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El Bogotazo según Fidel Castro

Siendo apenas un universitario, Fidel Castro presenció los actos de barbarie del Bogotazo. Asistía al encuentro de universitarios paralelo a la IX Conferencia Panamericana (la misma que adoptó la carta de la OEA) y alcanzó a reunirse con el caudillo liberal dos días antes de que lo asesinaran. Quedaron de verse luego, pero la cita no se cumplió. En Bogotá conoció la revolución y hasta estuvo preso.

El Espectador
09 de abril de 2014 - 01:26 a. m.

El líder cubano ha hecho varias alusiones a esa visita a Colombia, país del que dice haber quedado enamorado desde entonces. Uno de sus más recientes relatos al respecto, fue a la periodista Katiuska Blanco Castiñeira, quien en 2011 las publicó en “Fidel Castro Ruz, Guerrillero del tiempo”, una conversación autobiográfica publicada en 2012.

A continuación, El Espectador reproduce los apartes del libro sobre las alusiones al Bogotazo:

Katiuska Blanco. —Comandante, el 3 de abril de 1948 usted se encontraba en Bogotá. Aquel día escribió a don Ángel una carta en papel timbrado del hotel Claridge, donde le contaba todo lo vivido hasta entonces en su viaje por varios países. Tengo la impresión de que la redactó en cuanto llegó a la ciudad; fue
la primera vez que hizo un alto para enviar noticias a su casa. El encabezamiento de la carta nos aproxima mucho a usted «Querido papá…», apunta. La breve frase devela un mundo de íntima calidez familiar, respeto y cariño.

De su presencia en Santa Fe de Bogotá existe también registro gráfico, una imagen captada precisamente el 9 de abril, día de El Bogotazo. Se le ve a usted en primer plano y al fondo una calle de postes derrumbados, farolas inclinadas, vidrieras rotas y escombros en lugar de asfalto, como si hubiera sido
destruida por un terremoto o cataclismo.

Fidel Castro. —Mi estancia en Colombia coincidió con la IX Conferencia Panamericana que tuvo lugar en Bogotá, donde se adoptó la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA). La idea era aprovechar esta coyuntura para realizar el Congreso Latinoamericano de Estudiantes y, desde una osición antiimperialista, reclamar la devolución del Canal de Panamá, la devolución de las islas Malvinas, la independencia de Puerto Rico y protestar contra la dictadura de Trujillo, en Dominicana.

Cuando llegué, les expliqué a los estudiantes los objetivos del congreso, su programa. Mi lucha empezó bien temprano,desde que Estados Unidos convocaba a los gobiernos de la región, yo organizaba un congreso de estudiantes latinoamericanos contra las dictaduras. Allí estaba la de Trujillo, allí estaban reunidos todos los dictadores.

Nuestra labor persuasiva tuvo éxito, los estudiantes comprendieron, creyeron en lo que hacíamos. Yo fui con Rafael del Pino [Siero], él era amigo de la familia y conocía a mi hermana Lidia. Creo que había pertenecido al ejército norteamericano, y una tía suya estaba relacionada con un dirigente sindical. Fue por la Universidad y se me acercó, parece que simpatizaba conmigo. Daba la impresión de ser un muchacho bueno, tranquilo. Se brindó para acompañarme, y como tenía cierta preparación militar le dije: «Bueno, está bien, vamos». No íbamos a una guerra pero, por lo menos, era un individuo que yo consideraba que podía ser útil, era valiente, por eso fue conmigo, de lo contrario, yo hubiera ido solo, completamente solo. Resultó una especie de ayudante mío.

Colombia vivía una gran efervescencia, había un movimiento popular muy fuerte, el movimiento de los liberales, dirigido por Jorge Eliécer Gaitán, líder popular parecido a Chibás, pero yo diría que con más contenido en su prédica. Los estudiantes colombianos mostraron su acuerdo con el congreso y se entusiasmaron. La idea avanzaba rápidamente, ya existía un comité organizador que recibía estudiantes panameños, venezolanos, dominicanos, argentinos.

El congreso estaba prácticamente estructurado, y yo continuaba trabajando en su organización. Casi me convertí en el centro del evento, lo que provocó celos en los dirigentes oficiales de la Universidad de La Habana, al punto de que [Enrique] Ovares y Alfredo Guevara se aparecieron en Bogotá como representantes oficiales de los cubanos. Crearon una situación relativamente incierta, plantearon que ellos eran los representantes de la FEU, y que yo no lo era. 

Cuando ya se ultimaban los detalles para el congreso, se realizó una reunión un poco tensa donde se cuestionaron mis derechos, mis títulos como organizador del evento. Participaron 20 o 30 personas. Alfredo y Ovares estaban presentes. Yo me paré y pronuncié un discurso breve, seco. Expliqué lo que hacíamos, el contenido de aquellas luchas, su importancia y la del momento histórico que vivíamos. Dije que eso era lo que a mí me interesaba, no los cargos ni los honores ni la representatividad; que si los allí presentes pensaban que no podía continuar los trabajos, entonces les pedía que siguieran adelante con la tarea, que yo no tenía ninguna ambición personal.

Estaba realmente muy sentido con aquello, y parece que les hablé con vehemencia, de una manera tan clara y contundente que logré persuadirlos. Dije quién era, cómo era y por qué no podía ser dirigente oficial siendo estudiante universitario. Los presentes aplaudieron muchísimo, y a pesar de que mis títulos fueron impugnados, los estudiantes latinoamericanos acordaron que yo siguiera presidiendo el comité organizador.

Katiuska Blanco. —Después se efectuó su encuentro con Jorge Eliécer Gaitán, posiblemente el 7 de abril de 1948.

Fidel Castro. —Así mismo fue. Los estudiantes colombianos me pusieron en contacto con Jorge Eliécer Gaitán. Aquel día me llevaron a verlo y conversé con él. Encontré a una persona de mediana estatura, aindiado, inteligente, listo, amistoso. ¡Con qué amistad nos trató! ¡Con qué afecto! Nos entregó algunos de sus discursos junto a otros materiales, se interesó por el congreso y nos prometió clausurarlo en un acto multitudinario en el estadio de Cundinamarca. Era su propuesta. Habíamos conseguido el apoyo del líder más popular, un dirigente con gran simpatía, con gran carisma. Era un éxito colosal hasta entonces. Recuerdo que él me entregó sus discursos, entre ellos uno muy bello, la «Oración por la paz», pronunciado en febrero de aquel año, al cierre de una marcha donde participaron 100 000 personas que desfilaron en silencio para protestar contra los crímenes.

Yo estaba acostumbrado a las protestas en Cuba cuando mataban a un estudiante, a un campesino. En otros países sucedía también así. En Venezuela, por ejemplo, hubo una gran protesta por crímenes que se cometieron; en Panamá por el estudiante inválido… Y cuando llegué a Colombia, me pareció
raro que los periódicos publicaran noticias sobre 30 muertos en tal punto, 40 muertos en tal otro. Había una matanza diaria en Colombia.

Katiuska Blanco. —Comandante, en la presentación de su libro La paz en Colombia, publicado en noviembre de 2008, al hablar de su encuentro con Gaitán y de aquel discurso que el líder liberal puso en sus manos, expresé que aquella pieza oratoria era como un legado del político colombiano a usted y a la Revolución Cubana, una herencia a la que han sido fieles en silencio y con seriedad rigurosa. Impresiona conocer cómo la violencia actual en esta hermana nación sudamericana tiene raíces tan remotas, incluso, anteriores a la fecha del estallido en abril de 1948.

Al periodista colombiano Arturo Alape, a quien usted concedió en 1983 una entrevista para el libro que entonces preparaba y que luego fue El Bogotazo, usted le confesó su perplejidad al leer las noticias de las matanzas de campesinos que tenían lugar casi todos los días y salían publicadas en los cintillos de los diarios de abril de 1948, cuando usted arribó a la capital de Colombia. Al abordar dichos acontecimientos usted consideró que prácticamente existía una guerra civil en ese país.

Fidel Castro. —Me quedé asombrado de cómo una sociedad podía resistir tal masacre. En aquel momento el Partido Liberal estaba en la oposición y el Partido Conservador en el poder. Muchos de los crímenes eran cometidos por el Partido Conservador. Existía un clima de tremenda tensión. Gaitán convertido en líder era el seguro presidente de las próximas elecciones. Había unido a todos los liberales, era un hombre bien preparado, muy talentoso, era el gran líder del pueblo colombiano, democrático y progresista. Así era el hombre que conocí. Nos recibió muy bien y nos dio una cita, creo que dos días después, para acordar los detalles de la clausura del congreso.

Fue un éxito rotundo. Teníamos el apoyo del partido más popular y de Gaitán, un hombre de ideas brillantes, que se daba cuenta de la importancia del congreso estudiantil frente a la IX Conferencia Panamericana, convocada por Estados Unidos, donde se reunieron los dictadores y se tomaron acuerdos
reaccionarios.

Por aquellos días fui arrestado porque en medio de la preparación de nuestro evento —imprudencia nuestra— se nos ocurrió repartir unas proclamas en las que poníamos todas las causas de nuestra lucha: República Dominicana, Puerto Rico, Panamá, las Malvinas, contra las colonias y los dictadores. Era casi una proclama bolivariana lo que preparamos. Ni me acuerdo cómo las imprimimos, el caso es que con nuestros métodos de estudiantes agitadores, lanzamos el manifiesto desde el último piso del teatro Colón, donde tenía lugar un acto solemne en honor de todos los cancilleres, con la presencia del presidente de la República, la oligarquía, la burguesía, gente a la que no le interesaba, en lo absoluto, la soberanía de Puerto Rico ni la democracia en República Dominicana. Tiramos las proclamas creyendo que era lo que teníamos que hacer, sin darnos cuenta de que se trataba de una tontería. Volvimos para el hotel, y poco tiempo después nos detuvieron, la policía nos venía siguiendo, a Del Pino y a mí. Nos llevaron a una callejuela con pocas luces, unas instalaciones policíacas denominadas las Oficinas de Detectivismo.

Debe de haber sido algo así como un cuerpo represivo de vigilancia para descubrir actividades comunistas. Nos interrogaron y les expliqué lo del congreso, ellos creyeron que éramos comunistas, pero parece que le caí simpático al oficial, le agradó de alguna manera conocer nuestra causa, y después que
me escuchó nos dejó en libertad. Registraron nuestra habitación en el hotel, no encontraron armas ni dinamita, todo lo que había era un programa. Parece que también tuvieron en cuenta que éramos estudiantes y nos soltaron, aunque luego supimos que nos estuvieron chequeando.

Parábamos en un hotelito acogedor, pero pequeño, muy barato, porque nosotros no teníamos dinero, el congreso estaba casi organizado, a mí no me quedaban ni cinco dólares, no sabíamos qué hacer, cómo íbamos a pagar ni cómo íbamos a regresar.

Es la verdad. El 9 de abril almorzamos en el hotel y, cuando estábamos haciendo tiempo para reunirnos con Gaitán, vimos una agitación, gente corriendo por las calles, nos acercamos y escuchamos a la gente que gritaba: «Mataron a Gaitán, mataron a Gaitán, mataron a Gaitán». Así empezó todo. Corrían por aquí, corrían por allá, y nosotros seguíamos acercándonos al centro; no estábamos muy lejos, estaríamos a cinco o siete minutos de la oficina de Gaitán. Allí las calles que atravesaban, se llamaban carreras, y las que las cruzaban transversalmente, calles, entonces una dirección era: carrera tal, entre calles tal y tal, o calle tal, entre carreras tal y tal. Eran cosas nuevas para mí. También me llamaron la atención las direcciones en Venezuela, no eran por calles, sino por esquinas: esquina número tal entre esquina tal y tal. Todas esas particularidades de cada país resultaban raras a quien recorría por primera vez América Latina. Yo nunca había salido de Cuba, hasta llegué a creer que en los demás países de América pasaba lo mismo que en Cuba, pero aunque no era exactamente así, existían algunas semejanzas:el estudiantado, el fervor, el sentimiento.

Lo vi todo, la gran agitación, no habían pasado ni cinco minutos y ya la gente estaba tirando piedras, irrumpiendo en las oficinas. Es decir, no habían pasado ni diez minutos de que las noticias comenzaran a circular y la gente empezó a reunirse como un remolino, como un ciclón; primero ocuparon una oficina y lo rompieron todo. Yo llegué a un parque y vi a un individuo dando palos, golpes, tratando de romper una máquina de escribir, y lo vi tan angustiado y pasando tanto trabajo para romperla, que le dije: «Espérate, no te desesperes, dame acá», y agarré la máquina y la tiré hacia arriba, fue lo que se me ocurrió para ayudar a aquel hombre.

Recuerdo que salí de allí con un «hierro pequeño» que fue la primera arma que yo agarré para tener algo en la mano. Bogotá, ¡otra gran aventura en mi vida! ¡Nadie se puede imaginar las grandes aventuras que viví en tan poco tiempo!, pero todas aquellas experiencias me enseñaron, las luchas de grupo, lo de Cayo Confites, El Bogotazo. Fui ganando terreno en la parte táctica, estratégica. Ahora, tenía muy claro que aquello no era una revolución, no lo consideré siquiera cuando se trataba de ajusticiar a un esbirro de la época de Machado o de Batista, o cuando se tomaban venganzas de tal tipo, nunca me pasó por la mente, al punto de que hubo gente que me quiso matar, que después fueron ministros del Gobierno Revolucionario.

Creo que nunca en mi vida me dejé llevar por revanchas, ¡me parece tan absurdo! Pero ¿cómo un político se va a dejar llevar por tales cosas? Cuando nosotros hemos capturado a alguien no lo hemos hecho por venganza, ha sido como una defensa, un ejemplo para que tales crímenes no se cometan.

Y cuando triunfó la Revolución, cuando sancionamos a muchos criminales de guerra, no lo hicimos con espíritu de revancha o de venganza porque equivale a pensar que los hombres son culpables, como si el hombre estuviera ajeno a la época, a la historia, a la sociedad, a la educación que recibió. Muchas veces a un criminal de guerra ha habido que castigarlo.

En otra época, en otra sociedad, dicho hombre no hubiera sido un criminal porque el medio, la sociedad hace al hombre. No son los hombres los que hacen la sociedad, es la sociedad la que hace a los hombres. Si se va a aplicar un castigo y existe una filosofía de la gran dependencia del hombre en relación con el medio donde vive, no tiene sentido la venganza. Es absurdo creer que los hombres son absolutamente imputables.
 

Por El Espectador

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