Los oficios que renacen con las corridas en Bogotá

Con el regreso de la fiesta brava a la plaza de toros de Santamaría, reviven en la ciudad oficios que habían quedado en el limbo tras el cierre del escenario. Mozos de espadas, banderilleros y ganaderos hacen parte de las casi 3.000 personas que enfrentaron perdidas durante los cinco años que duró la cuidad sin temporada taurina.

Camila Guerrero Arciniegas
21 de enero de 2017 - 06:00 p. m.
Los oficios que renacen con las corridas en Bogotá

Las corridas de toros, que han suscitado en la ciudad amores y odios, regresan a la plaza de Santamaría y con ellas se reactivan en la ciudad oficios que habían quedado en el limbo, tras la suspensión de la fiesta brava en Bogotá. Este domingo, las tribunas se llenarán, los banderilleros volverán a afilar sus arpones, los mozos de espadas lustrarán los estoques de los matadores y los ganaderos podrán exhibir de nuevo sus ejemplares en la principal plaza del país. Más de 3.000 personas recuperarán su trabajo.

(Lea:Vuelven los toros a la Santamaría)

Y aunque los anti taurinos -bajo el argumento de que la tauromaquia es una práctica cruel que atenta contra la vida de los que no tienen voz: los animales- dieron la pelea para que los toros no volvieran a la plaza, un fallo del Corte Constitucional ordenó preservar las corridas en favor de la libre expresión cultural y el arraigo a tradiciones de vieja data. (Lea: Radican acción de nulidad contra fallo que tumbó consulta antitaurina)

Así las cosas, el silencio que imperó en La Santamaría durante media década de cierre, llegó a su fin. Ahora, las personas que integran el mercado de la tauromaquia retomarán sus labores. Algunos de ellos le contaron a este diario cómo les cambió la vida desde que se prohibió la fiesta taurina en Bogotá.

Juan Bernardo Caicedo (Ganadero)

Crecí entre toros bravos, mi padre me enseñó a cuidarlos y a preservar su casta. La tauromaquia, más que un negocio, ha representado para mi familia una tradición, un estilo de vida. Por eso, el cierre de la Plaza nos terminó afectando, además del bolsillo, los ánimos. Pero no fue solo un golpe duro para mí. De 30 empresarios que se dedicaban hace cinco años a la crianza del bovino de corridas, ahora solo quedan ocho.  

Con la clausura de La Santamaría, los escenarios regionales donde se presentaban los toreros se fueron reduciendo. Varios políticos se sumaron a la consigna antitaurina para ganar nuevos votos, decisión que estrechó aún más la posibilidad de mantener a flote el trabajo del gremio ganadero. Solo unos pocos pudimos seguir manteniendo fincas de 300 hectáreas que son ocupadas en su totalidad por bovinos, comprando bultos de concentrado de 40kilos cada 15 días y ampolletas para vacunarlos.  

La crisis que generó el cierre de la Plaza nos llevó a abrir el mercado en Perú, pero las trabas que nos han puesto para llevar nuestros toros al país vecino han sido múltiples. Nos exigen más de cuatro muestras de sangre para permitir el ingreso de los animales, los tratan como si fueran leprosos a sabiendas de que el ganado en Colombia tiene un gran prestigio. Con los gastos que acarrea la exportación, terminamos ganando la mitad de los $5 o $20 millones que nos pagaban por un toro aquí.

Ahora con el regreso de la fiesta brava, continuaremos en la lucha titánica que hemos emprendido para preservar las corridas y evitar que desaparezca un trabajo de selección genética que nos ha llevado más de 40 años.

Hernando Franco (Banderillero)

La última vez que me vestí de luces en La Santamaría fue en el festival de verano del 2012. En esa fecha, se hacían corridas con novillos en la Plaza. Tenía 40 años y a pesar de tener unos kilos de más, era ágil, el público me aclamaba. Cumplía la función de banderillero. Corría hacia el toro con dos arpones en las manos como si la muerte me persiguiera hasta que lograba mi cometido: clavar las banderillas en el morro del animal para darle paso al matador.

Aparte de esos pocos segundos, de escasa fama, mi labor era hacer que el matador se viera bien. Mientras él se pavoneaba frente al toro, provocándolo, retándolo a embestir, yo rondaba su espalda para despistar al bovino con la capa, en caso de que el torero fallara en su estocada. De esa forma transcurrieron mis últimos días en la Plaza, antes del cierre.

Lo que vino después fueron meses de recesión, el trabajo se puso difícil y mi familia dependía de los $700.000 que ganaba por corrida. Así que me tocó empezar a rebuscarme la plata por otro lado. De vez en cuando me contrataban en los pueblos aledaños a la capital para banderillar en las ferias. Sin embargo, eso no era suficiente para cubrir los gastos de mi casa. A mi mujer le tocó salir a trabajar para completar el pago de la Universidad de mi hijo.

Así que la noticia de la inauguración de la Plaza me llena de esperanza. Soy consciente de que ya no soy tan joven, pero por fortuna para estar en la arena, la cédula no es un requisito sino la agilidad y las ganas de aportar a la lidia.

Carlos Cristian Arias (Mozo de espadas) 

Mi día a día se traduce en un corre corre, que se carga con la adrenalina que lleva consigo el matador. Lo acompaño desde el momento en que se baja del avión, si es extranjero. Le lustro las espadas con las que va a embestir al toro; lo ayudo en caso de que salga herido, y le organizo el traje con el que se va a presentar. En sí, le proporciono todos los trebejos que necesite antes, durante y después de la lidia.

Pero con el cierre de la Santamaría todas esas labores quedaron en el olvido. La Plaza en la que más me contrataban era la de Bogotá, porque allí me formé. Desde que tenía 13 años pisé su arena. Primero, lanzándome al ruedo como torero, luego como banderillero y por último como mozo de espadas. Lo de matador no funcionó, así que decidí quedarme sirviéndole a uno.

Actualmente tengo 63 años y me estoy preparando para trabajar con el torero bogotano Ramsés. Quiero regresar a la lidia para disfrutar de nuevo del espectáculo que proporcionan los toros bravos, un animal que nació para pelear. Y aunque fueron casi $30 millones los que perdí cuando la pasada alcaldía cerró las puertas de la Santamaría, me reconforta saber que nuevamente regresan los bovinos y las recientes generaciones seguiran con la práctica.

Por Camila Guerrero Arciniegas

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