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"Me encontré con una nueva capital"

Según esta primera entrega del especial del ‘Financial Times’ sobre Bogotá, aún existen divisiones sociales, pero el creciente orgullo cívico apunta a un futuro esperanzador.

Financial Times
11 de enero de 2015 - 02:00 a. m.
Según el corresponsal del Financial Times, la Bogotá de hoy es más próspera: “Tiendas y negocios han surgido en las calles, incluso en las zonas más pobres”.  /  David Campuzano - El Espectador
Según el corresponsal del Financial Times, la Bogotá de hoy es más próspera: “Tiendas y negocios han surgido en las calles, incluso en las zonas más pobres”. / David Campuzano - El Espectador

El día en que me mudé a mi apartamento en un sector del norte de Bogotá, bajo la casi constante llovizna que cubre la ciudad, un amigo colombiano me dio la bienvenida con un comentario peculiar. “Bueno, ahora eres oficialmente estrato seis”, dijo, refiriéndose a la mayor puntuación en el rígido sistema de clasificación socioeconómica de Bogotá. “No hay nada mejor aquí”.

Admito que tuve una educación elegante en Buenos Aires, pero ciertamente nunca estuve encasillado como una de las almas más afortunadas de esa ciudad. Mi posición social cambió, sin embargo, cuando llegué aquí como corresponsal hace casi tres años.

El sistema de estratos se basa técnicamente en la disponibilidad de servicios públicos, como la electricidad y el agua, los que a su vez están sujetos a un ranquin municipal para determinar la cantidad que debe pagar un habitante. Puede parecer que todo es sobre la clase, pero sirve también a un propósito práctico.

Sin embargo, también es un recordatorio constante de que Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo y su capital un modelo de segregación en el que ricos y pobres rara vez se mezclan. Esto se refleja en toda Colombia. Para gran parte del país, Bogotá es una capital distante, lo que provoca quejas en algunas esquinas sobre el sentido de derecho que se siente por los miembros de la antigua élite.

Muchos sienten que la desigualdad rampante del país fue una de las principales causas de décadas de violencia. El deseo de la vieja élite por gobernar el país basada en una estrecha línea de derecho hereditario llevó a la fricción de clases que se extendió a la guerra.

Hoy, para muchos en Bogotá, el conflicto armado es algo que está sucediendo lejos de la capital. Muchos ‘cachacos’ o ‘rolos’ acomodados —como se conoce a quienes nacieron y crecieron en la ciudad— tienden a olvidar que el ejército y los rebeldes están librando una guerra a sólo cientos de kilómetros de distancia.

Esto a pesar del hecho de que miles de colombianos, desplazados por la fuerza de pueblos y granjas de todo el país, llegan a la ciudad cada año. Para los locales, sin embargo, el conflicto parece ser nada más que las placas de recuerdo y llamas eternamente encendidas repartidas por toda la ciudad.

Para algunos extranjeros, Colombia sigue siendo sinónimo de la guerra y las drogas, a pesar de la buena publicidad sobre la seguridad y los avances económicos.

Sin embargo, para los expatriados como yo, representa cada vez más un lugar lleno de gente trabajadora con ganas de borrar los errores del pasado reciente. Dejando a un lado las quejas acerca de muchos problemas de la ciudad, sobre todo por el empeoramiento del tráfico, puedo sentir una creciente sensación de orgullo. Como me dijo Mauricio Rodríguez Múnera, exembajador de Colombia en Gran Bretaña: “Bogotá es una ciudad de nubes negras, pero también de la radiante luz de los Andes”.

Después de todo, sólo una década atrás Bogotá todavía se sentía muy parecida a la capital con problemas que solía ser. Los pubs eran destruidos con granadas. Los compradores eran sometidos a registros de seguridad por guardias armados antes de entrar a uno de los pocos centros comerciales. Y las generaciones más jóvenes, las que fueron educadas y tenían dinero, a menudo se iban a la primera oportunidad.

Hoy, sin embargo, incluso si la seguridad urbana sigue siendo una preocupación —como lo es en otras grandes ciudades de América Latina— empresarios, pensadores y escritores han sustituido a los secuestradores, francotiradores y terroristas. Hay una escena artística, próspera, y más cafeterías y restaurantes abiertos cada día.

Tiendas y negocios han surgido en las calles, incluso en las zonas más pobres. El Planetario y el Museo del Oro, que muestra miles de piezas de oro prehispánicas, han sido renovados recientemente.

Y, a pesar de que todavía necesita renovación, la ciudad vieja lentamente empieza a renacer. El Museo Botero, que alberga la colección privada del pintor colombiano del mismo nombre, también muestra imágenes de Pablo Picasso y esculturas de Henry Moore y Alberto Giacometti. La entrada es gratuita.

La música sigue siendo un verdadero ecualizador. Camine cerca de la desaliñada avenida Caracas y escuchará tanto salsa como vallenato en los bares. La música ayuda a romper la incómoda barrera invisible entre las chabolas del sur y los elegantes edificios de ladrillos rojos del norte.

Pero, al igual que muchos ciudadanos del sur de Sudamérica, soy físicamente incapaz de bailar los ritmos tropicales de los bordes norte del continente. Sin embargo, cuando salgo con amigos, la música me ayuda a olvidar la rigidez de estratos de la ciudad y abrazar a una ciudad dispuesta a seguir adelante. 

Copyright The Financial Times Limited 2014.

Por Financial Times

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