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Leszli Kálli lanza su segundo libro

El 21 de noviembre será presentado en el Gimnasio Moderno el libro en el que la periodista y exsecuestrada del ELN relata su versión sobre el supuesto acoso.

Redacción Bogotá
17 de noviembre de 2013 - 11:29 a. m.
Leszli Kálli.  / Mauricio Pinzón
Leszli Kálli. / Mauricio Pinzón

Leszli Kálli promete robarse el protagonismo la semana que viene. Esta vez por cuenta del lanzamiento de su segundo libro, cuyo titular solamente parece ser garantía de que una nueva polémica está a la vuelta de la esquina: "En las entrañas del poder. Acoso laboral en la Alcaldía de Bogotá".   

El libro, de Ícono Editorial, será presentado el jueves 21 de noviembre en la biblioteca del colegio Gimnasio Moderno de Bogotá. “Leszli Kálli no está acostumbrada a quedarse callada ante las injusticias. Es una colombiana joven –tiene 32 años– sin poder económico ni político. Pero sabe hacerse sentir”, señala la editorial en la invitación al lanzamiento.

Quienes la apoyan y sus contradictores, sin duda, estarán de acuerdo en esa frase: sabe hacerse sentir. La última vez que Bogotá vio el nombre de Kálli ocupar múltiples titulares de prensa fue entre julio y agosto de este año, cuando se supo que ella, asesora del Distrito, había salido de manera abrupta. Kálli denunció que se había ido por orden de la primera dama del Distrito.

La discusión alrededor del tema Kálli se volvió un ‘telenovelón’ que protagonizaron ella, Gustavo Petro y la esposa del alcalde, Verónica Alcocer. Kálli acusó a Alcocer de ser la persona que había acelerado su salida de la Alcaldía por celos provocados por su supuesta cercanía con Petro. Y que entre enero y diciembre de 2012 había sido objeto de matoneo laboral.

La administración, como era de esperarse, intentó bajarle el tono al episodio, que fue la comidilla en redes sociales. Twitter, por ejemplo, se convirtió en una especie de cuadrilátero en el que se enfrentaron Kálli y otros asesores del Distrito. Pero el asunto dio de qué hablar para rato.

Este nuevo libro –el primero fue “Secuestrada”, su relato de los 373 días que permaneció en poder del Eln entre 1999 y 2000– se iba a llamar inicialmente “Camarón profundo”. Según Kálli, alguien le dijo alguna vez que si quería durar como funcionaria del Estado tenía que volverse un camarón de aguas profundas y acomodarse a la desidia burocrática.

El nombre que finalmente escogió fue “En las entrañas del poder. Acoso laboral en la Alcaldía de Bogotá”. El Espectador reproduce uno de sus capítulos, titulado “La noche oscura”. Se refiere a la noche en la que Kálli, cuenta ella, sumida en una depresión profunda, tomó la decisión de acabar con su vida.

La noche oscura

De acuerdo con la versión de Kálli, para abril de este año ella estaba “sumergida en una depresión profunda”. Su familia lo notaba ya y por eso su hermana Carolina la invitó a pasar un tiempo con ella, su esposo y su hijo. Para ese entonces, dice Kálli, “llevaba dos meses buscando trabajo y vivía de los ahorros que tenía”.

El viaje tenía fecha: 12 de abril, el mismo día en que fue secuestrada en 1999. Kálli, sin embargo, escogió no tomar el avión y, en cambio, le envió un correo electrónico a su hermana: “Era una carta muy sutil de despedida, sin drama, solo era un: ‘No aguanté, lo siento, no soy tan fuerte como pensé y perdónenme por esto’”.

“Mi hermana, que lee correos electrónicos de cuando en vez, por azar esa noche leyó el correo y rápidamente contactó a mi mamá; ella trató de comunicarse conmigo y como no le contesté, llamó a Mary (vecina y amiga de Kálli) y le pidió el favor de que fuera corriendo al apartamento a ver qué era lo que pasaba”.

Y agregó: “Desperté a los dos días en el hospital. Mary… ¡Gracias!”.

Lea aquí el capítulo completo:

La noche oscura

Para abril estaba sumergida en una depresión profunda. Yo, que me había proyectado tan lejos, simplemente había fracasado, lo reconocí una noche los primeros días del mes. Vivía sola en Bogotá, mi familia se preocupaba y no había día en que no me llamaran. Mi mamá notó cambios en mi voz y se lo comentó a mi hermana, quien es mi amiga, mi confidente pero a la cual mantenía al margen de los acontecimientos para no preocuparla. No es mucho lo que ella hubiera podido hacer.
Un día Carolina me llamó para darme ánimos: me pedía que no me impacientara, que me tomara un tiempo para curarme de todo el dolor y me ofreció su casa y su compañía. Mauri, mi cuñado y Daniel, mi sobrino, también querían que fuera. Hizo planes para ir a la playa y me ar- mó una agenda para mantenerme entretenida. Organicé mi viaje y, por cuestiones del azar, volaría el día 12 de abril, el día que se cumplían los catorce años de mi secuestro. Comencé a sentirme en un cautiverio emocional: viajar no iba a solucionar nada y me convertiría en una carga para la familia. Mientras estaba sola, nadie notaba mi tristeza, pero al encontrarnos se darían cuenta de que estaba mal. Llevaba dos meses buscando trabajo y vivía de los ahorros que tenía, había pagado el apartamento hasta el Armada En las entrañas del poder.


30 de junio, fecha en la cual, si no había conseguido un trabajo, lo entregaría. El país me cerraba las puertas, simplemente no encajaba en el trabajo.
La frase de Martha Liliana Perdomo resonaba en mis oídos y me preguntaba si quizá debí haber sido un camarón de aguas profundas, si simplemente debí acomodarme a la desidia del funcionario público promedio.
Me negaba a creer que el país se manejara de esa manera, por camarones de aguas profundas, que ven corrupción,
que ven lentitud en manejos burocráticos y siguen tranquilos con la corriente. El precio lo paga el país, que por eso es que está como está.

Aquí nadie se mete en problemas, ni siquiera cuando los aplastan. Después de toda esta experiencia me siento
como un salmón que nada contra esta corriente, no por rebeldía sino por principios, por honestidad. La diferencia con el salmón quizá sea que no depositaré ningún huevito en este país. No quisiera tener hijos que entren a un océano para convertirse en camarones de aguas profundas y tampoco quiero que terminen pagando el precio de la decencia. El precio de tener principios en este país es muy alto.
Por esas cosas del inconsciente, probablemente por estar ya fatigada de nadar y nadar contracorriente, mi
mente comenzó a abrirle campo a la idea de renunciar derrotada y convertirme en ese camarón de aguas profundas, tan profundas que me arrastraran del todo, que nunca me permitieran volver a salir a la superficie.


Naufragar en un océano de tranquilidad, ver cómo poco a poco se apagaba la luz mientras me hundía en él…

Tomé entonces la decisión de sumergirme en el océano. Dejé listo el equipaje y la única carta que escribí

fue a mi hermana. Le daba las gracias por ser mi apoyo, le explicaba que no iría a su casa y que para cuando leyera ese correo, sería ella la que tendría que alistar viaje al país. Era una carta muy sutil de despedida, sin drama, solo era un: «No aguanté, lo siento, no soy tan fuerte como pensé y perdónenme por esto».

De mi mamá y de mi papá me despedí como me despedía todas las noches. Sabía que para la mañana ya
no estaría. Me sumergía más y más profundo…
La vida me tenía preparada otra partida. Me mostró que no nos manejamos solos, que ella hace lo que le
viene en gana y acomoda sus fichas de forma tan extraña, que cuando damos todo por perdido, siempre nos ubica
un ángel a nuestro lado.
María Helena Muñoz era mi vecina y mi amiga, Mary como de cariño le digo yo. Después de la ruptura con
Yesid, se convirtió en la depositaria de mi dolor y mi asfixia.
Mary tenía una copia de las llaves de mi apartamento para ayudarme a cuidar las plantas cuando yo viajaba.
Mi hermana, que lee correos electrónicos de cuando en vez, por azar esa noche leyó el correo y rápidamente
contactó a mi mamá; ella trató de comunicarse conmigo y como no le contesté, llamó a Mary y le pidió el favor de que fuera corriendo al apartamento a ver qué era lo que pasaba. Desperté a los dos días en el hospital. Mary…¡Gracias!
Este poema me lo escribió un ángel llamado Mary mientras yo estaba inconsciente en el hospital.Armada En las entrañas del poder.

En tu rostro, mil rostros de mujeres y angustia

Noche extraña y confusa frente a la línea cerrada de tus ojos; noche absoluta en la que me pregunto ¿Cuántas historias de mujeres olvidadas reinventó tu cuerpo cuando buscaste acciones de muerte? ¿Qué línea sutil traspasaste cuando descubriste, llena de angustia, que la esperanza se vestía de negro?
Miro tu cuerpo dormido donde tu alma quizá libra batallas con seres dantescos en un infierno inventado por tu propio miedo; y, me niego a creer que en ese bello rostro, hoy silenciado por la hazaña de tu ímpetu pueda algún día, un destino feliz triunfar y borrar las líneas [trazadas por la pena y la injusticia.
Y aunque sostengo entre mis manos tu mano viva, mi querida amiga porque he pospuesto tu cita con la muerte, sé que habrá un límite donde la cordura y la sinrazón vuelvan a su disputa y, sin contar conmigo, sean ellas las que te lleven a disfrutar otros ámbitos imposibles donde susurran palabras indecibles.

Bogotá, abril de 2013
María Helena Muñoz Salazar

Las máscaras de las personas habían causado un daño directo en mi mente, en mi espíritu y mi fortaleza, pero
estaba viva. La sombra del fracaso se me volvió la noche más oscura. Gracias a la ayuda oportuna de Mary pude
recitar a la mañana siguiente el verso de Borges: «El alba inútil me sorprende en una esquina desierta. He sobrevivido la noche». Salí corriendo en busca del mar, necesitaba encontrarme conmigo, desconectarme de Bogotá y elegí un pequeño paraíso perdido en la selva del Chocó donde poco a poco recuperé el aliento necesario para emprender una batalla.

A partir de ese momento empecé a recoger todas mis fuerzas y me lancé a la tarea de no dejarme humillar
ni por el alcalde ni por su recua salvaje. Quería gritar a los cuatro vientos que Petro tenía una máscara, y creo que lo único que pretendo con este testimonio es que la gente lo vea sin su disfraz de hombre justo y luchador por los pobres, que eso solo es un discurso y a su paso causa daño al vender la idea de una Bogotá Humana. De un país «humano».

Yo solo había experimentado un trato similar antes: durante el secuestro. Pude haber renunciado pero me negaba a creer que la gente fuera tan perversa. Fue como si quisiera mirar hasta dónde eran capaces de llegar y hasta dónde yo de aguantar.

Al escribir estas líneas siento que se libera una cadena de odios y rencores que con el paso de las páginas me deja más liviana. Ahora son las dos de la mañana, hoy es viernes 30 de agosto de 2013, estoy en mi cuarto lleno de papeles: sobre la cama, sobre el escritorio, hay stickers de fechas que me vienen a la memoria, están por todo el computador, hay lapiceros y tres gatos durmiendo encima de todo. No hay un espacio libre, solo el que queda en mi cabeza al ir depositando mi tristeza y frustración de aquellos días en estas líneas y aunque no le quiero dar ningún toque de sentimentalismo, debo confesar que se me escurren las lágrimas mientras escribo todo esto. La huella del dolor no ha terminado de sanar.

Reflexioné sobre la situación y me di cuenta de que yo no era la única débil en esta historia. Verónica Alcocer no puede contra su celopatía2; el alcalde no puede con los celos de su esposa; Winograd y todos quienes participaron en el matoneo laboral conmigo no pueden contra el alcalde; y yo, que jamás tuve nada con Petro, debo pasearme sin trabajo y con la marca de la moza del alcalde.

Pues no. Si el alcalde le tiene miedo a los cacerolazos, yo le iba a armar uno en Twitter a punta de trinos.
En entrevista para el medio digital Kienyke, Verónica Alcocer reconoce su problema de celopatía: «Los que la conocen dicen que es celosa, celosísima.

Ella no lo niega. –Las mujeres somos celosas, somos posesivas, tratamos de marcar territorio. Aunque yo estoy completamente segura de él y de la relación. Pero le tengo celos hasta de mis hijas, que él llama
primero. Yo le digo: “Chiqui”, de última no». Kienyke. «La mujer que manda a Petro». Bogotá, octubre de 2011. Publicación digital. Enlace: http:// www.kienyke.com/historias/la-mujer-que-manda-a-petro/

El alcalde me había aplastado con su estrategia y había menoscabado el único derecho que una persona
decente puede tener en este país: el derecho al buen nombre.


 

Por Redacción Bogotá

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