La calle Séptima es la frontera entre los barrios La Candelaria y Belén, en el suroriente de Bogotá. Para quienes conocen la zona es una calle que separa el disfrute de las maravillas coloniales del primero y la prevención por la inseguridad en el segundo. Pero hay que ir a Belén, donde las casas con tejas de barro, los muros con jardines verticales, una huerta comunitaria y algunas calles empedradas representan el encanto de una ciudad que quiere mantener su esencia antigua en algunos rincones. Los oficios tradicionales completan el panorama: forjadores, marroquineros, cocineras. La Séptima es la calle de los carpinteros.
Está el taller de Fernando Moreno, el de Óscar Benavides, el de Juan de Jesús Tovar... Suele ser un negocio familiar. Al presentarse, Juan de Jesús entrega una tarjeta en la que al lado de su teléfono está el de su esposa, Patricia Leguizamón. Tienen dos hijos carpinteros. La tarjeta describe su negocio: “Restauración, hechura de puertas, ventanas, calados coloniales y republicanos”.
Cuando contaba con 20 años y su padre trabajaba como demoledor de casas viejas, Juan de Jesús comenzó a interesarse por las puertas antiguas. “Las cogía, las arreglaba y las vendía. Me dediqué a restaurarlas, todas de tipo colonial”. Así empezó en el oficio y en su taller ajusta 30 años. Los pedidos le llegan un día de sus vecinos, y otro desde pueblos fuera de Bogotá. Pero insiste en su especialidad: trabajos de restauración colonial. “¿Ha visto el hotel Casa de la Botica, allí en La Candelaria? Las puertas y ventanas las restauré yo. ¿Esa casa de la calle 11 con segunda, por La Salle? Estaba caída y ahí también trabajé yo”.
Ha recibido recientemente pedidos para una casa recién restaurada en La Candelaria. Una casa de puertas antiguas que data de 1636. Pero es algo inusual para él, porque no lo han llamado para restaurar puertas ni ventanas, sino para fabricar mesas y sillas. Es la casa donde el próximo 6 de agosto se abrirá el nuevo Museo de Bogotá, que el alcalde inauguró el miércoles pasado (ver “La casa de las urnas”).
Actualmente el museo funciona a la vuelta, en la casa Sámano, donde seguirá reposando la colección permanente de 25.000 fotografías. La nueva sede, en la calle 10ª Nº 3-61, será un escenario de mayor movimiento: artistas ganadores de convocatorias elaborarán allí, como parte de su residencia, las obras que finalmente expondrán. Son 42 espacios que servirán como salas de trabajo y exposición.
La idea de vincular a los carpinteros hace parte de la concepción museográfica que allí se aplicará, que no es otra que la de un laboratorio en el que, según explicaron en el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, “se quieren crear herramientas para leer mejor la ciudad”. Se espera entonces que los únicos referentes no sean, por ejemplo, pinturas y fotos de Monserrate, sino elementos como la tradicional producción de los carpinteros del barrio Belén. A Juan de Jesús también le pidieron elaborar las sillas del auditorio, cuya técnica enseñará a los residentes del museo.
Allí estará igualmente Tulio Bandera, que tiene su taller cerca al de Juan de Jesús y es experto en recuperar, tapizar y pintar muebles. “Estoy dispuesto a enseñar. En seis meses le enseño a alguien a tener un taller como el mío”, dice. “Creo que tengo un tesoro en mi mente y en mis manos”.
No será sólo la madera. En el nuevo Museo de Bogotá también quieren usar la huerta en uno de sus patios para que en su siembra participen los habitantes vecinos que puedan intercambiar conocimientos sobre cultivos del altiplano cundiboyacense.
Esa casa de puertas y ventanas antiguas, como aquellas que disfruta restaurando José de Jesús, será una muestra, finalmente, de que la frontera entre el bien y el mal de la calle Séptima es, debe ser, inexistente.
La Casa de las Urnas
La casa donde funcionará el nuevo Museo de Bogotá es de 1636 (Siglo XVII), según el arquitecto Ricardo Escobar, del Instituto Distrital de Patrimonio. Ocupa un cuarto de manzana y tiene una tipología española. En 1982, después de pasar de generación en generación en una familia de apellido Rubio, la Corporación La Candelaria la compró para conservarla. Durante la reciente restauración se descubrió que bajo el pañete de las paredes había, en algunos cuartos, papel de colgadura de los 50 y pintura mural de comienzo del siglo XX, restauradas solo en ciertos espacios para que no compitan con próximas exposiciones. También se conocerá como la Casa de las Urnas, pues allí reposarán las dos urnas cerradas en 2010, con la idea de descubrir su contenido en 2110.