Calle 13, el cordón umbilical de Bogotá

A pesar de su actual deterioro y sus riesgos, lo realmente fascinante es su pasado, al ser una de las principales avenidas de acceso a la capital del país.

Taller de la Historia Bogotana
25 de febrero de 2017 - 09:00 p. m.
Calle 13, el cordón umbilical de Bogotá

Desde el puerto de Honda sobre la ribera del río de la Magdalena se abrió una trocha que conducía a las tierras altas del valle de los Alcázares y terminaba en el centro de la ciudad colonial de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada. Tal punto es hoy el parque de Santander, plaza de las hierbas en aquellos tiempos, lugar de fundación de la ciudad. Desde antes de la creación del puerto fluvial de Honda en 1560, por ese incipiente camino, cruzando la cordillera Oriental, eliminando toda clase de fieras peligrosas (incluidos los aborígenes), ascendían los soldados para dominar, los capitanes para dirigir, los sacerdotes a catequizar y los señores principales, enviados por el europeo rey, a gobernar.

Así comenzó el trazado de nuestra calle 13, desde luego sin ninguna nomenclatura en aquel entonces, la cual denominaron el Camino de Occidente, que, sin lugar a dudas, fue el más representativo y útil de los trazados del Nuevo Reino que se llevaran a cabo durante la Colonia. A fin de corroborar no solo la importancia de la vía, sino igualmente su lazo de unión con nuestra capital, hemos de nombrar el hecho de que en la margen derecha del río de la Magdalena se construyeron las Bodegas de Bogotá, las cuales devinieron en ser el inicio del Camino Real de Occidente.

En 1553 se estrenaron unos de los primeros constructores de grandes vías en el Nuevo Reino: los señores Alonso de Olalla y Hernando de Alcocer. Ellos contrataron a su costo con la Real Audiencia la construcción de un camino de herradura sobre el trazado de la trocha, con una extensión de 24 leguas (unos 120 kilómetros), por un costo de 20.000 pesos oro, los cuales resarcirían cobrando un derecho de peaje sobre la carga que transitara por aquella vía, que pasaba por Facatativá, Albán, Villeta, Guaduas, Mosquera y Fontibón, hoy ciudades intermedias o localidades de la capital, que servían como puntos de hospedaje y descanso de bestias y cargueros.

A esta obra se le denominó Camino Real de Honda a Santa Fe. De cuándo terminaron o de si cumplieron los plazos, no se tiene documentación ni referencia. Lo que es cierto es que el empedrado se hizo y que se facilitó grandemente el flujo de las mercaderías y elementos utilizados en el desarrollo y boato de la naciente ciudad de Santa Fe, capital del Nuevo Reino de Granada. El transporte de los virreyes, señoras y señores principales, estaba a cargo de “indios sin alma”, que les cargaban enjalmados estos con una silla a sus espaldas, mientras aquellos cómodamente sentados observaban el paisaje, leían o disfrutaban de un plácido sueño y fustigaban al carguero para que anduviera con más cuidado. Era un viaje aproximado de seis días sin sus noches en verano y el doble o más en invierno, y eso si el indio no era muy viejo; pobre pasajero, qué viaje más agotador.

Pues bien, entre los intrépidos viajeros se contaron comerciantes, aventureros buscafortuna, mandatarios, tropas (incluidas las de Simón Bolívar en 1814), científicos como Alexánder Humboldt e ingenieros como Agustín Codazzi, el cual fue hasta el Puerto de Honda, enviado por el Gobierno, a estudiar y a proponer soluciones al mal llamado Salto de Honda.

Después de trasegar el inhóspito sendero montañoso, llegaban a la planicie bogotana donde se descansaba de los abismos y altibajos de la cordillera, para enfrentar otros fenómenos de la naturaleza no menos desafiantes. Caudalosos ríos, lagunas, humedales y terrenos anegados donde el transitar de carretas, cabalgaduras o a pie y más con pesadas mercaderías que podían estropearse, era toda una odisea.

Esa planicie, situada en el costado suroccidental de la sabana de Bogotá, era un terreno cenagoso, donde confluían los ríos Chinúa y San Agustín. En el siglo XVI el oidor Francisco de Anuncibay, llegado a la Nueva Granada en el año 1573, construyó en los terrenos de la hacienda de don Juan de Aranda el llamado Puente de Aranda, que dio un mejor paso, al menos en verano, a los viajeros por el inmenso humedal.

La importancia colonial de esa vía radica en que desde las ciudades de Barranquilla y Cartagena, donde se descargaban las mercancías que llegaban en los barcos desde Europa, se transportaban en embarcaciones más pequeñas por el Río de la Magdalena, hasta el puerto fluvial de Honda, donde la recibían los aborígenes cargueros que en mulas o al hombro las transportaban hasta Santa Fe, nutriendo la gestación de nuestra embrionaria capital.

Luego de habérsele llamado popularmente Camino de Occidente y oficialmente Camino Real de Honda a Santa Fe, en la planicie se le llamó Camellón de la Sabana, Camino de Honda, Camino de Fontibón y Camino de la Encomienda. En 1909 se le conoció como Avenida Colon, instalándosele las estatuas de Cristóbal Colón y la Reina Isabel, en la carrera 19, junto al edificio del Ferrocarril. Posteriormente, por decreto, fue nombrada Avenida Centenario, haciendo honor al cuarto centenario de la fundación de la ciudad.

Continuaremos recorriendo nuestra ciudad para contarles los pormenores antiguos y contemporáneos de calles y avenidas que cuadriculan la capital de sur a norte y de oriente a occidente.

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*Escrito por Gerardo Bocanegra, director del grupo investigativo del Taller de la Historia Bogotana. Fuentes consultadas: Atlas Histórico de Bogotá, Corporación la Candelaria, Editorial Planeta. El Dorado, Liborio Zerda, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. El libro del Nuevo Reino, Joaquín Piñeros Corpas, Editorial Voluntad. Papel Periódico Ilustrado, Tomo II, Edición facsimilar, Carvajal y Cía. Biblioteca patrimonial del Taller de la Historia Bogotana.

Por Taller de la Historia Bogotana

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