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Comanche, comandante del Cartucho

Una exposición sobre los años 90 en la capital recuerda la mal “llamada limpieza social” en la voz de un “ñero” que denunció este exterminio y cuyas palabras siguen teniendo plena vigencia.

Natalia Herrera Durán
14 de junio de 2015 - 02:00 a. m.
Retrato de Comanche.  / Foto de Richard  Emblin (1992).
Retrato de Comanche. / Foto de Richard Emblin (1992).

Por la carrera séptima avanza el cortejo fúnebre de Miguel Martínez, 58 años, recolector de cartón, murió siete días después de recibir una paliza de parte de un agente de la Policía en su cambuche. Junto a él camina un parche de 500 habitantes de calle. El féretro tiene una pancarta que reza: “Desde la tumba, el poeta ñero Miguel seguirá soñando”. Delante de la zorra que lleva el sarcófago camina el comandante del Cartucho, tiene la piel oscura, barba poblada, ojos rojos. Lleva una capa impermeable, raída, botas militares amarradas con cordones fosforescentes y una gorra camuflada que lleva su nombre en la calle: Comanche. La caravana toma la Calle 26, dos patrullas de policía los escoltan y vigilan. Entran en el Cementerio Central, doblan a la derecha, avanzan sobre el piso de grama, entre tapias de ladrillo.

Antes de que el cuerpo se lo trague una bóveda, llueven claveles sobre el féretro y las cabezas de los ñeros que levantaron la tapa del ataúd para despedir a Miguel Ángel Martínez. Comanche toma el altavoz de la camioneta de la Alcaldía que estaba parqueada cerca y dice: “Da risa la incapacidad oficial que se vuelve violencia cuando no puede volverse respuesta”, los ñeritos aplauden, sollozan, algunos se trepan la tapia para darle el último adiós a su amigo. Era 28 de septiembre de 1993.

Un día antes, en el Concejo de Bogotá, Comanche imploró: “Vengo en nombre de toda la indigencia para hacerle ver a nuestro pueblo lo que cometen con nosotros. Somos humanos como cualquiera de ustedes, tengamos o no tengamos; este cuerpo tiene algo de Dios y si tenemos algo de Dios por favor no nos exterminen. Si estamos en un andén nos gritan, y si estamos bajo un puente nos matan, porque nuestra única arma es el mugre”.

El 19 de agosto de ese año, en las paredes del centro de la ciudad, en la localidad de Mártires y Santa Fe, aparecieron carteles que invitaban a las “ratas, putas, ñeros y maricas” a su propio entierro. “Una mano negra, un grupo de exterminio”, denunciaron algunas voces lo que en la calle era un grito de alarma, pero todo quedó allí. Los mataban en las madrugadas, mientras dormían en las aceras y sus cuerpos aparecían con letreros que decían: “Yo era basuquero”, “Me mataron por ladrón”, o “Muerte a gamines”, en el cerro de Guadalupe, vía a Choachí.

Así quedó registrado por el lente de Timothy Ross: dos hombres sin vida, en calzoncillos, sus cuerpos en descomposición y con señales de tortura; un forense en cuclillas, haciendo el levantamiento en el cerro de Guadalupe, ante la mirada aterrada de algunos. Ross, corresponsal de prensa inglés para las revistas ‘Newsweek’ y ‘Time’, llegó a Colombia a finales de los años 70 para cubrir la época del narcotráfico de Pablo Escobar y terminó siguiendo de cerca la producción de droga, en los laboratorios cocaleros, y todavía más, en las ollas de consumo que empezaron a golpear a la sociedad. Fue, quizás, el primero en denunciar, en una edición del New York Times de 1976, la producción en serie de bazuco en el país, “la perica de los pobres” que embala y embruja y consume en ansiedad y depresión, hasta la autodestrucción.

Fue por su andar en el Cartucho que advirtió el exterminio de habitantes de calle. La periodista Mary Speck contó el asesinato selectivo de Elizabeth, una “ñerita” del Cartucho, en las páginas internacionales del diario ‘Miami Herald’, el 10 de abril de 1994. La foto la tomó Ross. Una más en esos años. El 27 de septiembre de 1993, en el Concejo de Bogotá, cuando habló Comanche, también intervino el personero, Antonio Bustos, y dijo que en la localidad de Mártires en los primeros ocho meses de 1993 hubo 95 muertos. Entonces, esta zona, que representaba solo el 2,4 por ciento de los habitantes de la ciudad, aportaba el 11,6% del total de muertos por causas violentas.

La Bogotá de los noventa elegía como presidente a César Gaviria, inauguraba Constitución y estrenaba policía motorizada, que custodiaba las calles oscuras por los apagones de la crisis energética. Aletargada por la violencia, que solo en la campaña presidencial les costó la vida al precandidato liberal Luis Carlos Galán (18 de agosto de 1989) y a los candidatos de la izquierda Bernardo Jaramillo (22 de marzo) y Carlos Pizarro (26 de abril), la capital prestaba poca atención a la mal “llamada limpieza social”, eufemismo cruel de los asesinatos que se ejecutaban con brutalidad y silencio estatal. Entre julio del 92 y agosto del 93, 8.089 personas murieron violentamente en la capital, 1.000 de ellas fueron clasificadas como NN y 622 como “desechables”.

“La ropa no es la que hace la cultura de uno, la cultura la hace el corazón. Se puede encontrar más cultura en un desarrapado, en un mugroso, que en una persona que porte una corbata o que porte un uniforme…” Eso creía Comanche, o Jerónimo, como aparecía en su cédula. Un caleño que llegó al Cartucho cuando tenía 18 años y después de conocer el infierno de la adicción y recibir varias puñaladas decidió ser líder y consejero espiritual de los desarropados de la calle. Murió de 68 años, entre el vicio y la enfermedad. Sus palabras quedaron consignadas en el único perfil que existe sobre su vida, escrito por el filósofo José Darío Herrera.

“Comanche era el Quijote de los ñeros, demandó respeto, justicia y dignidad para los suyos, y se convirtió en el vocero y representante de los indigentes. Una voz que desde la calle denunció las campañas de aniquilación ante los medios y las autoridades, presidió protestas, pronunció discursos y promovió decretos”, dice Gabriela Córdoba, una de las integrantes de Caldo de Cultivo, organización que quiere reflexionar sobre la “limpieza social” en los 90 y participa en la exposición Bogotá SAS (ver recuadro).

El busto de Comanche, moldeado por el escultor Andrés Bonilla Gutiérrez, registros de prensa, su voz en el Concejo y dando consejos a ñeros, políticos, periodistas hacen parte de este proyecto artístico que busca ir más allá: quieren que el Distrito acepte que el busto del comandante del Cartucho se instale en el Parque Tercer Milenio.

“Los noventas terminaron con la puesta en marcha del plan de “renovación urbana” en El Cartucho, un proceso no menos violento de desalojo que devino en una operación de limpieza urbana, una solución ornamental a un conflicto social, en el que varias manzanas fueron demolidas, pavimentadas y convertidas en un parque público, quizás el más triste de la ciudad”, dice Unai Reglero, también de Caldo de Cultivo.

Hace unas semanas, el alcalde Gustavo Petro, afirmó que este año al menos 30 habitantes de calle fueron asesinados, y que la cifra “no ha permitido reducir drásticamente la tasa de homicidios en la capital” porque “las mafias enquistadas en el Bronx -el nuevo Cartucho- tratan a través de la adicción al bazuco controlar al habitante de calle y ponerlo a su servicio”.

“Estamos dispuestos a participar en la paz porque queremos una Colombia bella y amable. Reconocemos que somos una mancha, pero hay otras personas que tiene más cosas para ser manchas más grandes. Queremos que los colombianos se toquen el corazón porque hay gente de mucha capacidad tapada por el mugre y no la han valorado”, dijo Comanche. Sus palabras se proyectaron con total vigencia en el Centro Distrital de Memoria, durante la Cumbre Mundial de Arte y Cultura por la Paz que se realizó hace poco.

 

 

nherrera@elespectador.com

Por Natalia Herrera Durán

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