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Delito de lesa animalidad

Detrás de este negocio ilícito hay una mafia que ha sido denunciada por entidades públicas y asociaciones animalistas.

Theo González Castaño
28 de marzo de 2015 - 05:58 p. m.
Guacamayas son ofrecidas en las plazas de mercado desde $300.000. /Fotos: Theo González Castaño
Guacamayas son ofrecidas en las plazas de mercado desde $300.000. /Fotos: Theo González Castaño

“Animalito que usted necesite, aquí se lo conseguimos”, dice Martha, de unos 30 años, con tono firme de voz. El ofrecimiento tiene lugar en la plaza del Restrepo, en la localidad de Antonio Nariño, al sur de Bogotá, donde además de avena, lechona y frutas, el tráfico de especies de animales silvestres –muchas veces en peligro de extinción–, tiene un enorme movimiento.

“Aquí adelante tenemos perritos, gaticos y pájaros, pero yo le consigo tortugas, si quiere, o un mico. Eso sí, tenemos que mirar el precio, depende de la mascota”, agrega la vendedora, ahora en medio de los susurros, como si fuera consciente de la ilegalidad de su ofrecimiento; y agrega que todos los animales vienen vacunados y están muy bien cuidados. Sin embargo, el hacinamiento y el lamentable estado de las jaulas donde reposan las cientos de especies evidencian lo contrario. A primera vista es posible percibir desnutrición, infecciones y un estado anímico bajo en muchos de los ejemplares ofrecidos. Decenas de hámsters se agolpan en cubículos de vidrio; algunos patos y gansos no pueden moverse por el poco espacio de las jaulas metálicas e incluso se ven pequeños gatos y perros con su piel lacerada.

Ante la pregunta por las posibilidades de supervivencia de una tortuga en una casa en Bogotá, Martha dice que la han tenido ahí en la plaza por más de tres meses y no le ha pasado nada. “Pa’ que vea que sí sobreviven, le voy vender una icotea chiquitica lo más de bonita y juguetona”.

La icotea es especialmente asediada por cazadores en Semana Santa, cuando se acostumbra consumir esta carne, lo que pone en peligro esta especie.

¡No son mascotas!

A pesar de la seguridad que transmite la traficante de especies silvestres de la plaza del Restrepo sobre el tema de la supervivencia, para Claudia Rodríguez, medica veterinaria de la universidad de La Salle y especialista en etología –rama de la biología encargada del comportamiento natural de los animales y sus alteraciones–, es un acto cruel comprar y mantener este tipo ejemplares como si fueran una mascota. “Las implicaciones que sufre cualquier especie silvestre, sea un mico o una tortuga, comienzan desde el momento de la captura, pues sufren una alteración de su entorno, lo que produce en ellos procesos de shock nerviosos”, puntualiza Rodríguez y agrega que los animales recién capturados pierden a su madre y a la manada con la que conviven.

“Estos procesos resultan traumáticos para ellos. Los tigrillos son un claro ejemplo, pues son destetados desde cachorros por los traficantes y luego son llevados a un cautiverio en aislamiento total, lo que los convierte en ejemplares ermitaños y en estado de agresividad constante”, dice la etóloga, sin dejar de mencionar otras especies que son objeto de tráfico permanente, como los pericos australianos, las guacamayas y los loros. “Especies como estas son altamente sociales por lo que resulta una verdadera tortura el que sean obligadas a vivir en soledad. Además, sufren mutilaciones y maltrato por parte de los captores para crear dependencia y ataduras mentales”.

Rodríguez cree que el aislamiento es tan solo una de las consecuencias del tráfico de especies silvestres. Para ella, la gente en su ignorancia y en su afán de querer una mascota exótica no es consciente de que ejemplares así no han sido domesticados. Es decir, no están hechos para convivir con los seres humanos y les pueden producir lo que se conoce como zoonosis (cualquier enfermedad transmitida por un animal). Es el caso de los pericos australianos, pues tienen una especie de piojos en sus alas que en algunas ocasiones causan problemas en los bronquios de niños y adultos; o el de las tortugas, que con su saliva pueden llegar a producir una leptospirosis, afección que causa fiebre, hemorragias y dolor de cuerpo.

“Las personas que trafican y compran especies silvestres, por lo general desconocen el hábitat o ambiente del cual provienen. Por ello les resulta imposible reconocer la temperatura adecuada para cada una de ellas; los procesos alimenticios y ciclos específicos para su correcto desarrollo. Además, no entienden su lenguaje, no saben si están expresando dolor, un sentimiento o una necesidad”, dice la médica veterinaria y explica que una especie como la tortuga icotea necesita hábitats de 30 grados centígrados o incluso de mayor temperatura. Por tal razón, adquirir una tortuga o cualquier reptil en Bogotá, una ciudad con un promedio de 14 grados centígrados, es conducirla a una muerte segura o impedirle su correcto crecimiento.

Plazas de tráfico

Así como en la plaza del Restrepo, también se pueden conseguir loros, pericos silvestres, guacamayas, serpientes e incluso tigrillos en las plazas del 20 de Julio, el Siete de Agosto, Paloquemao e incluso Corabastos, principales escenarios de tráfico, según datos de la Secretaría de Ambiente y Hábitat de Bogotá.

Cientos de casos como el de las tortugas icoteas del Restrepo se repiten a diario en Bogotá. A pesar de que Ley 84 de 1989, que enmarca la protección animal, busca evitar el tráfico de animales silvestres en Colombia, pues considera “cruel toda privación de aire, luz, alimento, movimiento, espacio suficiente, abrigo, higiene o aseo, tratándose de animal cautivo, confinado, doméstico o no, que le cause daño grave o muerte” y el artículo 328 del Código Penal colombiano establece penas entre los 48 y 108 meses de cárcel y multas hasta de 35 mil salarios mínimos legales mensuales vigentes para quienes incurran en este delito, la venta y maltrato de miles de animales exóticos no cesa.

Precisamente en Corabastos fue rescatado en mayo de 2014, un tigrillo de monte perteneciente a un comerciante, quien aseguró que le fue entregado como parte de pago de una deuda por una persona del Putumayo. Luego de hacer seguimiento al implicado en el delito, a través de las bodegas de este lugar de abastecimiento, y dar con su paradero en una residencia cercana, la Unidad Nacional de Fiscalías para perseguir Delitos contra Recursos Naturales y el Medio Ambiente en colaboración con la Policía Ambiental recuperó el ejemplar que le fue entregado al Centro de Recepción y Rehabilitación de Fauna y Flora Silvestre.

Más de 60.000 reinsertados

Dados los altos índices del tráfico ilegal de especies silvestres en Colombia y especialmente en Bogotá, desde 1996 la Secretaría de Ambiente y Hábitat creó el centro de acogida con los objetivos de recuperar y velar por el bienestar de los animales que han sido sacados de sus hábitats de manera obligada y fortalecer los procesos de rehabilitación que los conduzcan a una reinserción en sus ecosistemas naturales.

Este centro, de hectárea y media, ubicado en el Barrio El Gaco de la localidad de Engativá –que limita con el parque La Florida y el Humedal Jaboque–, ha permitido desde el año 2007 hasta hoy, la recuperación de más de 60.000 especímenes silvestres, entre los que se cuentan tigrillos, micos, tortugas, serpientes, guacamayas, loros, aves de todas las especies, tarántulas, entre otros. Según Yudy Cárdenas, bióloga especialista en derecho y gestión y ambiental y directora del centro, “el trabajo que hemos realizado con especies silvestres que han sido afectadas por el tráfico ilegal ha generado un impacto importante y positivo al reducir en los últimos años esta actividad. Sin embargo, el problema surge al ingresar a las plazas y comprobar que el delito continúa”.

“Todavía nos siguen llegando casos impactantes como el del tigrillo que se encontró en una bodega de Corabastos. También tenemos una ejemplar hembra del mico fraile que llegó desde Antioquia, víctima del conflicto armado, pues perdió a su madre en un ataque terrorista de las Farc. Allí la rescató un soldado, la puso Lucas pensando que era macho. Cuidó de ella y la acostumbró a las mecánicas humanas de vida”, cuenta la directora del centro, mientras saluda al alegre mico.

Cárdenas lleva siete años en el centro, dirigiendo las políticas de la Secretaria de Ambiente en torno a la recuperación de las especies y puede asegurar que los animales que llegan no vuelven a recuperar sus características innatas y de ello solo hay un culpable: el hombre. “Aquellas personas que los trafican o que los compran, le impiden a estos animales desarrollarse normalmente. Alguien por ignorancia, por gusto o por dinero arrancó al animal de su hábitat y lo trajo a la ciudad a sufrir”.

“Aquí llegan las especies que decomisan en las plazas de mercado, las terminales de transporte o el aeropuerto, la Policía Ambiental, la Unidad de Delitos Ambientales de la Fiscalía o funcionarios de la Secretaria de Ambiente, pero cabe resaltar que también acuden personas que por su propia voluntad entregan especies silvestres. Al recibirlas, les hacemos un diagnóstico, luego buscamos recuperarlos física y emocionalmente en un periodo de 90 días en los que permanecen bajo constante observación”, afirma Cárdenas, quien explica así el proceso que viven los animales del centro:

“Son trasladados a unos espacios que simulan su hábitat y luego son puestos en espacios con miembros de su misma especie. Finalmente, buscamos reintroducirlos en hábitats semejantes a los que fueron extraídos; como reservas naturales, humedales e incluso zoológicos en donde puedan cumplir labores educativas con el público”.

El Centro de Recepción y Rehabilitación cuenta con 19 funcionarios entre biólogos, zootecnistas, médicos veterinarios, operarios y cocineros, que se encargan de cuidar, alimentar y rehabilitar a las especies silvestres que llegan.

Un pacto sin cumplir

El 31 de noviembre de 2008 se firmó un compromiso para que en las plazas de mercado no se vendiera fauna ni flora silvestre. Además, se graduaron 60 Formadores de Ambiente de la Policía Metropolitana. El evento tuvo lugar en la plaza de mercado del barrio Restrepo, y estuvieron involucradas las Secretarías de Ambiente y Desarrollo Económico, la Policía Metropolitana, el Instituto para la Economía Social (IPES) y los administradores de las 19 plazas de mercado públicas de la ciudad, que buscaban evitar la comercialización ilegal de flora y fauna silvestre. Además, se instalaron unos puntos de información en las plazas de mercado, que buscaban crear conciencia en la gente para prevenir la venta de las especies silvestres. Los ciudadanos podían acercarse allí para pedir información o para denunciar la comercialización de estos animales y plantas.

Sin embargo, en la visita realizada en octubre del año anterior, no se encontró ningún punto de información.

El pacto simbólico comprometía a los comerciantes a proteger el medio ambiente y la diversidad biológica y, por parte del Distrito, específicamente a la Secretaría de Desarrollo Económico, a concertar con los vendedores alternativas productivas para desestimular la venta de especies silvestres, un negocio lucrativo.

Pero la venta ha continuado en plazas como la del Restrepo. Al respecto, el capitán Nelson Laverde de la Policía Ambiental, encargado del tema de tráfico de animales y flora silvestre asegura que se realizan los operativos y los controles necesarios contra esta venta ilegal. “Nosotros hacemos todo lo posible por evitar el tráfico, pero muchas veces la gente continúa haciéndolo de manera clandestina. Es como la venta de drogas. Se hacen los operativos, pero se continúa con el expendio. Es el caso del tráfico de especies silvestres en algunas plazas”.

Mientras tanto, este continuará siendo un delito silencioso que pone en riesgo la vida de cientos de animales indefensos.

* Este artículo fue publicado en la revista Directo Bogotá de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana.

Por Theo González Castaño

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