Las fallas de tres colegios oficiales de Bogotá: hasta ratas había en uno de ellos

Tienen problemas de infraestructura, hacinamiento, salubridad y los estudiantes carecen de un lugar digno para comer. Algunas instituciones, como el Instituto Técnico Industrial Piloto (Tunjuelito), llevan más de 10 años pidiéndole al Distrito que mejore las instalaciones.

Camila Guerrero Arciniegas
27 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.
Este año el Distrito aprobó $10.945 millones para mejorar la infraestructura de los colegios públicos.
Este año el Distrito aprobó $10.945 millones para mejorar la infraestructura de los colegios públicos.

Los estudiantes de al menos tres colegios distritales de Bogotá tienen que recibir sus clases en medio de incomodidades. Los del Instituto Técnico Industrial Piloto, en Tunjuelito, conviven con un mar de palomas, ratas y excremento; los del colegio de Usaquén tienen que hacer sus necesidades en baños portátiles, como los que se usan en los conciertos, y los del colegio Marco Antonio Carreño, en Puente Aranda, carecen de un comedor digno. El Distrito dice que no tiene suficientes recursos para reparar todos los daños, pero que ha atendido los más graves. Sin embargo, la comunidad educativa opina lo contrario.

La lista de problemas de infraestructura que tienen estas instituciones es larga. Tanto que la semana pasada en el Concejo se debatió sobre las fallas que hay en las instituciones educativas de la ciudad. Incluso, la concejal Lucía Bastidas (Alianza Verde) reveló que a varios colegios les hacían falta equipamientos para servir alimentos calientes y que otros tenían problemas estructurales. Tras la serie de quejas nos dimos a la tarea de verificar las denuncias de padres de familia, profesores, estudiantes y hasta políticos sobre las condiciones en las que los estudiantes toman clases.

Instituto Técnico Industrial Piloto

Los pupitres y las áreas sociales del colegio están curtidos por excrementos de paloma. Cuando la lluvia descarga toda su fuerza los salones se inundan, las ratas navegan por los pasillos y los olores nauseabundos de las aguas residuales que recorren las tuberías setenteras se incrementan. Esta situación llevó a la Secretaría de Salud a sellar el plantel a comienzos de febrero para fumigar y desmontar el cielo raso que estaba infestado de aves y roedores, pero a pesar de los arreglos, la comunidad educativa asegura que los problemas de fondo no han cambiado.

Según Freddy Murillo, profesor de filosofía, el instituto viene gestionando hace más de 20 años con el Distrito la reconstrucción de la infraestructura. Sin embargo, no han obtenido una respuesta positiva, pese a que el colegio se está “cayendo a pedazos”, no cumple con las normas de sismorresistencia, las paredes están agrietadas y el tanque de agua que surte los baños portátiles está lleno de heces de animal. Sin embargo, fruto de la presión de la comunidad educativa y de una acción de tutela que interpuso un padre de familia por el derecho a la educación y a la salud, la Secretaría de Educación se comprometió a otorgar $13.000 millones para la reconstrucción.

Lo preocupante es que la obra cuesta alrededor de $25.000 millones, es decir, que los recursos que comprometió la administración sólo servirán para arreglar la mitad del colegio. “Sería injusto e iría en contravía de la calidad educativa que una parte de los estudiantes gocen de instalaciones modernas y el resto quede rezagado”, señaló Murillo, quien ante la falta de recursos se sumó a la acción popular que están tramitando los padres para exigirle la construcción completa del plantel. Lo único seguro, hasta el momento, es que las obras empezarán en el segundo semestre del año, luego de que la entidad abra la licitación. Mientras eso ocurre, los estudiantes seguirán en las mismas condiciones.

Colegio Usaquén

Es una estructura que se construyó hace 80 años y desde entonces son pocos los cambios que se le han hecho. Ante el descuido, los muros pasaron cuenta de cobro. En 2005 tuvieron que tumbar varios salones de clase, pues su estado ponía en peligro la seguridad de los estudiantes. A partir de esa fecha las aulas se convirtieron en casas prefabricadas de segunda, por donde se colaba la helada de las mañanas y el calor de las tardes. Para solucionar el problema, el rector, con ayuda del Distrito, puso techos termoacústicos. Aun así, una parte de la comunidad educativa se sigue quejando de las altas temperaturas y de las inundaciones que se forman cuando llueve.

Con la demolición de algunos salones, entre 2015 y 2017 los cupos se tuvieron que reducir, pues hacen falta dos aulas y oficinas por reemplazar. Pero lo más grave para algunos es que los niños deben hacer sus necesidades en baterías de baño sin la higiene adecuada, aguantando los malos olores que genera la motobomba de un camión, encargado de llevarse los residuos.

Para otros, quienes prefirieron ocultar su identidad, es indignante que no haya un comedor. Cuentan que el colegio mandó a construir una cocina con cuarto frío, que costó cerca de $400 millones, pero el año pasado, cuando se iba a usar, el piso donde están las mesas se hundió y tuvieron que demoler esa zona. “Ahora hay una cocina abandonada y los niños tienen que comer sus alimentos fríos en el suelo”, indicó un integrante de la institución.

Colegio Marco Antonio Carreño

Se hizo conocido en los medios por el paro que protagonizaron en febrero los estudiantes. La razón: con el cambio de media jornada a completa se sienten hacinados. Pasaron de 300 alumnos a casi 500, lo que les impide disfrutar cómodamente de los espacios del colegio. Ya no caben todos en la cancha. Tuvieron que habilitar una parte de los parqueaderos para que los más pequeños jueguen allí. Sin embargo, ellos se resisten a estar en ese lugar. Ellos también quieren pasar el descanso en el patio.

Lo que más les disgusta es que siguen comiendo sus almuerzos fríos en el piso. La institución no cuenta con una cafetería ni con microondas, a pesar de que la Secretaría de Educación, después del paro, se había comprometido a donar tres, pero no han llegado. Los profesores habilitaron los salones del segundo piso para que en el descanso los estudiantes tomen sus alimentos en los pupitres, pero no muchos usan este espacio por el olor que queda en las aulas.

A Yasabel Landázuri, personera del colegio, le molesta que los laboratorios de química y física se hayan convertido en un salón más, por la cantidad de estudiantes. Según ella, ya no usan esas aulas para llevar a cabo experimentos, sino para ver materias de todo tipo. Lo mismo pasa con la clase de danzas. “No tenemos un espacio donde bailar, toca arrumar los pupitres contra la pared y, como somos 40 en cada curso, no todos cabemos, así que algunos tienen que quedarse sentados, viendo cómo los otros se mueven. Nos están violando el derecho a una educación con calidad”, criticó.

Respuesta de la Secretaría de Educación

Frente al panorama de inconformidades, la Secretaría de Educación dijo que se han adelantado arreglos parciales en las tres instituciones para disminuir los daños en la infraestructura. Con el colegio Marco Antonio Carreño está acordando un área adecuada donde se pueda construir el comedor; en el Instituto Piloto se está trabajando en un plan de mejoramiento para acabar con los roedores, y en el colegio de Usaquén se instalaron 13 unidades de baños portátiles temporales, mientras instalan las nuevas unidades sanitarias.

A pesar de las medidas adoptadas, la entidad señaló que no tiene suficientes recursos para solucionar todos los problemas, por lo que no podrá reconstruir ninguno de los colegios afectados, ya que el presupuesto asignado para obras de mejoramiento sólo es de $81.000 millones y, a su parecer, es preferible construir los 30 colegios nuevos que se proyectaron en el Plan de Desarrollo, que reparar los existentes. Entretanto, los estudiantes que forman parte de las instituciones con deficiencias de infraestructura tendrán que conformarse con reparaciones parciales hasta que alguna administración atienda definitivamente sus demandas.

Por Camila Guerrero Arciniegas

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