Opción contra la adicción

Electro acupuntura, terapia craneosacral y auriculoterapia son algunas de las técnicas que usa el Distrito para rehabilitar a niños y adolescentes adictos en Ciudad Bolívar.

Laura Dulce Romero
12 de julio de 2014 - 03:01 a. m.
Niños y adolescentes llegan a la sede del Idipron buscando una alternativa para superar su adicción. / Cristian Garavito
Niños y adolescentes llegan a la sede del Idipron buscando una alternativa para superar su adicción. / Cristian Garavito

Giovanni* permanece inmóvil en una camilla, mientras un doctor le pone agujas en las sienes, los brazos y el estómago. Él cierra los ojos por cada chuzón. Luego le pegan parches en el cuerpo, con cables conectados a una máquina que emite impulsos eléctricos. “Un poco más duro, otro poquito, ¡ahí!”, dice este joven de 14 años, a medida que van graduando la intensidad de la corriente.

Este joven, que aún conserva una mirada dulce a pesar de lo que ha sufrido en la calle, está allí por una razón: quiere superar su adicción al bazuco, las pepas, el perico y la marihuana. La dependencia con la que carga desde los 11 años (cuando empezó a consumir) lo hizo tocar fondo. Cuenta que ha robado e incluso ha intentado matar. Hoy tiene una oportunidad a través de la electroacupuntura, técnica alternativa que ofrece el Distrito a menores infractores que quieren superar su adicción.

Él es uno de los beneficiados con un proyecto piloto llamado Centro de Atención para Adolescentes de Justicia Juvenil, liderado por el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez (Idipron). Como él, hay otros 300 menores de la localidad de Ciudad Bolívar inscritos en el programa, de los cuales 180 reciben tratamiento. La meta es atender a 600 adolescentes a través de metodologías innovadoras de prevención y rehabilitación. Allí no usan medicamentos, pues consideran que el cuerpo tiene la habilidad de curarse solo. Además, el organismo funciona como unidad donde el cuerpo y la mente son indisolubles.

Aún no hay cifras sobre la efectividad de estos tratamientos, pues van cuatro meses y sólo en agosto se conocerán los primeros resultados. Sin embargo, los pacientes dicen que sienten un efecto positivo. “Ya no me pica el pulmón, no me dan tantas ganas de meter. Llegué hace un mes y ahora sólo fumo marihuana y bazuco. Antes le jalaba a todo”, afirma Giovanni. Tal vez sorprenda que confiese frente a médicos y orientadores que sigue consumiendo, pero todo tiene una explicación: el programa tiene como pilares la mitigación paulatina del consumo y la confianza. La efectividad se basa en la participación activa del paciente.

Arles Nova, director del proyecto, dice que el principal objetivo es eliminar el estigma de que los adictos son delincuentes y que el castigo es la mejor solución. “La drogadicción es un problema de salud y necesita tratamiento médico y psicológico. El 80% de los menores adictos, que delinquen y son castigados, luego reinciden”. Para ayudarlos y prevenir la recaída, no sólo se usa la medicina alternativa. Los vinculan a otras actividades. “Hacemos convenios con otras instituciones para generar oportunidades. Si eres buen futbolista, se habla con el IDRD para que entres a un programa”, cuenta Nova.

La mayoría de pacientes son menores en conflicto con la ley. Para los orientadores, las causas son la falta de oportunidades, los problemas económicos, la violencia intrafamiliar y los entornos en colegios y barrios amenazados por grupos delincuenciales. “Los problemas de salud se curan con menos médicos y más justicia social. La diarrea no sólo se cura con medicina, sino con acueductos y agua potable. Este programa es un pequeño aporte que hacemos a un nuevo modelo que va de la mano con oportunidades”, dice Héctor Rojas, médico del programa.

En el programa no sólo se atiende a menores infractores. Ahora buscan la prevención. Diez colegios de Ciudad Bolívar se unieron al plan piloto, así que los alumnos con ansiedad, depresión, violencia intrafamiliar o adicción asisten a sesiones de acupuntura, terapia craneosacral o auriculoterapia. Por eso, junto a Giovanni, en el mismo sitio de tratamientos se encuentra Jefferson*, de 10 años. Cuando se enteró del programa tocó las puertas de Idipron en Ciudad Bolívar para acabar con su adicción al pegante y la marihuana. Todos los días camina dos horas desde Soacha para su sesión.

Mientras está acostado en la camilla, una médica mueve levemente las manos alrededor de su cabeza. Le toca el cuello y luego presiona suavemente, con lo que intenta sentir los ritmos del líquido cefalorraquídeo que cubre el cerebro y la médula espinal. Dicha sustancia se puede sentir, como el ritmo cardíaco, y tiene la particularidad de que cuando está desbalanceada es posible equilibrarla por medio de la palpación. Los beneficios son múltiples, pues cuando se regula, el paciente logra una relajación mental y armonía. En este caso, el adicto calma su ansiedad.

“A mí nunca me han dado nada de pastillas. En ese tratamiento de la cabeza siento calor y me da sueño. Ella presiona suave y a veces me quedo dormido. Me quita la ansiedad, me tranquiliza. Uno cree que le va a doler, pero no. Todo está en la mente”, dice Jefferson. Según Hernando Franco, coordinador de Círculos de Afecto, una de las unidades del proyecto, el programa no es un Camad. “No permitimos el consumo, pero sí es una apuesta diferente, porque no los obligamos a venir y los escuchamos. Sabemos que lo siguen haciendo, pero aquí no funciona el discurso moral, sino la recuperación”, dice.

La última metodología que utilizan es la auriculoterapia. De acuerdo con las creencias de la medicina tradicional china, en la oreja se refleja todo el cuerpo. A través de la estimulación con semillas vegetales o esferas de metal, el organismo equilibra sus propias sustancias, como la serotonina o las betaendorfinas, que funcionan como calmantes y analgésicos. Tal vez muchos desconfíen de la eficacia de estos tratamientos, pero no hay duda de que el éxito ha sido el “voz a voz” de los beneficiados.

En lo corrido de la actual administración se les ha brindado atención a 7.943 jóvenes en prevención y orientación en mitigación frente al consumo de drogas. Sin embargo, todavía es una cifra muy baja si se compara con los 25.000 menores, entre los 12 y 17 años, que han consumido sustancias ilícitas, según el último estudio realizado por el Distrito y las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito.

Actualmente, Giovanni aún consume marihuana y bazuco. Jefferson dejó su adicción. Los dos están tallando madera en su taller de carpintería y desde lejos sonríen porque ya no les “pica tanto el pulmón”. Giovanni quiere ser mecánico y Jefferson sueña con manejar aviones, para viajar un día hasta esa tierra tan lejana donde culturas milenarias inventaron una medicina que, aunque para muchos es extraña, para él se convirtió en una segunda oportunidad.

 

* Nombres ficticios

 

lauradulce2@hotmail.com

@lauradulcero

Por Laura Dulce Romero

 

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