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Incendios: síntoma de un mal mayor

El director de la CAR explica que Bogotá está pagando el error que cometió hace 50 años cuando el Acueducto sembró especies foráneas en los cerros orientales.

Susana Noguera Montoya
04 de febrero de 2016 - 04:00 a. m.

Los incendios forestales que se han registrado en Bogotá y Cundinamarca en los últimos meses han afectado más de 300 hectáreas de vegetación, disminuido la calidad del aire en la capital, afectado quebradas y zonas de recarga hídrica y dañado el hábitat de los animales que se refugian en esas reservas.

Sólo la conflagración que en la reserva Aguas Blancas afectó casi 20 hectáreas de bosque, autoridades usaron más de 17.000 litros de agua para controlar las llamas. Según explica el subdirector de Recursos Ambientales de la CAR, Edwin García, tomará al menos dos años recuperar el bosque.

El panorama se pone más complejo cuando se tiene en cuenta la declaración de Néstor Franco, director de la CAR: “Los incendios en los cerros son una de las consecuencias de haber plantado especies foráneas en la reserva. Hace 50 años el Acueducto pensó que, para contener derrumbes y tener un paisaje al estilo europeo, era buena idea plantar pinos, eucaliptos y retamos espinosos. Pero ahora la oleada de incendios pone al descubierto el gran problema ambiental que representa introducir especies de flora en un ecosistema al que no pertenecen”.

Franco explica que la madera de estos árboles y las hojas que dejan caer son altamente inflamables. Además, son las que más agua absorben. Es por esta razón que los suelos están tan resecos y los incendios se propagan con gran facilidad.

“Aunque en el momento se pensó como oportuno, hoy tenemos una siembra sin ningún manejo técnico, sin cortafuegos, red hidráulica ni vías de acceso. Nadie podó el bosque y los troncos secos se vuelven en leña para los incendios. Es un bosque que creció a su capricho”, explicó Franco.

El problema con esta falta de planeación es que, cuando los organismos de emergencia llegan a apagar los incendios, se encuentran con un panorama hostil en el que el viento no es lo único que juega en su contra. Arturo Lemus, director de Bomberos Bogotá, explicó que en lo alto de la montaña no tienen de dónde sacar agua y deben escalar por horas para llegar al foco de la conflagración. La ayuda aérea se convierte en la única opción efectiva.

Los bogotanos están sufriendo los efectos inmediatos de los múltiples incendios forestales. La calidad del aire de la capital alcanzó un nivel de 180 micras de material particulado, cuando el máximo permitido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de 100. Es decir, en este momento el aire bogotano es tan peligroso como el de Nueva Delhi, la capital más contaminada del mundo. El material particulado, que es más pequeño que el grosor de un cabello, es dañino especialmente para niños, mujeres embarazadas y personas con enfermedades respiratorias. La pérdida vegetal también aumenta el efecto invernadero y hace que los animales se queden sin su hábitat.

Árboles nativos, la solución

La solución a este problema parece simple: plantar especies nativas. Sin embargo, se trata de un programa de restauración forestal que tarda años. Un ejemplo es la reforestación que se ha adelantado alrededor del embalse del Neusa. Esa zona tiene un bosque de pinos, pero poco a poco la CAR ha sembrado especies nativas. Durante dos años han restaurado más de 400 hectáreas, operación que costó $3.000 millones. El proyecto fue costeado con la madera de los pinos que cortaban. “En las épocas de sequía anteriores el embalse siempre se incendiaba y esta vez no lo ha hecho, en gran parte, gracias a los árboles nativos”, explicó Franco.

Con esta experiencia como punto de referencia, la CAR y la Secretaría de Ambiente preparan un nuevo plan de restauración para los cerros orientales. Esta vez sí se plantarán especies autóctonas, para evitar que en las próximas temporadas secas la ciudad tenga que repetir la situación que hoy se vive, por cuenta de la seguidilla de incendios forestales que hoy afectan la ciudad.

Por Susana Noguera Montoya

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