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La lenta caída del coliseo El Campín

Una mirada a la historia del símbolo bogotano, hoy deteriorado y de incierto futuro, según la Alcaldía.

Redacción Bogotá
20 de enero de 2011 - 10:46 p. m.

El 1° de mayo de 1973 hubo marchas y fiestas en Bogotá. Pero las primeras, convocadas por los sindicatos y centrales obreras, para conmemorar el Día del Trabajo, resultaron opacadas por la celebración escenificada en los que apenas meses atrás eran los potreros vecinos del estadio El Campín.

Tras dos años de trabajo y luego de innumerables discusiones, la ciudad estrenaba por fin el Coliseo Mayor o coliseo cubierto El Campín, como se le conoce ahora a la decadente mole de cemento dada al servicio con concierto de Camilo Sesto y triple entonación del himno nacional. Con bendición del cardenal Aníbal Muñoz, efusivo discurso del presidente Misael Pastrana y placas de agradecimiento al ex alcalde Carlos Albán Holguín, pero cero alusiones al burgomaestre que planeó la obra (Virgilio Barco Vargas) y a los hombres que cedieron los terrenos para la construcción: Nemesio Camacho y su hijo, Luis.

Prometieron que sería para 25 mil personas, pero el día de la inauguración sólo cupieron 20 mil y más de 50 mil bogotanos se quedaron por fuera, razón por la cual lo inauguraron dos veces. Costó $55 millones de la época y fue levantado en un tiempo récord de dos años.

Escenario de innumerables veladas boxísticas, con los colosos del pugilato nacional, también recibió al colectivo Maski, famoso grupo humorísitico ruso. Sirvió de escenario para innumerables torneos de baloncesto, deporte para el cual quedó acondicionado desde el primer día, pues parte de las afugias por su inauguración obedecían, precisamente, a que la ciudad lo necesitaba como sede para el campeonato suramericano de la especialidad.

Con la llegada de los años 90 dejó de ser la pieza fundamental del plan maestro de recreación y deporte, en el que alguna vez pensó Barco, o del soñado escenario para conciertos que muchos empresarios quisieron —desde el primer día tuvo problemas de acústica— para convertirse en centro de encuentro de grupos religiosos y razón de pleitos con el Distrito.

Y como estaba en litigio, fue poco lo que se invirtió en su cuidado, al punto que las 200 toneladas de estructura metálica constituida por piezas hasta de 45 metros y las 120 toneladas de tejas de acero galvanizado con espuma inyectada de poliuretano que causaban elogios a su atractivo visual, fueron reemplazados por quejas sobre grietas, incomodidad y abandono.

La Alcaldía baraja varias opciones. Desde restaurarlo hasta demolerlo para hacer un escenario moderno que sirva al deporte y la cultura en la ciudad. Muchos creen que la segunda opción es la más conveniente, pero pasarán varios meses antes de que haya definición al respecto.

Por Redacción Bogotá

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