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Ernestina murió de pena moral

Pasaron dos meses desde que Ernestina Martínez salió de su casa construida con la basura.

Santiago Valenzuela
30 de marzo de 2013 - 09:00 p. m.
El 12 de enero de 2013 Ernestina Martínez salió de su casa entre los desechos y fue remitida al Hospital Simón Bolívar.
El 12 de enero de 2013 Ernestina Martínez salió de su casa entre los desechos y fue remitida al Hospital Simón Bolívar.

El funeral de Ernestina Martínez se desvaneció entre una misa corta y los lamentos sin lágrimas de los asistentes. Era como si llorar no fuera parte de este ritual de defunción. Era mediodía del miércoles 27 de marzo. En un féretro tallado en madera descansaba el cuerpo de la mujer que fue recordada por recoger la basura de los demás para construir laberintos en su propia casa. Vivió con esquizofrenia 37 años; y fue la pérdida de su hogar lo que le causó un infarto que la dejaría postrada en un ataúd cerca del altar de la parroquia Madre de la Divina Gracia. Detrás del padre y el monaguillo se leía en un cartel pegado en la pared: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

El clérigo le dio paso a la liturgia con las siguientes palabras: “Esta muerte ha sido para que se manifieste la gloria de Dios en Ernestina y en todos ustedes”. Los feligreses que llegaron a la misa de las 12 se encontraron con un coche fúnebre y con una familia de 22 personas que acompañaba el cadáver. “Ella no era la que recogía la basura en Villa María?”, preguntó un asistente.

Sí, Ernestina era la que recogía los desechos esparcidos en las calles de los barrios Villa María y Tibabuyes. El ataque de corazón que le quitó su último suspiro llegó dos meses después de perder su casa, en donde almacenaba alrededor de 15 toneladas de basura. Este diario contó en la edición del 20 de enero de 2013 que una mujer de 78 años había sido encontrada en una casa atestada de ratas, muebles descoloridos, comida putrefacta, cadáveres de gatos, latas, botellas, velas y monedas de décadas pasadas.

“Murió por una pena moral. Un infarto por una pena”, dijo uno de sus familiares en la parroquia. Ernestina siempre quiso regresar a su casa. “No tengo esquizofrenia, no tengo eso señor. Sólo quiero volver a mi casa”, les dijo la mujer a las enfermeras del Hospital Simón Bolívar que la atendieron luego de que saliera de su casa con cicatrices de mordidas de ratas en las piernas. Desde niña Ernestina sufrió las violaciones de vecinos que habitaban en veredas aledañas a Sogamoso, pueblo en el que vivía con sus dos hermanos.

En el funeral, los familiares de Ernestina culparon a Marisol Perilla, alcaldesa de Suba, por el fallecimiento de la mujer: “Sólo queremos decirle que la alcaldesa la sacó de la casa para dejarla metida en un ataúd. Le prometió un hogar y nunca le dio nada”, gritó una de sus sobrinas. “Tuve cuatro reuniones con los familiares y ellos decidieron hacerse cargo de ella. Cuando encontré a Ernestina desarrollé una infección por las serpientes y las ratas que estaban en su casa”, respondió la alcaldesa Perilla.

El abandono que sintió Ernestina en la sala de urgencias del Hospital Simón Bolívar no tardó en transformarse en desesperación. Ante el desacuerdo entre los familiares y la alcaldesa local, Edilma Martínez, su sobrina, decidió cuidarla en su hogar. A la casa de su sobrina llegaron funcionarios de la Secretaría de Integración Social a ofrecerle a Ernestina un cupo en los centros de protección social de la entidad. El diagnóstico de la Secretaría con respecto al nuevo hogar de la mujer no fue negativo; en esta casa del barrio Ciudad Granada las habitaciones y el ambiente parecían adecuados. La esquizofrenia de la mujer parecía salírsele de las manos a su familia: “No quiero ir a una cárcel, sólo quiero estar en mi casa, tampoco acá”, decía la enferma. A los delegados de la entidad no les quedó otra opción que decirle a Edilma que persuadiera a su tía para ir a uno de los centros de atención. Ernestina no aceptó.

A ella le angustiaba la distancia entre su nuevo hogar y la antigua casa atestada de ratas que por décadas la protegieron. Quizás ella nunca lo supo, pero cuando los recolectores de basura vaciaron su casa, una de sus ratas murió de un infarto.

Antes de dar la comunión, el padre se acercó al micrófono sintiendo un nudo en la garganta: “Dios la llamó a ella. La muerte de Ernestina es para que su familia quede más unida. Para que valoren al prójimo ahora que están vivos. Para que perdonen”. La misa de la difunta terminó con una bendición sacerdotal. Cuatro hombres levantaron el ataúd y le dieron la espalda a la iglesia. Uno de ellos dejó manchas de barro en el suelo, en el camino que según el padre ahora cruzaba Ernestina hacia el cielo. Sonaban cantos tenues: “Allá donde tú estás no se llora, se vive en paz”. Sabrá Dios si habrá basura en el cielo.

Por Santiago Valenzuela

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