para reparar, construir, asfaltar, fresar, instalar, levantar, reparchear, colocar y tumbar.

Son aproximadamente noventa y seis mil hombres naranja que viven en un hábitat de paredes verdes, piso irregular y cielo abierto entre 7:00 a.m. y 5:00 p.m. y si necesitan más plata o es el turno de la mujer de recoger a los niños pueden cumplir horas extras. Tienen una hora para almorzar, dormir un poco sumidos en una carretilla y, si la energía alcanza, leer la Biblia o un periódico en donde seguro alguien dice que las obras no avanzan y que moverse en la ciudad es imposible.

Los hombres naranja tienen el poder de la omnipresencia. Cada vez que un capitalino siente ira de trancón, ahí están, al pie del taladro que fastidia, conduciendo el bulldózer que detiene el tránsito hasta que dé reversa, instalando la nueva línea amarilla y negra que señala otra ruta que ya no se puede tomar. Al final del día, después de aguantar la lluvia, el sol, el polvo y la sed, alguien pasará y desde la comodidad de su carro les gritará que “trabajen, carajo, que eso va muy despacio”.

Por Daniel Gómez

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