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Los restos de la madre Teresa en Bogotá

Una gota de sangre de la religiosa y un vidrio que, dicen, era de su tumba son las reliquias que cinco hermanas de su congregación tienen como tesoro.

Jaime Flórez Suárez
04 de septiembre de 2016 - 12:10 p. m.
En el barrio bogotano La Perseverancia se da cuenta de parte del legado de la madre Teresa de Calculta. / Óscar Pérez - El Espectador
En el barrio bogotano La Perseverancia se da cuenta de parte del legado de la madre Teresa de Calculta. / Óscar Pérez - El Espectador
Foto: OSCAR PEREZ

Hay restos de la madre Teresa de Calcuta en Bogotá. Una gota de sangre en una especie de relicario dorado, montado sobre un pequeño mueble de madera cubierto por un velo azul. “M. Teresa de Calcuta Ex Sanguine”, se lee bajo la mancha roja. Un trozo de vidrio que habría sido tomado de su tumba. También hay un texto en latín, enmarcado: la autorización del Vaticano para tener esa muestra del líquido que, dicen las hermanas de su congregación, corrió por las venas de la monja que desde hoy es santa.

Ese tesoro católico está resguardado en la capilla privada de las Hermanas de la Caridad, en el barrio La Perseverancia. Al fondo del recinto hay un crucifijo: “Tengo sed”, dice al lado. En todos los altares de esa congregación, que está en 150 países, hay un letrero igual que anuncia esa especie de vocación por el padecimiento. El recinto tiene un tapete azul en vez de las típicas y alargadas bancas de madera que hay en las iglesias. Allí, a la usanza india, las monjas entran descalzas y hacen sus oraciones arrodilladas en el suelo.

En 1950, la monja de origen albanés fundó en Calcuta la congregación Misioneras de la Caridad, dedicada a atender enfermos e incluso a ayudarlos a morir. Hacia 1970, sus acciones tuvieron eco mediático, especialmente en el Reino Unido y Estados Unidos. Para 1979, cuando ganó el Premio Nobel de la Paz, ya era una figura mundial e incluso se convirtió en una especie de consentida de la princesa Diana de Gales, quien murió el 31 de agosto de 1997, a sus 37 años, cinco días antes que la monja, de 87. En una semana, el mundo estuvo de luto por la muerte de dos de las mujeres más reconocidas.

A Colombia vino dos veces. La primera en 1981, a Cúcuta, la ciudad a donde, por invitación del cardenal Pedro Rubiano, llegó su congregación. Hoy están también en Buenaventura, Pereira, Cali y Cartagena. Son 32 monjas en el país, ninguna colombiana, porque ser misioneras les exige servir en patria ajena. Cinco de ellas están en Bogotá.

La hermana Eletiana se ríe cuando se le pregunta por su vida, como si no entendiera por qué pueden ser importantes los asuntos personales. Nació en Nacuru (Kenia), en el oriente de África. En 1982, la madre Teresa fue a su país y ella la vio, emocionada, por televisión. Tenía 18 años y viajó a Nairobi, la capital, a conocer la congregación. Hizo los votos y empezó su travesía.

Primero fue a Italia y, antes de llegar a Colombia, estuvo en Bolivia, Perú y Estados Unidos. En Kenia quedaron su madre y sus nueve hermanos que, mientras ella se “cimentaba” en el catolicismo, se convirtieron a otras iglesias del cristianismo. Hoy es la directora de la congregación de la madre Teresa en Bogotá, conformada, además, por una argentina y tres indias.

Los días de la hermana Eletiana son frenéticos. Los pasa entre el geriátrico, donde viven cuarenta ancianas, algunas de ellas con discapacidades físicas y mentales, y el comedor donde a diario llegan a atender hasta 100 habitantes de calle. Ahora sólo aceptan viejos. Fue la decisión que tomaron luego de que los vecinos quisieron cerrar el comedor por el flujo de esa población entre sus calles.

Su labor es el legado de la monja más famosa de la historia en Bogotá. Pese a que a partir de hoy el mundo, al menos los 1.200 millones de católicos, la conocen como santa, la vida de la madre Teresa no estuvo exenta de polémicas, que se divulgaron, sobre todo, tras su muerte.

Desde que se supo la fecha de su canonización volvieron a circular en los medios de comunicación esas versiones: que su figura estigmatizó a Calcuta, la ciudad donde empezó su congregación; que recibió donaciones de corruptos, bajo la excusa de que no se metía en asuntos políticos ni de negocios, o que en sus refugios se brindaba atención médica deficiente y sin distinguir enfermos terminales de curables, a quienes se acompañaba por igual a la muerte. Incluso se ha dicho que su organización desvió las millonarias donaciones que recibía hacia destinos distintos a las obras caritativas.

Pero esas versiones no caben en la fe de las monjas de La Perseverancia. Ellas siguen impasibles en sus votos. La argentina reparte café caliente entre los habitantes de calle, una de las indias cocina una torta para las ancianas, mientras las otras las atienden. La hermana Eletiana atraviesa las dos cuadras que separan el ancianato del comedor. Saluda a todo el que se cruza. La ciudad está caótica. Las vías de La Perseverancia atestadas de carros. Ella quiere saber por qué.

La administración de Enrique Peñalosa acababa de desalojar a 98 familias, muchas de desplazados, que habían construido sus cambuches en Monserrate. Se enfrentaron a las autoridades. Los disturbios colapsaron la avenida Circunvalar y de paso la movilidad del Centro. Ya enterada, la hermana Eletiana se angustia. “Y justo los sacan hoy, que amaneció lloviendo”, dice.

Por Jaime Flórez Suárez

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