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"Lo mataron por la espalda"

Así registró El Espectador, la muerte del patrullero Mauricio Andrés Soto Londoño, hace 15 años, el 30 de agosto de 2000.

Redacción Bogotá
28 de agosto de 2015 - 07:58 p. m.
"Lo mataron por la espalda"

El patrullero Mauricio Andrés Soto Londoño, de la Policía Antimotines, falleció cuando un artefacto explosivo le fue lanzado directo a la cabeza por uno de los terroristas que sostuvieron enfrentamientos con los agentes del orden. Los hechos ocurrieron en los predios de la Universidad Nacional en medio de la protesta por la visita de Bill Clinton a Colombia. Seis agentes más resultaron heridos. Desde las 8:00a.m., un equipo de cerca de 120 policías de la fuerza disponible antimotines, comandados por el capitán Vargas Sierra, estaban formados frente a las porterías de la universidad, en la carrera 30 y la calle 26. Su función: evitar y repeler un eventual brote de violencia. Las jornadas de protesta por la visita de Bill Clinton a La Heroica programadas en las horas de la tarde, parecían normales a pesar de los monumentales trancones que se formaron por el cierre de las vías para dar paso a los sindicalistas, que estaban listos en el Centro Administrativo Distrital (CAD) para movilizarse rumbo a la embajada norteamericana.

La guerra había comenzado

Pero de aparente normalidad no hubo nada, pues a eso de las 10:30 a .m. un grupo de encapuchados abordó a las malas un bus ejecutivo de placas SFO 332 que se desplazaba por la calle 53 a la altura de la carrera 27. Luego de hacer bajar a sus ocupantes, entre ellos a su conductor, Francisco Mendoza, procedieron a dar un paseo por el campus, desde la portería de la calle 53 hasta la de la calle 26, en donde prendieron fuego al automotor, avivando las llamas de lo que se consolidó como un campo de batalla.

Media hora después, sobre la carrera 30 con calle 45, la mitad del grupo antimotines de la Policía -sesenta hombres- supervisó el paso ordenado de manifestantes de las agremiaciones sindicales, a los que se unieron varios estudiantes de universidades distritales. El nutrido grupo de manifestantes se alejó del sitio rumbo a la embajada norteamericana. Los policías permanecieron allí, porque los encapuchados empezaron a hacer de las suyas; 'papas' explosivas, palos, piedras, bombas caseras y cualquier cantidad de objetos empezaron a dibujarse en el cielo: la guerra había comenzado. Cuando la situación fue incontrolable, la fuerza pública no tuvo más remedio que aventurarse a transgredir la reja del centro educativo y repeler el ataque de los encapuchados, pero fue imposible, debían salir de nuevo a la carrera 30 a como diera lugar. En la apresurada salida, en medio de la batalla, quedó atrapado el patrullero Mauricio Soto Londoño.

Su única protección además, de su casco y su escudo, era un árbol, a tan solo 20 metros de la salida. Al ver la oportunidad de escapar, dio la espalda a quienes lo venían persiguiendo. Pasaron diez segundos, eran ya las 11:35 a.m. cuando un artefacto, cayó justo sobre la parte de atrás de la cabeza de Soto. La explosión le arrebató la vida de inmediato, su casco salió volando por los aires, y la sangre indicó a todos, que era el fin de la batalla. Sus compañeros entraron a sacarlo y, en medio, de los restos de un absurdo combate, decían: “Canallas lo mataron por la espalda”. Afuera estaban Fredy Caicedo, John Sánchez, Edison Rivera, John Rojas y Alberto Sánchez, sus compañeros heridos.

“Mijo, vengase, eso por allá es peligroso”

Era cantaleta de padre, pero al fin y al cabo, los padres siempre tienen algo de razón. A don José Soto y a doña María Emma Londoño se les volvió una obsesión que su hijo Mauricio Andrés, se regresara a La Merced (Caldas), “así fuera a no hacer nada, porque usted sabe mijo, eso por allá es muy peligroso”, como le decía cada vez que hablaba con él. Mauricio respondía siempre lo mismo: “Qué va cuchos, cuando a uno le va tocar, le toca, así es que no se preocupen que lo mío es esto”. Y aunque lo de él eran las armas, porque “siempre le gustaron y hasta se regaló para el Ejército”, como recuerda su hermana mayor, María Alcira, Mauricio, no imaginó que le iba tocar morir tan pronto: tenía 21 años y no llevaba más de un año y medio como miembro de la Fuerza Disponible de la policía antimotines de la XXIV de la Estación de Bogotá.

Cuando sus superiores informaron de los disturbios en la Universidad Nacional, Mauricio salió tan tranquilo como lo había hecho en no menos de cinco ocasiones, en el último año. Sabía lo que tenía que hacer y estaba acompañado por sus mejores amigos: otros 59 policías tan jóvenes y con tantos sueños como él.

Era la 1:30 de la tarde y la intolerancia comenzó a ganarle la partida. Un grupo de encapuchados armados con papas explosivas arremetió contra el primer contingente de uniformados que logro entrar a la Universidad Nacional y, después de tratar de retomar la calle, Mauricio corrió pero no le alcanzó para evitar que un vándalo descargara sobre su cabeza un artefacto explosivo.

“Una vecina llegó tocando duro a su casa y nos dijo que si habíamos visto las imágenes de televisión. Que habían herido a un patrullero de la policía llamado Mauricio Soto. Llamamos de inmediato a su novia en Bogotá, Vicky, y ella nos pidió que esperáramos, que iba a averiguar. A los pocos minutos ella nos llamó, confirmó la muerte de mi hermano”, dice María Alcira.

“Mis papás están desechos, y dicen que ojala Mauricio hubiera hecho caso. Ni ellos ni nosotros, todos sus hermanos, entendíamos porque Mauricio decía lo mismo: ‘pa’ morir nacimos”.

La UN, en duelo

El rector de la Universidad Nacional, Gustavo Montañez decretó un cese de actividades como muestra de duelo por los hechos ocurridos en predios de la institución y en un comunicado expedido, las directivas afirmaron. “A la familia del patrullero Soto y a la Policía Nacional, les manifestamos nuestras más profundas condolencias. La Universidad repudia las acciones que una vez más, nos convierten en objetivo de la violencia, valiéndose de nuestra identidad, y de nuestros espacios. Amparados bajo el anonimato que provee la capucha, sus protagonistas atentan contra la vida, la Universidad, y su misión académica”.

¿Por qué nos seguimos matando?

El Coronel Pedro Antonio Molano, comandante de la Policía de Tránsito en su momento, frente al hecho dijo una frase que impactó a la opinión pública: “La situación es lamentable, lo único que digo es, ¿por qué los colombianos nos seguimos matando? Estas situaciones no deberían ser tomadas como una batalla”. 

Por Redacción Bogotá

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