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Así operaba la olla del Gancho Mosco en el Bronx

Quienes fueron desalojados de la zona creen que el microtráfico se va a diseminar por la ciudad. Un habitante de calle explicó cómo operaba la banda delincuencial que dominaba en el sector.

William Martínez
11 de diciembre de 2016 - 02:00 a. m.
 Al menos 1.600 habitantes de calle han sido atendidos en los centros de acogida del Distrito. / Óscar Pérez
Al menos 1.600 habitantes de calle han sido atendidos en los centros de acogida del Distrito. / Óscar Pérez

En el Bronx operaban tres bandas delincuenciales dedicadas al expendio de droga y a la trata de personas. Sin embargo, una dominaba: Gancho Mosco. Aunque en los últimos años las autoridades han divulgado en varias ocasiones la supuesta desarticulación de esta organización y la captura de sus posibles cabecillas, lo cierto es que, hasta el pasado sábado, su dominio en la principal olla de Bogotá seguía intacto.

Los habitantes de calle que vivieron en la zona conocieron la dinámica en esta “república independiente”, ubicada en pleno corazón de Bogotá. También el terror que generaba los líderes de Gancho Mosco. Eran los que más y mejores armas exhibían (incluso fusiles) y los que más dinero movían a diario. Su fama la ganaron a punta de bala, en especial cuando intentaron acaparar otras ollas en la ciudad (expendios de estupefacientes) para establecer nuevos puntos de distribución de drogas.

A continuación presentamos el relato de uno de esos testigos, quien vivió quince años en la zona y hoy se encuentra en recuperación en uno de los centros de acogida del Distrito.

Una estructura organizada

Yo le puedo contar cómo funcionaba todo en la zona donde dominaba Gancho Mosco. Se ubicaba en la carrera 15 con calle 10, que era mi área de trabajo. Yo fabricaba pipas para el consumo de bazuco y marihuana. Con el producido compraba el vicio, pagaba mi habitación y el rato con las jovencitas, la carne fresca, que llegaban a la zona. Cada pipa me costaba $120 y la vendía en $500. El mercado estaba creciendo: hace diez años, en el Cartucho, habíamos diez fabricantes. Hasta el sábado, en el Bronx ya éramos cincuenta, y no alcanzábamos a satisfacer la demanda.

La banda Gancho Mosco es la que más plata mueve, la que más fierros tiene. Contaba con dos francotiradores en terrazas, unas seis metralletas y 20 armas cortas. El equipo de seguridad lo conformaban 30 personas que, según se rumoraba, tenían nexos con los paramilitares. La mayoría venían de la Costa.

Llegaban a las 5:00 de la mañana y se iban a las 6:00 de la tarde. A cada tienda le cobraban $20 mil por seguridad, mientras cada habitante de calle pagaba $1.000. Nadie le podía quitar el vicio ni lo robado a nadie: ese era el código sagrado de la olla. Si no se cumplía, venían los castigos. Primero eran 20 tablazos; si se repetía, eran 30, y si se volvía costumbre, lo “borraban”.

Con el operativo, los dueños de la olla dejaron de recibir millones de pesos diarios. La banda Gancho Mosco tenía siete taquillas, a las que no iban a comprar una o dos personas. A vuelo de pájaro, le puedo decir este grupo podía mover $500 millones diarios.

Esa banda tiene el capital para reubicarse en otra olla. Hace meses ya intentaron meterse a punta de bala al barrio San Bernardo, para expandir el punto de venta. Pero alias Pistola, el dueño de esa olla, defendió su sector. Póngale cuidado que se van a formar pequeños Bronx en todas las localidades.

Aunque el círculo se está concentrando en el centro, hay buena merca en San Cristóbal, Teusaquillo, Barrios Unidos, Engativá, Kennedy, Fontibón y Ciudad Bolívar. Los paramilitares manejan algunas de esas ollas. La Policía, así quiera, no tendrá ningún control sobre ellas. La situación está así: cogen al jíbaro de Escalera, de Manguera o del Mosco (las bandas del Bronx), pero está Pistola, en el San Bernardo, y Escorpión, en Cinco Huecos. La merca siempre va a sobrar.

Sé que va haber un problema social con la diseminación de la gente que estaba en el Bronx. El oficio de muchos siempre ha sido robar, ¿qué se van a poner hacer? Allá nadie estaba obligado. No era ninguna cárcel. Los que vivíamos en el Bronx era porque teníamos la tranquilidad de soplarlo. Allá no llegaba la Policía a joder. Uno estaba más seguro en el Bronx que afuera.

Por William Martínez

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