Publicidad

La huella del oso

La historia de un grupo de 12 osos andinos que intentan sobrevivir en los mismos bosques en los que nace el agua que toman la mayoría de los bogotanos.

Viviana Londoño Calle
25 de febrero de 2012 - 09:00 p. m.

Cuando la encontró ya estaba muerta. No tuvo que atar muchos cabos. Con un simple vistazo a la escena confirmó sus sospechas. En la inmensidad de ese páramo sólo un animal podía haberla matado. Su único rival le había ganado una vez la pelea: el oso de anteojos.

Para Jaime Beltrán, como para la mayoría de campesinos de Junín, Guasca, San Juanito y Gachetá —municipios aledaños a la zona del sistema de páramos de Chingaza donde nace el agua para siete millones de bogotanos— una vaca menos es un duro golpe para la economía familiar. Una vaca menos son siete litros de leche que deja de vender al día.

Todos saben que llevar a pastar las vacas a esas alturas es riesgoso. Ese terreno de frailejones es también el del oso de anteojos. Pero o corren ese riesgo o las vacas se ponen flacas, porque en los potreros montaña abajo, en épocas de sequía, los pastos escasean.

Las quejas reiteradas de los campesinos llevaron hace dos años a que Corpoguavio, la Corporación Autónoma a cargo de este territorio, llamara a Héctor Restrepo, un veterano conocedor de estos mamíferos. La misión era clara: buscar una solución para evitar que los osos no siguieran atacando las reses.

Restrepo aceptó la tarea. El presupuesto asignado apenas alcanzaba para cubrir los gastos suyos y los honorarios de cinco guardabosques. “Lo más duro lo vivimos al principio, a comienzos de 2010, cuando empezamos a detectar los senderos por donde se movía el oso”, cuenta Restrepo al repasar la odisea.

El plan que diseñó contempló varias estrategias: determinar cada movimiento del animal, seguir sus pasos, hacer un mapa de sus recorridos. Después de estudiar qué comía, cuándo dormía y cuándo atacaba. Parecía más el trabajo de un detective que de un veterinario.

La búsqueda

La búsqueda lo convirtió en experto. “Una osa se mueve en un rango de 10 a 14 kilómetros cuadrados y un macho alcanza hasta 50”, dice. Luego recuerda que las caminatas por pendientes, bajo el sol y el agua, eran difíciles. “Hablamos con los campesinos y nos basamos en su conocimiento para dar con los primeros indicios”. No es fácil encontrar 12 osos de anteojos, que conforman el grupo de esta zona, en un sistema de páramos como Chingaza.

A los senderos del oso llegaron siguiendo las marcas de sus garras en los árboles. Muchas todavía estaban frescas, otras ya empezaban a ocultarse debajo de la corteza. Encontraron huellas en el suelo, tan profundas que delataban los más de 100 kilos que puede llegar a pesar un adulto. También pelos atrapados en las ramas. Cada nuevo hallazgo los acercaba un poco más a su objetivo. O eso creían.

El plan de rastreo tenía un fin: encontrar algunos osos, que por lo general se mueven solitarios, para ponerle a uno un collar satelital y poder estudiar sus patrones de movimiento. Cada nueva pista que encontraban era un aliciente para seguir y olvidar el cansancio, el sudor y el hambre. Si alguien se preguntaba para qué invertir tantos esfuerzos en cuidar unos cuantos osos, la respuesta que ofrecía este grupo de expertos era siempre la misma: son guardianes del agua que toman el 80% de los bogotanos.

“La gente cree que los osos no sirven para nada, porque esperan un rendimiento como el que da una vaca o una gallina, pero la realidad es que el oso está muy ligado a la buena salud del bosque, que es donde nacen las fuentes de agua”.

Mientras el oso abre senderos con sus gruesas patas y su robusto cuerpo, permite que los rayos del sol entren a las partes más bajas del bosque, ayudando a la regeneración del ecosistema.

Uno de los guardabosques explica que pronto se dieron cuenta de que los osos de Chingaza prefieren los aguacatillos, el zapote de monte y los uvones, que les encanta llenarse el hocico de miel o robarse los huevos de aves descuidadas. El menú lo descubrieron analizando las muestras fecales. Esa preferencia por los frutos hace que el oso termine transportando semillas en distancias de hasta 50 kilómetros, permitiendo el crecimiento de especies en todo su territorio.

“Un día nos pasó un oso, pero a mil, pasó rapidísimo, era un juvenil, nosotros sólo vimos la bola de pelo corriendo a toda velocidad”. Esa fue una de las pocas veces que pudieron ver uno de cerca. “Usted no se imagina la emoción de ver un oso por fuera de una jaula, verlo libre, es sentir miedo y al mismo tiempo alegría”, cuenta Javier Rodríguez, uno de los guardabosques del equipo.

Con los lugares definidos, estaban listos para la segunda parte del plan. Compraron 20 cámaras espías y las amarraron en los árboles más visitados por los osos en toda el área de estudio. Rodríguez cuenta que el espionaje tampoco fue fácil. Las cámaras están programadas para capturar imágenes cada vez que detecten movimiento. Así la caída de una rama o el movimiento de cualquier ave activaba el obturador.

De las cuatro o cinco mil imágenes que recolectaban, apenas dos o tres correspondían a sus osos: el oso caminando sin premura, el oso subiendo al árbol, el oso marchándose. Lo suficiente para sonreír satisfechos.

La captura

Con cientos de fotos del oso en su poder y después de aprenderse casi de memoria el modus operandi de su blanco, había llegado la hora de la etapa final: la captura. La fase final del proyecto empezó hace dos meses y consiste en atrapar cualquiera de los individuos por unas horas para ponerle un collar satelital antes de devolverlo al bosque.

“A través del collar, que envía una señal de movimiento, vamos a poder saber cada cuánto se desplaza el animal, los lugares en los que duerme y cómo es la actividad cardíaca, si está corriendo o está descansando, también podremos saber si muere”.

Pero la etapa final no difiere mucho del principio. El oso sigue siendo un contrincante difícil de engañar. La trampa la diseñó un biólogo ecuatoriano y la hizo un soldador de Gachetá: un cajón de hierro con suficiente espacio para dos osos. El lugar elegido fue un pequeño bosque en la parte alta del municipio de Gachetá. Para subirla fueron necesarias dos mulas que por poco pierden la carga trepando la pendiente.

Al comienzo no activaron la trampa, pero sí le dejaron bananos, huesos, miel y, al frente, la cámara para vigilarlo y poder planear con todo el cuidado la captura. En las imágenes vieron a una osa con su osezno llevándose las viandas, vieron un macho adulto. Y entre risas también notaron cómo una zarigüeya se convirtió en visitante habitual del lugar para robarse los señuelos.

Hace 10 días activaron la trampa: cuando el oso entrara al cajón y jalara con fuerza un hueso pegado a una cuerda en el interior de la misma, movería el seguro de la puerta y quedaría atrapado. Los primeros días fueron de ansiedad y angustia, ninguno aparecía por el sitio.

El sábado pasado, Restrepo había bajado al pueblo a hacer algunas diligencias. Recibió una llamada: el oso había caído. Subió a toda velocidad con el veterinario, anestesiaron a la víctima, lo habían logrado. Sin embargo, a la hora de revisarlo y pesarlo se llevaron una mala sorpresa: su capturado era un osezno, un menor que todavía no podía cargar un collar de 1 kilo de peso durante más de un año. A esta hora Restrepo y los cuatro guardabosques siguen esperando atentos a que la puerta se cierre de nuevo para poder lograr su cometido.

La tarea no termina ahí, en otra zona del sistema de páramos, de manera paralela la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá viene adelantando un proyecto con los campesinos afectados para que no utilicen las tierras del páramo y recuperen sus potreros con intervenciones más amigables con el ambiente.

El reto es que el bosque siga siendo la casa del oso y que los campesinos tengan alternativas para su sustento.

Óscar Humberto Achury, otro de los campesinos afectados, explica así la problemática: “Nos dicen que tenemos la culpa porque invadimos la casa del oso, pero no sólo nosotros, la verdad es que todos tenemos la culpa, así es que lleguemos a un acuerdo. Hay que buscar la mejor forma de convivencia”.

¿Cómo llegar a Chingaza?

Al páramo se puede llegar por dos vías en vehículo particular:

-Desde La Calera: saliendo del municipio tome el primer desvío hacia la izquierda y en el siguiente tome de nuevo la izquierda, hasta llegar a una escuela abandonada. Desde allí continúe el recorrido de 23 km hasta llegar a la entrada del parque.

-Desde Guasca: después de pasar La Calera encontrará una Y, en la que debe tomar la vía que conduce a Guasca. En el siguiente desvió, a 4,6 kilómetros, tome la carretera destapada que indica la valla informativa del parque, al lado derecho de la vía. En el siguiente desvío verá las capillas de Siecha, tome la derecha y continúe hasta la entrada del parque.

En el páramo podrá visitar las lagunas de Siecha, la de Chingaza, la de Guasca y la de Teusacá. Antes de viajar, comuníquese con Parques Nacionales de Colombia al teléfono 353 2400. El ingreso tiene un costo de $11.000 para particulares y $7.000 para estudiantes.

Espere mañana: páramo de Guerrero.

Por Viviana Londoño Calle

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar